Existen muchas formas de suicidarse o, como dirían los cursis, de quitarse la vida. Hay quien opta por continuar con la metódica tradicional de la literatura ochocentista, véase pistola en la mollera o utilizando la combinación de una Gillette con la bañera calentita, que es una vía para largarse del mundo mucho más tranquila y grecorromana (más sexy, vaya; y ensucia mucho menos las alfombras del salón de casa). Alberto Núñez Feijóo ha escogido el camino pujolista —a saber, pirarse del tinglado tocando la cancioncilla de la dignidad moral— a base de plantarse delante de Pedro Sánchez con el objetivo de explicarle que él podría presidir España, pero que la dignidad se lo impide. Sí, mire, escuche, ya me tragaría todo eso que pide Waterloo, la amnistía y blablablá, pero resulta que soy un tío íntegro y respeto la ley, la unidad de la patria y blablablá. Ayer, de tan digno, el pobre chaval parecía catalán.

La situación tiene mucha gracia porque, justamente por su carácter pujolista, Núñez Feijóo no tendría ningún problema en llenar de auriculares el Congreso para poder dirigirse a los españoles en gallego y, en caso de acercarse a Convergència para devolverla al peix al cove de toda la vida, todavía tendría menos dilemas éticos que Sánchez a la hora de pactar una amnistía. Pero el dirigente gallego trabaja a sueldo para las élites madrileñas y, amigo mío, esto tarde o temprano se acaba pagando, no solo porque te tengas que hacer más papista que mi querido Federico Jiménez Losantos en términos de patriotismo, sino porque, con tanta inflamación, te acabas inventando delitos inauditos en democracia (como la lealtad institucional) o pidiendo a cuatro almas caritativas del PSOE que se equivoquen de botón a la hora de votar. De tanta apelación al contorsionismo, ayer la prensa derechista del KM 0 parecía catalana.

En Madrid no hay forma más exacta de anticipar la presencia de un cadáver político que ver la foto de un líder manifestándose contra el presidente en funciones. Maquiavelo estaría orgulloso

Por otra parte, también admirábamos con honestidad la sonrisa profident de Pedro Sánchez, que observaba la agonía de su rival con la tranquilidad del comensal a quien todavía le quedan fuerzas para rematar la ingesta posterior al chuletón con un Partagás y un gin-tonic de Plymouth. Fijaos en lo tranquilo que estaba Sánchez, que por no currar no tuvo ni que moverse del escaño para responder una sola palabra al rival; esto de regalar la palabra a Óscar Puente (el antiguo alcalde de Valladolid, quizás la víctima mediática más ilustre de la alianza entre PP y Vox) fue una idea de traca. Al manual de la supervivencia, Pedro Sánchez ahora ha sumado el arte de pasárselo bien viendo como se desangran sus rivales. Últimamente, en Madrid no hay forma más exacta de anticipar la presencia de un cadáver político que ver la foto de un líder manifestándose contra el presidente en funciones. Maquiavelo estaría orgulloso.

Lo mejor de todo, as usual, es la presencia oculta del PNV en el futuro pacto de gobierno. Encantadísimos de presenciar la carnicería de los grandes partidos españoles con la amnistía como plato único de la cena, los vascos dejan pasar las tardes esperando su momento de gloria. Con cinco diputados como cinco soles, Aitor Esteban vive encantadísimo con el hecho de que todo el mundo mire a Waterloo para hacer aquello tan pragmático de esperar cash. Esta gente, hija mía, sí que sabe de garantizarse lluvias de millones. Y mientras... ¿qué pasaba en Catalunya? Pues bien, poca cosa, más allá de nuestro pequeño Molt Honorable asegurando que ya le han pasado algunas fotocopias del futuro pacto por la amnistía. Pere dice que llegará seguro y que no suframos, porque hay que hacer las cosas con discreción. ¿Y el referéndum, presi? ¡Alehop! Primero fue condición de investidura y ahora, en todo caso, ya hablaremos de ello durante los próximos cuatro años. Next.

Para ser justos, hay que decir que Aragonès tuvo un gesto bastante gallardo al afirmar que espera poder recibir muy pronto en Palau al president Puigdemont, Marta Rovira y al resto de exiliados. "Eso pasará", decía nuestra máxima instancia. En eso estoy bastante de acuerdo con el pequeño Molt Honorable. Pero no tenemos que menospreciar la habilidad de Pedro Sánchez en el arte de asesinar a la gente a la que parece abrazar de forma magnánima. Ayer fue Núñez Feijóo y quién sabe si la próxima víctima podría ser el actual inquilino de la plaza Sant Jaume. Si la cosa va así, y "eso pasará", tendría todavía más coña que a los exiliados de la justicia española los acabe recibiendo Salvador Illa, acompañado del propio Sánchez. Cosas más raras hemos visto en Catalunya, señora.