Me alegra mucho que los presos políticos hayan pasado la verbena de San Juan libres definitivamente. Me hace feliz que el virus se vaya marchando. Y me gusta que Leo Messi se quede en el Barça. Muy bien, aunque este análisis no va de qué cosas le gustan al autor. Que sí, que es un buen final de temporada. O comienzo de verano. Que es lo que nos marca San Juan y los demonios de petardos. Es un buen momento para construir. Política, económica, social y deportivamente. Ahora, el optimismo y la alegría no deben borrar otras cosas. Sobre todo, políticamente. Porque la política, lo decía ayer Francesc-Marc Álvaro, no se hace con frases de autoayuda al estilo Paulo Coelho. Ni, sólo, con propaganda.

Y aquí voy. Porque propaganda, o teatro del bueno, es lo que han hecho los principales actores del episodio de los indultos del martes. Empezando por Pedro Sánchez, viniendo al Liceu a recitar, fragmentadamente, Miquel Martí i Pol, y anunciar el amor hacia los catalanes y los indultos. Demasiado paternalismo y colonialismo. Pero, en fin, no creo que le importe demasiado. Y más de lo mismo ha pasado en bando independentista, que no ha podido evitar, una vez más, la puesta en escena de la lagrimita, con inestimables colaboraciones mediáticas. Los indultos son una buena noticia, de mínimos, un primer paso, y sobraba tanta teatralización. Y aunque tal vez lo han para no dejar el escenario libre a la historia de terror de Pablo Casado, no era necesario. Lo que dará el triunfo electoral es la vacuna y la economía. Y no escribiré estúpidos. Bueno, ya está escrito.

Los indultos deben servir también para asumir las consecuencias políticas que las judiciales han impedido. Entre otras cosas, porque sus votantes dejarán de gritar libertad presos políticos y exigirán otras cosas

El caso es que los presos ya son libres, pero ahora debería comenzar, con algunas excepciones, como la de Jordi Cuixart —que no tenía ningún papel institucional—, el proceso de rendir cuentas. Proceso que acabará llegando. El 1 de octubre es un orgullo colectivo. Y, probablemente, el grave error fue no decir aquella noche que el referéndum era una victoria, pero no se podía considerar válido. E ir a elecciones. Lo que pasó los días posteriores lo deberán explicar muy bien. No que esperaran un mediador, que ya se ha dicho, sino, sobre todo, lo que ocurrió el día 27. Porque lo que pasó antes y después ha tenido consecuencias judiciales para mucha gente que no está indultada, consecuencias también sociales y profesionales para otros, y consecuencias para el país en general. Y si la prisión, que tampoco se ha utilizado del todo como arma política más allá de para ganar elecciones, ha impedido, por injusta, dar explicaciones, ahora ya no hay excusa. Para eso deben servir también los indultos. Para asumir las consecuencias políticas que las judiciales han impedido. Entre otras cosas, porque sus votantes dejarán de gritar libertad presos políticos y exigirán otras cosas.

Entre ir a elecciones y activar la independencia, republicanos y convergentes, en su particular carrera de Rebelde sin causa, acabaron optando por una independencia fake que, en buena parte, fue una rendición, pero que, sobre todo, fue un desastre. Y digo en buena parte porque hay quien, como Carles Puigdemont, acertadamente o no, ustedes —o el tiempo— dirán, decidió seguir la partida en el exilio. Ni en eso se pusieron de acuerdo los unos y los otros. Y digo un desastre porque las únicas evidencias los últimos cuatro años han sido la represión, una parálisis institucional y una vuelta al 2006. Pero con 15 años más a las espaldas.