El alboroto mediático que ha provocado el encuentro entre Carles Puigdemont y Yolanda Díaz me hace pensar en el famoso paso al costado de Artur Mas en 2015. Madrid no da voz a Puigdemont porque tenga fuerza electoral, sino justamente porque ya no lo puede aprovechar para canalizar la vida política de la nación. Puigdemont se plantea pactar con el PSOE por el mismo motivo que Mas cedió su lugar al presidente exiliado, cuando el mundo de CiU necesitaba los votos de la CUP para no perder el gobierno y el liderazgo emocional del independentismo.

Igual que le pasó a Mas después de la estafa del 9N, Puigdemont ha perdido la credibilidad. El crecimiento de la abstención, combinado con la política de tierra quemada que hace ERC, ha distanciado de las instituciones al grueso de los catalanes con conciencia nacional. España no puede hacer una Transición que deje atrás el 1 de octubre con media Cataluña desconectada de sus partidos políticos. No se puede ganar una guerra sin campo de batalla y los españoles no solo no tienen ciudades para asediar o bombardear, cada vez tienen menos capacidad para legitimar las urnas que ellos mismos escarnecieron en Cataluña.

En una España democrática, no puede ser que media Cataluña esté representada por el exilio y la abstención. Los gobiernos que no tienen el control emocional de los ciudadanos acaban convirtiéndose en dictaduras, y Europa necesita que el Estado sea presentable ante Turquía y Marruecos. Por otro lado, con tantos catalanes descontrolados, a la larga podría emerger algún partido que no encajara bien en los estándares sociológicos del régimen de Vichy. Después del fracaso de Laura Borràs, hace falta alguien que haga el discurso de Puigdemont de manera más creíble, igual que Puigdemont lo hizo el 2015 cuando Mas se apartó.

El sistema autonómico tiene que encontrar a un líder nuevo que pueda envolverse en la bandera y hacer ver, atado de pies y manos, y sobre todo atado por la cartera, que trabaja por la independencia

El sistema autonómico tiene que encontrar a un líder nuevo que pueda envolverse en la bandera y hacer ver, atado de pies y manos, y sobre todo atado por la cartera, que trabaja por la independencia. En las trifulcas de estos días entre Agustí Colomines y los chicos de Jordi Graupera resuena un encuentro en Begur, en casa de Lluís Prenafeta (ahora propiedad de la familia de uno de los líderes de Alianza Catalana), que conté en mi libro de Pla. Da repelús ver a dos figuras de la antigua CiU que en 2007 no creían que la independencia fuera factible, y que ahora están integradas en el régimen de Vichy, compitiendo para ver quién tiene la solución más efectiva a la ocupación de Cataluña. 

Las declaraciones de Dolors Feliu, la líder de la ANC, igual que los tuits de Graupera, forman parte del museo de cera que los españoles necesitan mantener para seguir quemando gente y que Puigdemont pueda dar su oportuno  paso a un lado. El margen que teníamos para hacer la independencia ha pasado y no sabemos cuando volverá. Y no solo por razones geopolíticas, también por razones internas. Las comedias del proceso, combinadas con la represión de los últimos años, han destruido la base que permitió al país plantear la autodeterminación. La suerte es que han dejado un espacio de libertad de conciencia que los españoles no saben cómo cerrar.

Para mí, la única ruptura que Cataluña se puede permitir ahora mismo es de cariz generacional. A corto plazo, lo mejor que puede pasar es que la abstención obligue a ERC y a JxC a fusionarse para proteger sus intereses de la fuerza artificial del PSC, y del resto de partidos del 155. La lucha por el cuarto espacio es una lucha fratricida que solo sirve para añadir falsa complejidad a la política y para dar audiencia a la tertulia de Ricard Ustrell. Hay muchas cosas que el nacionalismo catalán puede hacer para aprovechar los despojos del proceso. La primera es asumir que la mejor manera de prepararse para el futuro es tener la paciencia de hacer limpieza, y no esperar milagros ni heroicidades de los líderes que hicieron el proceso o de los proscritos que necesitan aparecer en TV3.