Querida Sra. Simó,

He dudado mucho de si dedicar mi tiempo a escribirle esta carta porque, desde que miércoles pasado el M.H. president Aragonès anunció la convocatoria de elecciones en el país, quizás a usted, que ya solo es consellera en funciones, le debe importar muy poco lo que le quiero explicar sobre las jornadas de puertas abiertas que he vivido este año en la ESO. No salgo del asombro, Sra. Simó. No paro de recibir correos de familias que me dicen buscar un modelo de centro para sus hijos e hijas con más rigor académico y diferente de lo que nosotros ofrecemos. ¡Ahora sí que no entiendo nada de nada, consellera!

Permítame que me presente: soy Xènia Murillo, directora de un instituto público de Santa Coloma desde hace 12 años, por lo tanto, muy acostumbrada a las tareas que requiere el liderazgo educativo. Cuando empecé, eso de las jornadas de puertas abiertas, me daba un poquito de respeto, pero con los años, ya le había tomado totalmente la medida a la cosa de venderse, porque (que quede entre nosotros) la cosa va de eso, ¿verdad? De engatusar a las familias y que te compren el proyecto de escuela como quien compra unas vacaciones con pulsera-todo incluido a un resorte de Punta Cana. Tengo que confesarle que los primeros años, incluso tenía mis escrúpulos al respecto, porque, pensándolo bien, el hecho de que un servicio público tenga que explicar historias sobre sus proyectos y virtudes para captar parroquia, parece un grave despropósito que no puede llevar nada bueno. ¿Se imagina, consellera, que usted y yo y toda la población de Santa Coloma pudiera escoger el CAP que lo tiene que asistir en caso de enfermedad, después de haber hecho una ronda por los consultorios y enfermerías, examinado los aparatos de radiología y broncoscopia, consultado el grado de proclividad a hacer recetas a demanda del paciente y, para acabar, haber escuchado los discursitos de la directora del centro, escoltada por médicos y médicos sonrientes, con batas impecables y fonendos nuevos? Cuál sería el criterio determinante: ¿el color acogedor de las paredes? ¿La comodidad de los asientos de las salas de espera? ¿El hilo musical que hace ambiente? ¿La sonrisa de la administrativa que te recibe? ¿O quizás las dotes de seducción del enfermero o enfermera o infermere, que ya sabemos que todo va a gusto del consumidor?

Hasta ahora, y una vez aparcados los miramientos, la cosa siempre había ido como una seda. No es para colgarme medallas, pero al mismo tiempo de vender mi instituto como un centro público de primera categoría (y no como los de máxima complejidad) yo era una auténtica crac. ¡Mire si era así, que, incluso, los directores de la concertada de la ciudad me temían! Y sé que corría por el barrio que me habían dado el apodo de "Xènia, la encantadora de familias". No había curso que no tuviéramos que rechazar decenas de solicitudes de preinscripción de los chiquillos.

Cuando en el salón de actos cogía el micrófono y veía las miradas expectantes de padres y madres, yo me crecía e iniciaba mi speech brillante con entonación, pausas y bromitas estudiadas. Como quien da urraca por perdiz, yo les explicaba las virtudes de las numerosas horas de trabajo globalizado por proyectos, la inutilidad de los libros de texto tradicionales y la necesidad del uso de recursos digitales para crear ciudadanos competentes y adaptados a los nuevos tiempos. Como quien les dora la píldora, yo les cantaba las ventajas de nuestras aulas renovadas con mesas de cinco alumnos para favorecer la evaluación formativa grupal; los sofás, pufs y cojines acogedores, así como las plantas naturales que acabábamos de reponer expresamente para la jornada (siempre he sospechado que algunos alumnos se las comían como la cabra aquella de la oscarizada Poor Things). Paréntesis cinematográfico aparte y volviendo al contenido del discurso, yo enfatizaba que para nosotros la búsqueda de la felicidad era uno de nuestros pilares fundamentales. Y por eso, lo que de verdad embetunaba las familias año tras año era nuestro proyecto "Relaxa't" de educación emocional. ¿Con profusión de detalles les hacíamos saber el desarrollo de nuestro programa que contemplaba aspectos relativos al autoconocimiento, como las unidades didácticas "Quién soy yo?" ¿"Cómo gestionar mis ataques de ansiedad?" o "¿Qué hacer cuando me siento frustrado?". El momento culminante de mi discurso, que hacía que los futuros clientes me bebieran a chorro, era la enumeración de salidas educativas como treasure hunts, colonias y viajes de fin de curso, sin olvidar la lista de actividades extraescolares estimulantes como por ejemplo los talleres de rap, hip-hop, mindfulness o jiu jitsu que yo había pactado a precios asequibles con una fundación privada.

Todo este discurso tan bien trabado y que me ha resultado durante tantos años, me huelo que este curso no me funcionará. No paro de recibir mails de familias agradeciéndome el speech, pero descartando mi centro

Todo este discurso tan bien trabado y que me ha resultado durante tantos años, me huelo que este curso no me funcionará. Estoy perpleja y pasmada, porque pocos días antes de que se acabe el plazo de preinscripción nos estamos comiendo los mocos y yo no paro de recibir mails de familias agradeciéndome el speech, pero descartando mi centro con argumentos como estos: que si prefieren los libros de texto y las asignaturas convencionales; que si nosotros no mandamos suficientes deberes y no hacemos exámenes; que si pensamos prohibir móviles y limitar la exposición a pantallas digitales o no; que qué pasa con la disciplina; que si dónde está la biblioteca del centro y cada cuánto renovamos el fondo (eh?); que no les enseñé los laboratorios y talleres de tecnología; que si quieren un aula de experimentación matemática; que por qué no hacemos ajedrez en la hora del patio, y un largo etc. sin Embargo, el colmo de mi pasmo ha sido motivado por el tipo de extraescolares que me piden. ¡Resulta que ahora quieren que sus hijos e hijas hagan más idiomas, música, canto coral y sobre todo teatro para ejercitar la memoria! Por no hablar de los más radicales, aquel tipo de padres y madres tan hippies, que proponen clubs de lectura, o de debate filosófico semanal!! ¿Entiende qué está pasando? ¿Qué nos hemos perdido, Sra. Simó?

Mire, suerte que nos queda poco, consellera. A usted porque se le acaba el mandato antes de hora y a mí porque después de tantos años de dar higos por linternas, he conseguido consolidar mi complemento económico de dirección de por vida, he hecho números y ya me sale a cuenta jubilarme. Ahora bien, si usted quiere hacer un último acto de servicio a la comunidad educativa, por favor, haga ver a los altos cargos de su Departamento y a las fundaciones privadas con quienes trabajan que la moto de los proyectos y la felicidad se ha acabado. El cambio de paradigma pedagógico que hasta ahora ustedes y yo hemos predicado se ha ido a la quiebra, se ha hundido como el Titanic y no nos habíamos ni dado cuenta. Parece que, de ahora en adelante, lo que se impone es la vuelta al esfuerzo, el conocimiento y el sentido común y, para poner esta pizca de juicio, no había que pagar tantas comisiones de expertos. Incluso las familias, que durante años han comprado historias inocentemente, han abierto los ojos y, después de los resultados de las últimas pruebas PISA, ya no se dejan tomar más el pelo.

Acabo esta carta con mis mejores deseos de directora en vías de jubilación para una consellera en vías de recolocación.

Atentamente,

Xènia Murillo