Querido Sr. Cambray:

Acabo de saber por Twitter que el director de instituto de Sallent vinculado al caso de las gemelas que se quisieron suicidar será "relevado" a finales de este curso. Su secretaria general de Educación, una tal Gomà, dice que está para "dar un cambio y un respiro a una comunidad educativa y a un instituto que están muy trastornados". Previsible, viniendo de su Departamento!!! Conseller, ¿esta es la gran solución que se les ha ocurrido ante este marrón? ¿Buscar un chivo expiatorio para cargarle el muerto y esperar que el hecho se olvide como antes mejor? Siento decirle que las cosas no funcionan así, y que eso no es la madre del cordero, que lo sé muy bien, por experiencia personal.

Diga lo que diga mi DNI, yo me he autobautizado con el nombre de Kriss, un nombre unisex, porque me considero gender fluid, ya que soy demasiado masculina para ser una mujer y demasiado femenina para ser un hombre. En el insti también me dicen Queroseno, sobre todo entre las compis de la M.M.M. (Machete al Machirulo Machote), que cada 8 de marzo llenamos de pintadas el barrio y, cuando podemos, quemamos contenedores en la mani nocturna a escondidas de los Mossos. Por lo tanto, me defino como transfeminista, anticapitalista, ecologista, antirracista, anticapacitista y antiedatista (¿entiende todo esto que le digo?). Mis referentes son Greta Thurnberg y sobre todo sobre todo, Virginie Despentes, mujer violada, puta por voluntad propia, actriz porno y escritora. Vaya, una auténtica superviviente de la distopía heteropatriarcal en la que vivimos permanentemente. Me he leído cinco veces su libro, que le recomiendo mucho como una obra maestra del empoderamiento de las mujeres, y es por eso que también me defino como una "chica King Kong", de las de pelo rojo, medias de rejilla y botas militares superchic.

Yo no odio a todos los hombres, de hecho, incluso algunos me gustan bastante, pero esta masculinidad tan tóxica me provoca vomitera

Mire, le cojo la palabra, Sr. Cambray, y, de acuerdo con sus propias declaraciones en el Parlament de Catalunya con respecto a incorporar la "mirada del alumnado" en los protocolos en casos de bullying, me siento plenamente acreditada, como alumna y buena conocedora del tema, para escribirle esta carta y hacerle llegar mi opinión. Sepa que saqué un 10 en mi trabajo de investigación de 2.º de bachillerato, que llevaba por título Acoso escolar y machismo: una perspectiva interseccional. La tesis de mi trabajo de investigación es que el bullying es expresión del propio patriarcado, que siempre ha sido machista, racista y clasista por definición.

Dos años de observaciones y lecturas me han hecho una experta en el tema, pero el detonante de mi interés fue el caso de mi amiga del alma, Gelmi, que cuando hacíamos 3.º de ESO fue víctima de un acoso muy heavy por parte de los machirulos de la clase. Se lo explicaré mejor. El caso fue de manual. Gelmi, llegada de Colombia, era una chica tímida, bajita y gordita, además de lesbiana recién salida del armario. ¡¡Vaya, que tenía todos los números!! Los machirulos también respondían al modelo clásico: siempre con la gorra o la capucha puesta en clase, con los pantalones caídos y enseñando los calzoncillos; andaban como si llevaran pistolas o tuvieran las pelotas hinchadas y no pudieran juntar las piernas, y por eso se sentaban bien despatarrados. Mire, Sr. Cambray, yo no odio a todos los hombres, de hecho, incluso algunos me gustan bastante, ¡¡pero esta masculinidad tan tóxica me provoca vomitera!! Solo hacía dos meses que el curso había empezado y a la pobre Gelmi ya le habían enganchado un chicle al pelo, pintado la silla con rotu rojo para que al levantarse pareciera que se había manchado con la regla, la habían acosado en el lavabo para insultarla diciéndole chaparrita, sudaca y torti sebosa. La pelota se fue haciendo cada vez más grande: un día, en la clase de catalán, cuando la profa —a quien aquellos milhombres perdonavidas también secaban de quicio— nos hacía buscar sinónimos de la palabra gordita y los anotaba en la pizarra, y a cada nueva palabra (maciza, obesa, rechoncha, regordeta, panzona, redondita...) se oían las voces de los machirulos desde el fondo coreando el nombre de mi amiga como si cantaran la alineación de un partido de fútbol. Acobardada y avergonzada, Gelmi dejó de venir unos días al instituto, pero ni así la dejaban en paz, porque, mientras tanto, sus agresores hicieron circular por las redes sociales un vídeo en que se la veía morreándose con otra chica, acompañado de un comentario que decía: "Rollobollo, ¡¡qué asco!!".

Como ya desde pequeña he sido muy combativa, por eso soy una chica King Kong, convencí a Gelmi para que saliera de su círculo de indefensión aprendida y expusiéramos el caso a la psicopedagoga enrollada del centro. La habíamos conocido en una charla de educación sexoafectiva donde nos enseñó a poner condones en pollas de plástico para aprender a evitar las enfermedades de transmisión sexual. La psico, preocupada y chocada, nos prometió que hablaría con la tutora y con la dirección para activar rápidamente los protocolos de intervención. Ahora, en pelota pasada, entiendo porque, después de dos semanas, todavía nadie había hecho nada de nada. Si atendemos a sus propias palabras en el Parlament, Sr. Cambray, no sé en qué fase del protocolo nos detuvimos: ¿sensibilización?, ¿prevención?, ¿detección?, ¿mediación?, ¿constitución del equipo de intervención?, ¿comunicación a inspección?, ¿vigilancia?, ¿entrevistas?, ¿comunicación a las familias?, etc. La cuestión es que ni Gelmi ni sus padres nunca supieron nada, ni mucho menos los padres de los machirulos, que siguieron paseándose despatarrados e impunes por los pasillos y reventando las clases en el instituto. Usted se ha hecho un hartón de predicar un cambio de mirada social con respecto al tema del acoso escolar, pero a mí me da la impresión que no es un tema de vista, sino de oído, porque Gelmi recibió como respuesta a su agresión un silencio atronador.

A mí lo que me fastidia de verdad es el silencio a que al final se condena a la víctima

Después de las esmeradas observaciones de mi trabajo de investigación, entiendo lo que pasó. Por un motivo o por otro, aquí todo el mundo practica la ley del silencio: la psicopedagoga siempre ha ido muy desbordada por toda la problemática que tiene que gestionar y derivar a unos servicios sociales colapsados. La tutora y el profesorado en general tienen poca capacidad de poner disciplina y cero autoridad, porque el sistema los ha desposeído de ella. Las direcciones, abandonadas a su suerte y sin apoyo institucional bajo la supuesta autonomía de centros, no osan ni aplicar el reglamento de régimen interno hasta las últimas consecuencias, ni iniciar procesos administrativos que acabarán convirtiéndose en laberintos burocráticos kafkianos y en herramientas de fiscalización que les volverán como un boomerang. Los expertos del Departamento de Educación se miran bien satisfechos las infografías, llenas de algoritmos y colorines, que han hecho sobre los protocolos del bullying. Y a mí lo que me fastidia de verdad es el silencio a que al final se condena a la víctima. La pobre Gelmi acabó callando para no amplificar su estigmatización, mientras que sus victimarios nunca tuvieron que hablar para reconocer la agresión. No les hizo falta, todo se tapó. Gelmi todavía está esperando la reparación de su daño.

Acabo aquí mi carta, porque cuanto más escribo y recuerdo aquellos hechos, más me enciendo. Y al fin y al cabo tampoco estoy segura de que usted esté entendiendo nada de lo que le explico, porque, vista su condición de "señoro" blanco, heteronormativo y que va de guaperas, de clase acomodada y de sueldo sustancioso, que disfruta de todos los beneficios de un mundo androcéntrico y patriarcal, es difícil que usted se ponga en la piel de mi amiga Gelmi: una chica migrada, de piel oscura, con un cuerpo no normativo, lesbiana, de orígenes humildes y expectativas de trabajos precarios. Si fuera Gelmi quien le dirigiera esta carta, le diría que menos paternalismo con los vulnerables, menos protocolos burocratitzantes y estériles, menos llenarse la boca con celebraciones feministas del 8 de marzo y más aclarar cuáles son las líneas rojas de lo intolerable y, sobre todo, más inversión al sistema educativo público para detener las agresiones de los machirulos machistas, que hacen lo que les da la gana con total impunidad.

Como le diría Despentes, "el feminismo es una aventura colectiva, para las mujeres, para los hombres, y para los demás. Una revolución que está en marcha". ¿Se apunta, conseller? Si no, hasta ahora, y buen viaje...

Kriss, la Queroseno