Este fin de semana leí otro artículo de Juanjo Burniol que me recordó a los viejos tiempos del procés, cuando coincidíamos en las tertulias de Catalunya Ràdio y él defendía que los chicos de Podemos regenerarían la política española. Entonces Burniol intentaba resucitar, con la complicidad de muchos procesistas, el resentimiento social que hundió la Cataluña de los años 20 y 30. Todo valía para ensuciar el debate sobre la autodeterminación, incluso la comedia autopunitiva de Jordi Pujol que ahora intentan rehabilitar los mismos que intentaron quedarse con su partido, aunque fuera cambiándole el nombre.

Burniol se queja de que los chicos de Pablo Iglesias hacen daño a la credibilidad de Pedro Sánchez. Dice que el PSOE bastante tiene con ERC para tener que aguantar a unos socios de gobierno tan irresponsables. Sus artículos cada día me recuerdan más a la placa para "los caidos de España" que había en el Cercle del Liceu. El otro día la buscaba, discretamente, y no la encontré. Pensé que quizás la han metido en la papelera de la Historia para congraciarse con las tácticas pacificadoras del PSOE. Si al Valle de los Caídos tenemos que aprender a denominarlo Valle de Cuelgamuros y el Aeropuerto del Prat intenta hcerse llamar Josep Tarradellas, todo puede llegar a ser.

El único motivo por el cual los chicos de Puigdemont no se han rendido todavía es porque no mandan lo suficiente

La cuestión es que Podemos empieza a molestar en Madrid con la misma hipocresía que aquí molestan Ada Colau y los chicos de Oriol Junqueras. Por ejemplo, ahora está de moda cagarse en las superislas de Barcelona, pero no me extrañaría que de aquí a pocos años los lameculos mediáticos de Xavier Trias vayan explicando que son un gran invento. Con el modernismo pasó igual. Hasta que la Transición no tuvo Barcelona bajo control, la Sagrada Familia y sus hermanos pequeños fueron considerados buñuelos por la pedantería militante. Es lo que le venía a decir Joan Tardà a Pilar Rahola cuando le explicaba que si el independentismo se pega un porrazo electoral, Junts y ERC tendrán que hacer una “reflexión.”

Tardà sabe que el único motivo por el cual los chicos de Puigdemont no se han rendido todavía es porque no mandan lo suficiente. De hecho, sabe que si los chicos de CiU llegan a mandar, su rendición será mucho más dura que la de ERC. Incluso es posible que el tono bajo que Tatxo Benet ha adoptado últimamente tenga que ver con la constatación de que ha sido chapuceramente utilizado. El desprecio de Burniol por sus viejos amigos de Podemos es un buen termómetro de la impaciencia que rezuman los arquitectos de la pacificación. La prueba de que los resucitados de la antigua CiU son muñecos de Madrid es el entusiasmo que la caída de Laura Borràs genera entre los mismos que abandonaron a Pujol. 

Basta con pasar de vez en cuando por Barcelona para ver que la capital de Cataluña se está despertando y que pronto recuperará su viejo encanto de siempre. Barcelona ha pasado una época mala porque la pandemia agravió el luto por las mentiras del procés, y mató a un buen puñado de abuelos cultos y socialmente activos que se habían comprometido con la independencia. Barcelona tuvo sus mejores años cuando los extranjeros se pensaban que aspiraba a representar un país libre. No hay nada más capitalista que la esperanza, ni nada más peligroso que una nación sometida con una clase indígena emergente.

El estado español quiere capitalizar el renacimiento de Barcelona para dar la culpa al independentismo

Ahora mismo, la mejor opción para Barcelona es disfrutar de un caos controlado ante la España del 155. El otro día un señor de El Putxet me decía: "Lo más parecido a no tener alcalde es tener a Colau, y esto nos va mejor que cualquiera de las alternativas disponibles". Estuvimos de acuerdo que tenemos que dejar que la energía de la globalización y los beneficios de la guerra de Ucrania repartan suerte sin que los intermediarios de Madrid puedan meter mucha mano. Burniol y sus pacificadores, claro, sueñan con eliminar todo el que no haga peste de 1978, igual que Madrid sueña con convertirse en la capital más blanquita y culturalmente homogénea de Occidente.

El mejor antídoto contra el sueño totalitario de la España eterna es dejar que los extranjeros entren a saco en Barcelona, mientras los peludos de Pablo Iglesias y los chicos de Oriol Junqueras chapotean en las instituciones de 1978. Es un cóctel menos peligroso que dar aire a las momias repintadas de los tiempos de Tejero y la Loapa. El estado español quiere capitalizar el renacimiento de Barcelona para dar las culpas al independentismo, y necesita cuatro plumas sioux para que no parezca que el saqueo nos viene impuesto de fuera. Pero el renacimiento de Barcelona no tiene que poderlo capitalizar nadie, tiene que ser una simple venganza de la geografía y de la historia.