Ahora que Phillip Roth se ha muerto me resulta todavía más fácil decir que Michel Houellebecq es uno de los pocos escritores vivos que me ha dicho alguna cosa. Roth me gusta, pero me parece un escritor un poco repelente y pretencioso, ideal para que abusen de él los críticos literarios europeos y las señoritas que buscan tres pies al gato para darse un barniz de trascendencia.

A diferencia de Roth, que masajea al lector para que acepte el vacío de su existencia pensando que podría ser todavía peor, Houellebecq paga el precio de las aventuras que viven sus protagonistas. Con las exageraciones del escritor francés ríes y te sientes acompañado. Con Roth te sientes vigilado por una especie de Dios oscuro y lerrouxista, que te asusta para que pagues la hipoteca y no te metas en problemas.

Houellebecq es sardónico pero siempre es luminoso. Sumisión, su última novela, va tanto a la raíz de la crisis de las democracias que algunos lo han comparado con 1984, de George Orwell. La novela explica la decadencia de la sociedad francesa a través de la historia de un profesor universitario aburrido, que ha perdido la curiosidad y que no sabe que hacer con su vida.

El punto escandaloso de la historia, que juega con los tabúes feministas, es la docilidad con la cual Francia acepta la presidencia de un político islamista que cambia el país de cabo a rabo. Como en el resto de sus libros, Houellebecq hurga en la baja calidad del individualismo occidental. El escritor vuelve a pintar a un europeo perezoso y obsesionado por el sexo, pero esta vez le da una salida.

La tesis de fondo del libro es que no son los gobernantes que tiranizan al pueblo sino que es el pueblo que en el fondo pide, implora, ser tiranizado de una manera u otra. En la Francia de Houellebecq el dinero de Arabia Saudí es suficiente para doblegar sin resistencia los valores ilustrados y la tradición laica de la república. El protagonista encuentra en un aumento de sueldo y en la poligamia motivos suficientes para convertirse.

La novela explica de una forma tan clara y tan sencilla la transición entre la Francia ilustrada y la Francia islamista que lo hace creíble. En una entrevista leí que Roth decía que tanto da las cosas que sepas y cuántas cosas pienses porque nunca estarás por encima del sexo. Para Houellebecq el sexo es sólo la expresión más capitalista y desesperada de la necesidad que el hombre tiene de pertenecer y de someterse.

Mientras leía el libro no dejaba de pensar en Ciudadanos y en la fuerza insospechada que le ha dado el apoyo de las empresas del Ibex. En unas democracias que han erosionado la tradición y la identidad hasta convertir el bienestar en la única idea integradora, el dinero parece capaz de llenar con cualquier cosa el vacío del europeo culto y cosmopolita. Sobre todo si viene acompañado de promesas y palabras tranquilizadoras.