Este año no he notado como otros que estábamos a las puertas de Halloween porque las películas de terror son las más habituales, o cuando menos a mí me lo parece, en la programación televisiva de todo el año. Quizás es que a mí no me gusta el género y, por lo tanto, tengo un sesgo de percepción, principalmente porque se me acorta mucho la oferta. Por no ver, no he visto ni un clásico del cine de miedo; excepto El Exorcista y porque me cogió, muy joven, desprevenida en el cine del pueblo del lado.

Hollywood es quien más ha contribuido, sin duda, a esta evolución desde la castañera a los fantasmas llenos de casquería. Soy de tradición, pero no pienso que la tradición esté por encima de todo o de nada en particular. Cada uno que celebre lo que quiera o como quiera la fiesta; y quien no quiera que no la celebre.

De hecho, en este caso la mezcla que se produce es bien curiosa: especialmente la juventud celebra Halloween, pero siguen comiendo —y/o haciendo en casa—, panellets, castañas y boniatos. Cosa que me parece un mix que resuelve muy bien la encrucijada entre la tradición y la innovación; otras fiestas lo tienen peor que esta.

La parte que tiene que ver con el recuerdo a los difuntos es la que queda más tocada con la revisitación que ha hecho el cine de esta noche negra, aunque yo, que me quedo con la castañada, tampoco el día de Todos los Santos, lo celebro al uso. No voy al cementerio, no pongo flores. Mis muertos no tienen día fijo, y al cementerio solo voy a los entierros.

Las películas de miedo han hecho de los cementerios un lugar mucho menos agradable de lo que acostumbran a ser, dado que lo que hay seguro —cuando menos de día—, es paz y tranquilidad. De noche, seguramente también, pero no he ido nunca.

También es cierto que eso del terror es curioso y no a todo el mundo le da miedo lo mismo; aparte de traumas generales generados por las historias que cada cultura ha explicado con más o menos acierto; y en eso sí que las películas han hecho contribuciones memorables de imagen y sonido. Últimamente, sin embargo, la televisión y el cine nos han inundado de tantos fantasmas, zombis, vampiros y no sé cuántas cosas más que me parece que hay una buena parte de la población inmunizada en este campo. Pero al mismo tiempo también como narcotizada, porque sigo viendo en estas historias de miedo una manera de centrarnos en peligros que nos alejan de los peligros del mundo de los vivos. Cosas que nos tendrían que dar miedo por cómo va el mundo, y las implicaciones que eso tiene en nuestra vida presente y futura,

La muerte no nos tendría que dar miedo y las y los muertos tampoco. A las dimensiones no materiales de nuestra existencia no les damos espacio en nuestra vida y eso hace que nos puedan explicar y nos creamos muchas más animaladas de las necesarias. Nos falta establecer en nuestra cultura una relación saludable con la muerte —la de los otros y la nuestra—, y con el más allá de nuestra vida en la tierra. Entre panellet y panellet quizás no es el momento, pero tendríamos que encontrar alguno, más todavía porque cada vez más temprano las niñas y los niños se ven sumergidos en un relato muy "particular" de estos temas.