1. Los mejores. ¿Se acuerdan cuando en 2010 Artur Mas se jactaba de intentar constituir el “gobierno de los mejores”? El primer gobierno del líder de CiU tenía cinco consejeros convergentes, dos democristianos y cuatro independientes, uno de ellos, el exconseller socialista Ferran Mascarell, el más político, y otro, Boi Ruiz, que sería el responsable de los recortes más bestias jamás aplicados a la sanidad catalana. Aquel gobierno no fue el de los “mejores”, sobre todo por el fiasco en la gestión de consellers poco experimentados políticamente, como por ejemplo Francesc Xavier Mena (Empresa y Ocupació) y Pilar Fernández Bozal (Justícia). En el caso del consejero de Economia, Andreu Mas-Colell, su probada competencia técnica y académica era —y es— inversamente proporcional a su visión política. Su incapacidad para entender que la política es, además de gestión, la administración del tiempo, hizo que Mas, que había conseguido llegar a la presidencia a trancas y barrancas, quedara marcado enseguida con el hashtag de “neoliberal”. Aun así, el ejecutivo contaba con consellers con un claro peso político. Junto a Mascarell, relegado a Cultura, opción que siempre creí que era una equivocación, otros consejeros también tenían un peso político evidente: Felip Puig (Interior), un fajador de los convergentes; Lluís Recoder (Territori i Sostenibilitat), la gran esperanza de CDC que se mustió esperando en la cola de los relevos, y Joana Ortega (Vicepresidència), la primera mujer en llegar a una posición tan alta, pero que no logró dirigir el gobierno con la mano firme y la confianza del president, privilegio que solo tenía Mas-Colell. A pesar de que aquel gobierno no fuera realmente el de los “mejores”, por lo menos ofrecía una imagen consistente. Se pueden criticar los ajustes, los “recortes” que promovió, pero el gobierno demostró una determinación que ha ido desapareciendo con los gobiernos posteriores, cada vez más débiles políticamente. Durante la década soberanista, la autonomía ha tenido los peores gobiernos en muchos años, posiblemente porque al frente de los partidos estaban unos dirigentes incapaces y muy sectarios.

2. Dirigentes inhabilitados. La represión ha descabezado la política catalana. También ha influido el desgaste de una década que ha sido dramática. En consecuencia, actores secundarios se han convertido en protagonistas porque los líderes del procés fueron cayendo en el abismo. La política catalana vive ahora una anomalía que sería impensable en otros lares. Los dos partidos de gobierno están dirigidos por personas que están inhabilitadas y son, por lo tanto, inelegibles. Oriol Junqueras fue condenado a trece años de inhabilitación y Marta Rovira vive en el exilio (ya se verá si vuelve pronto y qué precio tendrá que pagar para poder hacerlo). Incluso los críticos de Esquerra, el Colectivo Primero de Octubre, reclama “dar un descanso” a Junqueras y Rovira. En cuanto a Junts, Jordi Turull fue condenado a doce años de inhabilitación y Laura Borràs ha sido inhabilitada, sin ninguna condena judicial, por el Parlament de Catalunya, convertido en tribunal de la Inquisición. ¿Con unos partidos con líderes como estos es imposible seguir? Pere Aragonès es el president de la Generalitat, pero es tan “vicario” como lo fue Quim Torra, a pesar de su resistencia a cumplir el papel que había estipulado la dirección de Junts. Son épicas las trifulcas entre Jordi Sànchez y Torra en los encuentros que mantenían en Lledoners, como también son conocidas las trampas que se ponen Aragonès y Junqueras. La animadversión entre ellos dos es cósmica. Así pues, la combinación de políticos inhabilitados y políticos mediocres es el principal peligro que corre la política catalana. Carles Puigdemont es un caso aparte. Lentamente, ha ido alejándose del día a día de la política en el interior, hasta el punto de no participar en ella y abandonar la dirección de Junts para centrarse en el Consell per la República, un organismo a medio cocer. En el exilio, Puigdemont despliega una frenética actividad política, sobre todo como eurodiputado. Su denuncia de la represión, junto con Toni Comín y Clara Ponsatí, es esencial para favorecer la causa catalana en el mundo. El exilio, si bien siempre es amargo, se ha convertido en una oportunidad para los eurodiputados de Junts que Meritxell Serret, Marta Rovira o Anna Gabriel no han querido aprovechar. 

Una candidatura como esta tiene que tener un planteamiento plenamente rupturista, sin olvidar que también hay que administrar la autonomía. Tiene que ser una política de ruptura que haga daño de verdad al Estado y a sus gobiernos, sean del color que sean, en vez de diezmar las filas independentistas

3. El cuarto espacio o la abstención. Lo ha escrito Xavier Roig en uno de los artículos que publica en su blog: “Un proyecto tan ambicioso como la independencia de un país no se logra sin tener al frente a los mejores dirigentes”. Pone el ejemplo de la calidad de los dirigentes de la independencia norteamericana —Adams, Jefferson, Hamilton, Washington…—, que él considera que eran los mejores, los más preparados. Que la Catalunya actual esté liderada por los “peores” invita a Roig a propugnar, como también hacen otros articulistas de la facción dura y más jóvenes, la abstención. No lo tengo nada claro. Es cierto que muchos de los integrantes del grupo que se reunía para determinar qué debía hacerse y qué acciones había que emprender durante el procés, que era conocido con el sobrenombre, bastante pomposo y ridículo, de Estado Mayor, eran unos inútiles. La composición de este grupo era tan esotérica como dominada por los partidos políticos, a pesar de que tuvieran voz los presidentes de las organizaciones de la sociedad civil. También integraban este núcleo reducido vividores profesionales que, en otro contexto y en otra época, habrían sido fusilados no precisamente por el enemigo. La reunión de la semana pasada en Palau de la Generalitat, con presencia del president Pere Aragonès, la consellera Laura Vilagrà, la presidenta de la ANC, Dolors Feliu, el presidente de Òmnium, Xavier Antich, y el presidente de la AMI, Jordi Gaseni, no dio resultados. En realidad, en esta reunión solo tenía una posición claramente discrepante de las tesis de ERC, celebradas por el régimen del 78, Dolors Feliu. Los republicanos estaban representados por sus tres militantes (Gaseni, alcalde de L'Ametlla de Mar, lo es) y mediante la posición del presidente de Òmnium, cada vez más distanciado de la ANC, supongo porque el grueso de la Junta de la entidad se ha decantado por esa opción. Combatir la abstención independentista, que en 2021 llegó a los 700.000 votantes, y la nueva que propugnan varias voces, no será fácil si la correlación de fuerzas sigue siendo esta y todo aquel que discrepa es acusado de infantilismo.

4. ¿Una lista cívica para hacer qué? Para que una lista electoral cívica llegue a tener éxito es necesario algo más que voluntarismo o reclamar la proclamación de la independencia el primer trimestre de 2023. La candidatura de Junts per Catalunya del 21-D arrancó como una lista cívica, a consecuencia de la suma de dos iniciativas separadas, www.llistaunitaria.cat y www.republica.cat, que presentaron en el Ateneu Barcelonès Pere Pugès, Francesc de Dalmases, Toni Morral y Aurora Madaula. Si el president Carles Puigdemont no hubiera aceptado el envite para encabezar esa lista, que a través de él llegó a un acuerdo con el PDeCAT para utilizar sus derechos electorales, no sé qué resultado habría obtenido la candidatura cívica. Lo que tengo claro es que una lista cívica necesita disponer de un liderazgo fuerte y popular, que esa persona sea un símbolo entre el independentismo de base. Un perfil como ese no es fácil de encontrar. Sin embargo, me vienen a la cabeza algunos nombres, que ahora no escribiré para evitar un maleficio, que podrían cumplir el papel de pal de paller. Por encima de los nombres, lo más importante es aclarar antes qué hará una candidatura como esta si consigue entrar en el Parlament. Debe tener un planteamiento plenamente rupturista, sin olvidar que también hay que administrar la autonomía. Pero el orden de los factores en este aspecto sí que altera el producto. Tiene que ser una política de ruptura que infrinja un daño real al Estado y a sus gobiernos, sean del color que sean, en vez de diezmar las huestes independentistas. ERC, según sus declaraciones públicas, ya ha renunciado a la independencia por lo que queda de centuria. Mientras tanto, en Junts, los que ahora dan grandes voces son los que reclaman volver a la vieja Convergència, cosa que consistiría en afirmar una cosa y practicar la contraria, como hacían los nacionalistas en sus buenos tiempos. El partido de la ruptura no puede imitar ni a unos ni a otros, ni a los republicanos, ni a los convergentes, si lo que persigue es superar el desaliento de las bases independentistas y convencer a los abstencionistas —y a los que tienen la intención de seguir el ejemplo— para que vuelvan a votar. Para evitar generar falsas expectativas, es necesario que los impulsores de esta nueva lista cívica asuman, de entrada, que la independencia no se proclamará en 2023 si no es la fuerza más votada, y que ningún partido que tenga hoy representación parlamentaria se sumará al proyecto. Tendrán que volar solos y picar piedra.