Las estrategias de Mad Horse Puigdemont cada día me hacen pensar más en una cosa que yo decía cuando tenía 15 años, llevaba cabellera de rockero e iba por el mundo repitiendo de manera compulsiva: "A mí no me la juegas". Entonces no habría sabido explicar de forma precisa qué significado tenía para mí esta expresión, ni por qué la repetía tan a menudo, en cuanto alguna actitud me hacía sospechar.

Vivir en un país ocupado te obliga a estar atento a detalles insignificantes. Tienes que aprender a convivir con la confusión y aceptar la fragilidad de las cosas evidentes sin caer en las épicas baratas del escepticismo o la insatisfacción. Como casi todo el mundo está en falso, tienes que vigilar que la buena fe no te haga pagar el pollo que se comen los otros, como si tú fueras Jesucristo pero en pequeñito.

Puigdemont es un ejemplo excelente del catalán astuto y esquivo que se acaba estropeando el cerebro a base de fingir y de abusar del repertorio de truquillos y autoengaños. La carta de apoyo a la investidura de Jordi Sánchez hacía el pinta de seguir la misma lógica que la falsa declaración de independencia que promovió cuando ya había dicho que convocaría elecciones. O que viaje, a priori peligroso, ahora aparentemente tan exitoso, que acabó con su detención, justo en el momento que unos le pedían que renunciara al acta de diputado y los otros que exigiera ser investido.

Cuando el presidente se siente atrapado siempre sale por la tangente. Acostumbrado a sobrevivir en un entorno hostil, crear situaciones grotescas es su manera de dejar que la realidad vaya atrapando a los comediantes de Barcelona y de Madrid, sin enfrentarlos nunca de cara. El gran truco nacional es marear la perdiz para protegerse tras el caos, esperando que la suerte o que la mano de alguien más más honesto y decidido haga más que uno mismo.

Es así como, los últimos siglos, Catalunya ha caído de forma cíclica en el caos y como Puigdemont llevó a los políticos del país hasta el referéndum que nunca quisieron. También es así como ahora el presidente lleva el país hacia la confrontación directa con España y a la muerte de la autonomía que los unionistas intentan resucitar, para cerrar una herida que va gangrenando la legitimidad democrática del Estado.

Total, Sánchez no le podía hacer ningún daño desde una prisión española. Un presidente que no pueda inaugurar escuelas y mandar desde el Palau de la Generalitat siempre será un presidente de juguete al lado de él, que declaró la independencia, aunque no tuviera intención de aplicarla, y que atrapó a su partido y al de Junqueras en la frondosa telaraña de mentiras que habían creado.

Puigdemont sabe que la independencia es la única opción que le queda a Catalunya. Y más ahora que el procesamiento de mayor Trapero ha convertido el mantra de la presidencia efectiva en una broma todavía más pesada. Espero que también sepa que la arrogancia hará que muchos de sus compañeros de viaje prefieran morir en la mentira, disfrazando la represión de pacto, que luchar por la libertad de su país.

Ahora que Alemania ha descartado la rebelión, si el presidente no fuera tan astuto pediría ser investido para aplicar las leyes de desconexión o bien forzaría nuevas elecciones para reforzar la idea de que la autodeterminación no es un delito en ningún país normal de Europa. Como es un súper astuto puede ser que tenga la tentación de dejarse investir, para acto seguido dejar de lado la República y volver a pedir a Europa un diálogo con España que no se producirá de ninguna manera, y que irá degradando la situación.