Es inevitable empezar hablando de Ayuso, aunque no es de ella de quien quiero decir algo. La imagen de Madrid inundando de blanco las calles —que no es lo mismo que las terrazas— ha sido lo suficientemente poderosa para que Isabel Díaz Ayuso se hubiera inmutado, aunque no ha sido el caso; por lo menos en la foto oficial. Por otra parte, a pesar de pensar y/o constatar la nefasta política que está llevando a cabo la presidenta a la Comunidad de Madrid en todos los campos —o cuando menos en los que le conozco, excepto en el de conseguir dinero del Estado—, considerarla como el centro del problema sanitario también me parece equivocado.

No dejo de tener en cuenta la elevadísima mortalidad —comparativamente hablando— de la Comunidad de Madrid en la ola fuerte de la covid-19, o la imposibilidad de trasladar ancianos y ancianas de las residencias a los hospitales en esta misma época, o la estafa/malversación de las mascarillas y la teatralización del aumento de plazas con las camas de "campaña", aparte de la política decidida —antes y después de la covid-19— de privatizar y privatizar y más privatizar; pero no solo las políticas de Ayuso son las que han creado el problema, aunque sin duda lo hayan agravado.

Un sistema sanitario público de calidad, universal y de cobertura universal es imprescindible para tener una sociedad democrática

Me parece que el problema es mucho más general y está mucho más extendido de lo que parece, pero igual que da miedo ir al médico, más miedo todavía da hablar mal de él, por eso de que en un momento u otro tu vida está en sus manos y suerte tendrás de que sea así. ¡Hay quien añade que suerte tendrás si estas manos son unas buenas manos!

Durante la pandemia una parte importantísima de la población salía cada noche a las 8 a aplaudir al personal sanitario, el mismo personal sanitario del que ahora se habla en términos nada elogiosos. ¿Qué ha pasado aparte de dejar, más o menos, atrás el miedo por la covid-19? Pues que la realidad nos ha dado una buena bofetada.

Un sistema sanitario público de calidad, universal y de cobertura universal es imprescindible para tener una sociedad democrática. Igualar las oportunidades de la ciudadanía ante la enfermedad, es decir, su curación, tendría que ser un pilar básico del estado del bienestar democrático, más allá de la teoría. Y hay demasiados indicios de que, más allá del papel de los discursos políticos y las declaraciones de intenciones, esto no es así.

Que el sistema de salud pública estaba estresado era ya evidente antes de la pandemia y esta no vino a mejorar la situación, al contrario. Además, no todo pasa por la urgencia —por otra parte, más que evidente— de aumentar presupuesto. Para hacerlo sostenible como mínimo hay que reorganizarlo, cambiar su diseño y su organización y, sin duda, el trato que se da al paciente. Desde mi perspectiva, el sistema falla en su conjunto y eso hace que los profesionales salgan maltrechos, sin dejar de lado que no todo el mundo está haciendo bien o lo bastante bien su trabajo.

Cuando menos, este es el sentimiento de una buena parte de la ciudadanía —si tengo que hacer caso de las conversaciones de la calle— y querría equivocarme en eso, porque no hay nada peor que estar enfermo o enferma y que no te atiendan o no te atiendan bien.