De repente, en alguna ciudad europea. Un tiroteo o un camión descontrolado contra la multitud. Y los medios corremos a informar. Bien, o quizás informar no es la palabra más acertada. Sería más apropiado decir que los medios empezamos a especular, suponer y reproducir rumores sin padres conocidos. No informamos, vamos arriba y abajo como una oca a quien acaban de cortar la cabeza. Sin ir más lejos el viernes en Múnich. Nada, pero nada de nada, resultó ser verdad. Ni eran tres, ni fueron dos atentados, ni dispararon con armas de repetición, ni el autor era de origen tunecino, ni (SOBRE TODO) fue Estado Islámico.

Y amenizamos los minutos y minutos en que no sabemos qué pasa entrevistando a supuestos testigos que estaban a 20 kilómetros de los hechos y que han visto lo mismo que un esquimal que en aquel momento estaba pescando en el círculo polar. Y traemos expertos que cada vez que son traídos dicen lo mismo. Sí, porque los expertos opinan lo mismo en el atentado 1 que en el 32. Con la diferencia de que en el atentado 32 ya hemos escuchado 31 veces su misma opinión y nos la sabemos de memoria.

Lo tuiteó el periodista y editor Eduard Voltas el viernes por la noche: "Me gustaría dirigir un diario que ante un atentado como el de Múnich hiciera un solo tuit: Ya informaremos mañana, cuando todo esté claro". Y no puedo estar más de acuerdo.

Pero resulta que los medios tenemos que explicar lo que pasa hoy, en este momento, ahora. Mañana ya es tarde. Y este "ahora mismo" nos lleva a una inmensa rotonda donde confluyen la libertad de información, el derecho a saber qué pasa, la confusión, el riesgo de desinformar, la prisa, el error, generar pánico innecesario, hinchar en exceso los hechos para conseguir clics y audiencia...

Si cada vez que un chalado con ganas de salir en los diarios se va a disparar a un centro comercial y lo convertimos en una estrella mediática, no pararemos de tener chalados yendo a los centros comerciales a disparar para ver si se convierten en una estrella mediática. Y entonces seremos los Estados Unidos. Bien, no del todo porque allí los chalados no sólo van a los centros comerciales. También van a los institutos. Pero si ignoramos los actos del chalado de turno, estamos negando la realidad. Y eso es inadmisible en una democracia homologable.

Estado Islámico quiere instaurar el pánico en Europa. Y para conseguirlo sólo le hace falta un tipo que haya seguido sus consignas por Internet, se las haya creído, coja un cuchillo de cocina y empiece a clavarlo a todo el mundo que pase. No le hace falta más. Tan sencillo.

Y, ante esta realidad, ¿cuál es (o tendría que ser) la formula informativa que no nos provocara aquel regusto amargo de pensar que la amplificación global de un atentado, en el fondo, favorece a quien lo provoca porque eso es lo que quiere, el máximo de resonancia? Complicado. Mucho.

Tanto, que no tengo la respuesta. Ya me gustaría. Quizás alguien que sepa del tema la tiene. Un servidor, en todo caso, quiere compartir con usted una sencilla reflexión en voz alta. Más que nada para intentar que entre todos hagamos las cosas mejor que ahora. Porque antes que emisores y receptores de información, somos ciudadanos desconcertados que estamos en el mismo bando, que estamos horrorizados y que cuando vemos las imágenes de la barbaridad se nos encoge todo lo encogible. Pero nosotros tenemos que explicarlo y usted quiere saber. Complicado. Mucho.