Me parece que esta es una pregunta clave en el tema de la independencia y es especialmente centro de la noticia en la Diada o en cualquier otra manifestación en la calle. Hay, sin embargo, un obstáculo notable a la hora de contestar esta cuestión de manera veraz, honesta —incluso sin voluntad de deshonestidades—, porque no hemos aprendido a contar, ni hemos aprendido la importancia de hacerlo y exigirlo, y porque a demasiada gente, de signo diferente, les ha interesado que las cuentas no estuvieran claras.

No estamos en un mundo donde la claridad, la transparencia y la honestidad sean valores a defender por encima de otros y por eso hemos normalizado sin demasiadas manías que en vez de evidencias se hable de emociones, sentimientos y voluntades. Hemos hecho que el relato partidista —partidista de lo que sea— campe libremente; y con eso no quiero decir que este tipo de relato no tenga cabida, pero tendríamos que poder separar un tipo de posicionamiento del otro y especialmente distinguir en qué ocasiones no se pueden mezclar.

Es decir, entiendo que en una arenga política reine el sentimiento y el deseo de dibujar la realidad que se acomoda a los valores que se defienden y, por lo tanto, que se haga una realidad a medida. Pero, también, no entiendo de ninguna de las maneras que se utilice el mismo principio para el análisis político. Quizás, sin embargo, es que demasiado a menudo se disfraza de análisis político lo que es meramente consigna política.

No estamos en un mundo donde la claridad, la transparencia y la honestidad sean valores a defender por encima de otros y por eso hemos normalizado sin demasiadas manías que en vez de evidencias se hable de emociones, sentimientos y voluntades

En mi caso la primera interesada soy yo en saber de verdad, o lo más esmeradamente posible, cuánta gente había en la manifestación. A mí me preocupaba especialmente que no fuéramos bastantes —de hecho, siempre querría que fuéramos más— y me preocupa especialmente porque sé lo que nos jugamos. Es evidente que he ido a otras manifestaciones por la independencia, o relacionadas, en las que todavía había más gente; aparte de que solo tengo que mirar en mi entorno próximo para ver que falta gente. Ahora bien, de aquí a decir que éramos pocas o pocos, hay un abismo.

Sé cuántos titulares hablan de fallida, de pérdida de músculo o de fuerza, aunque lo cierto es que la capacidad de convocatoria sigue siendo, hoy por hoy, un éxito, se compare con lo que se compare. Otra cosa es que se quiera o se pueda reconocer así. También si se compara con las ocasiones en que hablábamos de muchos miles más e, incluso, de millones, que ante los hechos se negaban, pero que ahora, a toro pasado, se reconocen indirectamente para hablar de la bajada. Eso no quita, sin embargo, que puede ser que no seamos pocos, pero no sé si somos suficientes. Este es el nudo que tenemos que resolver, más todavía cuando el interés es grande en que no se sepa

El abismo, sin embargo, no se está solo dando en el recuento o, en todo caso, es tan grande como el menosprecio creciente que denoto cuando se habla en los medios de comunicación catalanes —en el caso de los españoles ya lo doy por descontado— con gran condescendencia, cierta mofa y poca rigurosidad de aquellos y aquellas independentistas que seguimos manifestándonos. Tengo claro que eso es porque molesta y mucho que sigamos saliendo. De hecho, molesta ahora todavía a más gente; aparte de los contrarios a los arrepentidos. No podemos ayudar en eso, no dejéis que nos convenzan de que no tiene ni sentido ni valor lo que hacemos. Solo tenéis que mirar las reacciones de todo tipo que se generan cada vez que salimos a la calle.