El despacho de abogados Martínez-Echevarría dice que Albert Rivera (y José Manuel Villegas) tenían una baja productividad "preocupante" y "muy por debajo de cualquier estándar razonable". No sabemos si le han echado o se ha ido él. Pero será la primera opción porque él (y Villegas) ha acusado a la empresa de incumplimiento de contrato y quiere que le paguen el sueldo pactado hasta el 2025. 500 días por año trabajado. Como político, defendía que fueran 20 días. Pero vamos, también estaba en contra de las puertas giratorias. Y fue lo primero que hizo cuando le barrieron democráticamente. Dar vueltas a la puerta.

El despacho se ha quedado a gusto afirmando que "su corta experiencia jurídica, concretada en tan sólo dos años como becario de La Caixa, conjuntamente con una pasividad y una inactividad nunca vista en la empresa privada, han resultado intolerables". Y en un comunicado han añadido “aunque sabíamos de su completa inexperiencia en nuestro sector, a todos nos ha sorprendido su inactividad, su falta de implicación, interés y su desconocimiento más elemental del funcionamiento de una organización empresarial”. No debían estar demasiado contentos en el despacho, porque no existe el mínimo fair play que se transmite en estos casos. Pero, en fin, qué podemos esperar de alguien que tenía a Kant como referente sin haber leído a Kant.

No pasa nada por decirle vago a alguien que lo único que ha aportado al debate público ha sido crispación. Sobre todo porque es verdad que es un vago

De entrada, cabe preguntarse por qué en Martínez-Echevarría le dieron trabajo (¡de presidente ejecutivo!) a alguien que ya sabían que era inexperto en el sector. Y podemos respondernos sin riesgo a equivocarnos que querían que les trajera influencia, contactos, clientes y dinero. Pero ni eso. Quizás porque como ha explicado Xavier Domènech, que se le encontraba en los ascensores del Congreso sin que el chico abriera boca, nadie lo podía ver.

Pero después ya debemos hablar de Rivera. Y sin miedo a hacer leña del árbol caído. Sobre todo porque él practicó ese innoble arte durante todos los años que estuvo en la política. Que se lo digan, por ejemplo, a los nueve profesores del Institut el Palau de Sant Andreu de la Barca. No tuvo piedad de nadie. No pasa nada por decirle vago a alguien que lo único que ha aportado al debate público ha sido crispación. Sobre todo porque es verdad que es un vago. Y debemos felicitarnos de que le haya caído la venda de los ojos a los que querían un Podemos de derechas, antes de que Rivera hiciera más daño a la sociedad. Alguien que se cree la reencarnación de Adolfo Suárez, pero sólo es un pirómano ególatra con un hueso en la espalda, puede ser muy peligroso. Y pudo haber pasado. Pedro Sánchez llegó a firmar el pacto de El abrazo bajo este cuadro de Juan Genovés, representativo de la Transición. Fue antes de que le defenestraran. Sánchez regresó a la secretaría general del PSOE, ganó las elecciones y los militantes socialistas le gritaron a las puertas de Ferraz: “¡Con Rivera no!”. Se repitieron las elecciones. Y nunca estaremos bastante agradecidos a Pablo Iglesias.

Tiene razón Francesc-Marc Álvaro cuando dice que Rivera no sabía distinguir a la persona del personaje público. Quienes no son capaces no son de fiar. Quienes hablan igual frente a un micrófono que en un entorno privado son unos dogmáticos peligrosos. Se toma tan en serio a sí mismo como al parecer hace el actor Jeremy Strong. Pero para no servir, Rivera no sirve ni para Kendall Roy. Sólo ha servido para crear una cultura política que ahora hace que le puedan llamar "hijo de puta" al president de la Generalitat desde un escaño del Parlament. Ojalá fuera sólo Albert el Holgazán. Ha sido mucho peor que eso.