Ernest Maragall deja la política definitivamente. Que un señor de 80 años decida jubilarse no tendría que ser noticia, pero este lunes Maragall pasó por el estudio de RAC1 y, elegantemente —es Maragall—, soltó un par de ideas que hace un año o incluso seis meses no nos habríamos imaginado que escucharíamos desde ERC. Ernest Maragall explicando que "a Esquerra le conviene un salto cualitativo, tanto para la gobernación del país como para Barcelona" y que le parece oportuno "que el pasado no condicione el presente" son los dos puñales que podrían señalar el fin de la paz en el gallinero de Oriol Junqueras, presidente de ERC desde 2011.

"Llegué a Esquerra el mismo día que Marta Rovira se marchaba al exilio y dejaré el escaño de concejal cuando se apruebe la ley de amnistía. Esto demuestra el cambio de periodo". Voluntaria o involuntariamente, con esta sentencia Maragall ha hecho emerger la verdad sobre los mecanismos de funcionamiento del partido, que durante los años más intensos del procés fue gobernado con mano de hierro. Mientras los convergentes estrenaban siglas nuevas una vez al año y se esforzaban por mantener una apariencia de unidad política que generara confianza; en ERC, desde entonces y hasta ahora, no se ha conocido ninguna discrepancia pública sobre el discurso que ha sido el oficial en cada momento. Pero en política, como en todo, el hermetismo tiene un problema: la línea que separa la voluntad de proteger cosas de la voluntad de esconderlas es muy fina. Da la sensación de que la prisión convirtió a Oriol Junqueras en un político centrifugado en sus obsesiones electorales, adivino de la Catalunya del 80%, titiritero del president Aragonès y dominador despótico de las filas republicanas con la única intención de ocupar el espacio que un día ocupó Convergència. El problema es que cada entrevista que Junqueras ha concedido desde su liberación ha jugado a favor de esta imagen: es un hombre enfadado, un hombre carcomido por la ambición, un hombre que sueña cada día con la cara de Artur Mas y lo maldice cuando se golpea el meñique del pie contra la pata de la mesa de la cocina.

Si la estrategia de ERC era la estrategia del "mientras tanto", parece que el "mientras tanto" ha terminado y que todo el mundo se reubica excepto Oriol Junqueras

Oriol Junqueras y Marta Rovira supieron convertir la represión política en una autoridad dentro del partido que fuera más allá del ámbito simbólico y sentimental, que es el estadio donde se quedaron los represaliados convergentes. Quisieron aprovechar los restos de la derrota antes que nadie, pusieron en marcha los mejores estadistas para saber dónde había que rebuscar votos con el discurso del "mientras tanto" y decidieron que su estrategia de partido tenía que hacer una balsa de aceite del momento político del país. Quisieron correr demasiado porque Junqueras tenía sed y, ciegos de deseo, no se dieron cuenta de que lo único que hacían era abonar el terreno para que llegara el momento del PSC. Ahora Junts se puede vender como el agente independentista que arregla los destrozos de los incompetentes de los republicanos y Maragall, que conserva el sentido del respeto al poder y del saber estar de las grandes casas de la capital, le pide un cambio a Junqueras que este no está emocionalmente preparado para aceptar.

El desconcierto de las primarias de ERC en Barcelona y Lleida son la punta del iceberg de un sistema de dominación chantajista que empieza a hacer aguas porque el retorno electoral no ha sido el esperado. No ha bastado con llenar el país de etiquetas —la Catalunya entera, republicana, feminista, progresista y ecologista— para que Aragonès pareciera un hombre con carisma y discurso. No ha bastado con el pactismo de pacotilla de Rufián en Madrid para que valiera la pena arrinconar el recuerdo de 2017. No ha bastado con reunir a viejas glorias en el Govern, ni con el acuerdo de claridad, ni con la mesa de diálogo para llegar a ser el partido dominante del país. En el último CEO, el PSC pasa la mano por la cara a ERC y a Junts, pero teniendo en cuenta que la encuesta se había hecho antes del acuerdo de investidura de Sánchez y, por lo tanto, antes de que el fantasma de Carles Puigdemont volviera a sobrevolar por encima de los republicanos. Si la estrategia de ERC era la estrategia del "mientras tanto", parece que el "mientras tanto" ha terminado y que todo el mundo se reubica excepto Oriol Junqueras. La sociovergencia se transforma y muda de piel y Junqueras está solo en un cuarto preguntándose por qué no ha bastado con enfundar en americanas amarillas y lilas a los consellers republicanos para convertir ERC en la casa grande del catalanismo.