Pedro Sánchez ha decidido forzar el apoyo al uso de la mascarilla en exteriores votándolo en el mismo paquete que la revalorización de las pensiones o la posibilidad de contratar a médicos o enfermeras jubilados. O sea, que sigue jugando con los ciudadanos como ha hecho durante toda la pandemia. Y, lo que es peor, sigue utilizando a los abuelos y a los médicos. Todo para imponer una medida que no apoya ni el epidemiólogo más talibán, ni socios europeos tan poco dudosos como la Francia del Macron que quiere “joder” a todos los que no se vacunen, ni al govern catalán, que ya es decir, teniendo en cuenta que ha sido más papista que el papa, que significa más controlador social que nadie. Ahora el Govern dice que en Catalunya hay un 87% de inmunizados y quiere quitar las cuarentenas en las escuelas. Quieren volver a ser Dinamarca del sur. Lean la entrevista en ElNacional.cat al director del Servicio de Enfermedades Infecciosas del Taulí de Sabadell, Manuel Cervantes: “Las últimas restricciones no han servido de nada”. Y no es un hooligan negacionista. Sabe de lo que habla. Vean la imprescindible docuserie Vitals, de Fèlix Colomer, que se rodó en su hospital.

Sánchez, pues, sigue con el paso cambiado (lo dice incluso alguien tan prudente como el doctor Robert Güerri, del Hospital del Mar) quizás porque está en los Emiratos Árabes, esa democracia. El motivo por el que Sánchez y la ministra Carolina Darias, que no ha hecho ninguna declaración con sentido desde que sustituyó a Salvador Illa, quieren mantener la zanahoria en la frente (que diría Josep Martí), medida que no tiene ni mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados, es un misterio. De hecho, no sabemos ni qué piensa Fernando Simón, el señor Emergencias Sanitarias, que ha desaparecido del mapa tanto como los militares de primera hora. Pero, en fin, no es éste el único ridículo del gobierno español, que sigue contribuyendo a nuestra pésima salud mental. E incluso a la de los futuros psicólogos clínicos, examinados del PIR el sábado. El Ministerio de Ansiedad de Darias les subió mal las plantillas para comprobar cómo les han ido los exámenes.

Si el Parlament hace el ridículo es porque unos y otros, otros y unos, decidieron, acertadamente o no, en octubre del 2017 que no se podía ir más allá

En Catalunya no tenemos mucha más suerte. Ahora la presidenta del Parlament, Laura Borràs, ha decidido hacer ver que lo cierra. Todo para demostrar que es más firme que Roger Torrent. Definitivamente, el Parlament se ha convertido en el Show de Truman, lleno gente que se cree que vive en la vida real, pero con la diferencia con Jim Carrey de que el reality ya no se lo mira nadie. Todo es un plató, todo es falso, todos representan un papel como en un reality. Pero la vida pasa fuera. Y el único que se salva es Pau Juvillà, que ha explicado que tiene cáncer y ha roto el "tabú", porque ya hay quien decía que se escondía detrás de una enfermedad imaginaria. A él, seguramente, es a quien le importa menos la polémica en torno a su escaño.

Sin embargo, no perdamos de vista la cuestión principal. Si el Parlament hace el ridículo es porque unos y otros, otros y unos, decidieron, acertadamente o no, en octubre del 2017 que no se podía ir más allá. De ese octubre se derivaron dos cosas. Una, que el Estado decidió vengarse y arrasar Catalunya y encontró tan poca resistencia que ahora ya han llegado a la categoría de abusones, como Sánchez con la mascarilla, con ejemplos casi diarios, como la falta de respeto por la lengua, sea ​​en la escuela sea en las plataformas, o los Juegos de Invierno de Barcelona, ​​que se ve que en realidad son en Jaca. Y, la segunda, consecuencia de la primera, pero no causa principal, una división profunda de la mayoría gubernamental, con toda una generación de políticos decapitada, que hace el país, al menos el político e institucional, débil y sin rumbo.