Italia es un paradigmático caso donde se enlazan sin miramientos ni discontinuidad magia, religión, cultura popular y creatividad. Y sobre todo la zona meridional es un pozo de innumerables supersticiones. Estas son parientas de las tradiciones: se enganchan y se retroalimentan. Cuando vivía en Roma, aprendía una nueva, aunque no quisiera, cada semana. No todas eran romanas, pero la capital es especialmente un pozo generador de mezquindades. La del número 17 es un clásico: en Italia, en general, es un número que lleva desdicha. Lo deducen porque en nomenclatura romana, XVII se puede leer como anagrama de VIXI, es decir, "he vivido". Si he vivido, ya estoy muerto, por lo tanto, este número era y está prohibido. Yo no lo veía así: si he vivido es porque soy mayor, y tengo experiencia. Pero no los convencía. No había ni el bus 17, y cada 17 del mes era una especie de suplicio que hacía falta pasar rápidamente. El 13 también es peligroso para los habitantes de la bota, pero eso no es cosa de italianos, sino que tiene connotaciones globales.

En la época en que compartía piso con escritores, diseñadores e informáticos delante de la fabulosa basílica romana de Santa Maria Maggiore (donde, por cierto, el papa Francisco ha pedido ser enterrado), la signora Luisa que nos lo alquilaba me hacía saber que si por la calle me encontraba un caballo blanco (!) tendría mucha suerte. Me parecía que su comentario era una burrada inverosímil, pero en Italia todo puede pasar: un día abrí la puerta y había decenas de caballos delante de nuestra calle. Era un 4 de noviembre y el motivo era una manifestación. Ninguno era blanco, por lo tanto, mi buena suerte continuó. Nuestra patrona di casa (se hacía llamar así) nos advertía de más supersticiones: no podíamos dejar una gorra o un sombrero sobre la cama porque llevaba mala suerte, ya que así nos quedaríamos sin ideas y estaríamos más cerca de la muerte, ni tampoco tener la ocurrencia de abrir el paraguas dentro de casa. Lo que sí que estaba permitido y además llevaba muy buena suerte era si se tiraba el vino mientras estabas en la mesa. Cuando eso sucedía, normalmente con vino tinto, la signora Luisa la cogía y se hacía la señal de la cruz dos veces, una en el frente y una en el pecho. Cuando barríamos nos reñía si por descuido barríamos los pies de alguno de nosotros: era una señal funesta de que no nos casaríamos.

Los europeos, que tan ilustrados y racionales nos consideramos, tenemos muy adentro la magia dentro del propio poso cultural y la herencia que nos han legado nuestros abuelos

La semana pasada, los mercados italianos hicieron corto de lentejas. Porque, italianamente, no se puede iniciar el año sin un plato de lentejas, que son el símbolo de la prosperidad que nos espera. Eso también era un clásico, las lentejas, que había que respetar.

La sal que se derrama mientras cocinas o aliñas también lleva mala suerte, pero la contrastan volviendo a coger sal y se la echan en el hombro izquierdo. Una de las supersticiones más recurrentes era el mal de ojo, el famoso malocchio, compartido con los griegos, también. Los italianos tienen todo tipo de amuletos, en forma de guindilla o lazos de santa Lucía, para alejar malos espíritus. Y así ad infinitum. ¿Viven atrapados en estas supersticiones? No, pero están más incrustadas de lo que parece.

A menudo apelamos a la racionalidad europea y nos miramos con autosuficiencia las prácticas ancestrales de otras latitudes. Los europeos, que tan ilustrados y racionales nos consideramos, tenemos muy adentro la magia dentro del propio poso cultural y la herencia que nos han legado nuestros abuelos. Y perdura.

Es ya un año nuevo, y los italianos han seguido con sus lentejas, y si llueve no abrirán el paraguas en casa, y no tirarán sal y querrán que el día 17 sea ya día 18. En contra de las supersticiones, el mismo papa de Roma ha tenido que recordar que los cristianos no creen.

Para algunos, la religión es una superstición. Para otros, la religión es el antídoto a las supersticiones. Sea como sea, persiste. En Italia, la religión es un complemento que no borra otras dimensiones, y conviven felizmente. Es el reino de las paradojas. No en vano Umberto Eco, su grandioso semiólogo y escritor, sentenció: "¿La superstición? Trae mala suerte".