Una vez leídas la mayoría de crónicas sobre los asesinatos de la Font de la Pólvora, de Calella y de la Barceloneta después de este pasado Sant Joan, la mayoría de catalanes han podido llegar a creer que el país se ha convertido en una especie de gemelo del Bronx o una filial del narcotráfico colombiano. La realidad es muy diferente, pero, sin embargo, las redes se han llenado de racistas anónimos (a pesar de creer poseer la verdad revelada, la mayoría de xenófobos hablan con pasamontañas) para los que todo esto es una prueba irrefutable del ascenso de una inmigración que no tiene otro objetivo que alterar los valores de Occidente y montar clanes violentos de comercio de armas y droga para acabar matando a los catalanes de pura raza. La realidad no tiene nada que ver con esta fotografía, pero los argumentos y los datos no tienen ningún tipo de relevancia para quien vive cómodamente en el universo del prejuicio.

Como ha explicado muy bien el director de los Mossos, Pere Ferrer, la coordinación de los cuerpos policiales en Barcelona (y el aumento de agentes en nuestra capital) han conseguido que —en el transcurso de este 2024— los hurtos se reduzcan en un 6%, los robos con fuerza un 3% y los de esta tipología urdidos en la vía pública un 10%. Los asesinatos nunca son una buena noticia, pero la acción policial efectiva ha provocado que las detenciones en la Barceloneta y en Calella se hicieran en tiempo récord y, a buen seguro, los culpables de la carnicería de Girona serán detenidos muy pronto. Eso contrasta con el análisis de los más catastrofistas, interesadísimos en pintar una policía impotente ante la invasión sutil de los moriscos criminales que ponen en peligro la vida en nuestros barrios. Estos se enorgullecen de ser patriotas, pero su demagogia solo aumenta el desprestigio general de nuestras instituciones.

Poco importa que, como nos dice repetidamente el Idescat, la población penitenciaria de Catalunya esté mayoritariamente formada por conciudadanos españoles. Tampoco que, según datos del INE, las personas condenadas por un delito de infracción penal se mantengan en torno al 40% en el caso de extranjeros (a su vez, la mayoría de estudios nos recuerdan que la inmigración delinque en asuntos derivados de su situación irregular y precaria; por este motivo, acostumbran a centrarse en causas de falsedad, la más habitual, seguidas de seguridad colectiva y delitos patrimoniales). Existe un auge de las conductas delictivas que hay que revertir con medidas más eficaces contra los reincidentes —pues son una minoría de individuos los que pueden acumular centenares o miles de delitos—, pero vincular la condición de recién llegado a la generación de un peligro real de violencia en la calle resulta estrictamente perverso y falso.

Vincular la condición de recién llegado a la generación de un peligro real de violencia en la calle resulta estrictamente perverso y falso

Conscientes de todo ello, lo más absurdo del tema es que el periodismo nacional se dedique a propagar crímenes como los citados en este artículo con una tonalidad cronista muy próxima al antiguo El Caso, eliminando cualquier referencia al contexto desde donde estos conciudadanos recién llegados acaban delinquiendo. En el caso de lugares como la Font de la Pólvora, es delirante que nuestros redactores —muchos de ellos, opositores a jefe de prensa de los Mossos— no dediquen ni un minutito a ocuparse de un barrio marcado por la pobreza, el absentismo escolar, la falta de vivienda digna y la vulnerabilidad como norma. Tiene cierta gracia que nuestro periodismo se exclame del hecho de que en un barrio de Girona se puedan encontrar kalashnikovs pero ni dios tenga un segundo para ejercitarse en el arte del contexto a la hora de explicar cuáles son los mecanismos de precariedad que llevan a un colectivo a acabar decantándose por el tráfico de estupefacientes.

En esto tampoco ayudan mucho nuestros políticos. Que un alcalde como Lluc Salellas se vanaglorie de desconocer qué es lo que incrusta el comercio de armas en un rincón paupérrimo de su ciudad o que, ante los disturbios de la Font de la Pólvora, no tenga demasiada prisa en convocar una junta local de seguridad que tendría que haberse reunido justo la mañana después de los hechos... pues no es que ayude mucho (ya tiene coña que un cupaire, dicho sea de paso, acabe allanando del camino a Aliança Catalana con su desidia y poca maña: santa paciencia). Salellas lo tendría tan fácil como pasearse por el barrio en cuestión, también por Vila-roja, un lugar insalubre y misérrimo, donde ni dios de la administración (incluida la policía o Correos, a excepción de los médicos) ha metido los pies durante las últimas décadas, si no es para ir a comprar un poquito de hachís o farlopa. Quizás entonces el alcalde entenderá por qué allí se esconden más kalashnikovs que obras de Kant o integrales de las suites de Bach.

Compañeros periodistas, queridos políticos; interesaos por el contexto de las cosas. Porque que si seguimos a golpe de titular llamativo o ignorando la realidad de los barrios que solo son noticia cuando hay sangre, la tentación racista se extenderá como la pólvora. Vamos tarde. Moved el culo o esto acabará muy mal.