Los jóvenes de finales de los setenta en Catalunya ahora están sorprendidos, en algunos casos con temor, de la vigencia de un autoritarismo y violencia policial que creían olvidada para siempre con el final de la dictadura franquista. Todavía más al ver el golpe de estado del gobierno tripartito unionista, PPSOECs, nunca pensado, sino que ni siquiera era imaginado por nadie.

A finales de la dictadura, la lucha era muy diáfana, sí a todo por el lado de los jóvenes, el lema de libertad era mayúsculo: ¡prohibido prohibir! Esta afirmación era todavía más precisa cuando se produjo la decrepitud agónica de un régimen que envejecía al ritmo que lo hacía el dictador.

La generación del 68 al hacerse adulta educó a sus hijos con los valores de la libertad, la tolerancia, la pluralidad ideológica y política y el rechazo más absoluto a la violencia.

Hay quien dice que la Revolución del 68 de París, pero también de Praga y de México, rebelde, joven y contestataria, nunca acabó de triunfar entre nosotros. No lo hizo con los parámetros europeos de entonces, pero sí que a la larga se impuso, que dejó una huella imborrable, portadora de los valores fundamentales que se transmitieron a las nuevas generaciones.

La Revolución del 68 no es la generación de la transición política pactada con los franquistas que optaban por la reforma para evitar la ruptura democrática, recordemos como ejemplo claro que el año 1968 Felipe González tenía 26 años y Guerra 28, para citar unos nombres clave. Los amigos y colegas de la Bodeguilla de Felipe González tenían edades similares. Ya eran gente formada y con profesiones definidas. Por eso algunos de ellos, que fueron los que más se beneficiaron de aquellos años, no han aceptado el paso del tiempo y la revolución democrática que supone el soberanismo. Por eso se refugian en su pasado ensimismado, convirtiéndose en unos aburridos exrebeldes démodés. Por eso pueden coincidir con un PSOE represor aliado de PP y Cs. La derecha y la derecha de la derecha.

Los ochenta y noventa fueron años de reconstrucción ilusionada para poner Catalunya y España a nivel europeo, a veces se tragaron ruedas de molino, así como las limitaciones restrictivas del nacionalismo español para hacer frente a las necesidades de Catalunya

La generación del 68 tuvo que anhelar el final del franquismo, viviendo de forma emocional e intensa el asesinato de Puig Antich en 1974, las últimas ejecuciones franquistas en 1975 o la fuga de Segovia y la muerte de Oriol Solé Sugranyes en 1976. Además, de vivir con ilusión esperanzada el retorno de la Generalitat con la persona de Tarradellas (1977) por la fuerza de la sociedad catalana que lo hizo posible. La manifestación del millón de personas que se pensó que nunca más se repetiría. Ver tanta y tanta gente por las calles de Barcelona o por el país. Estaban bastante equivocados si miramos lo que ha pasado del 2010 hasta hoy.

La generación del 68 creyó que la política democrática se impondría haciendo realidad la promesa de una Catalunya autónoma en una España plural. Ya se medio desconfió cuando el 23-F y los extraños movimientos del PSOE, más inquietos, se quedaron con la LOAPA y fue definitivo el recelo y la pérdida de confianza cuando bajo el mandato del PSOE se fundaron los GAL.

Los ochenta y noventa fueron años de reconstrucción ilusionada para poner Catalunya y España a nivel europeo, a veces se tragaron ruedas de molino, así como las limitaciones restrictivas del nacionalismo español para hacer frente a las necesidades de Catalunya. También vivir la estrategia del peix al cove del pujolismo —pan para hoy, hambre para mañana— que significaba una permanente humillación nacional. Las esperanzas rebrotaron un poco con el primer tripartito, pronto vieron que era una engañifa más de los barones del PSOE para consolidarse en el poder, aquí y allí. De paso traicionando al PSC. Haciendo de él un títere en manos de un acomodaticio Iceta.

La generación del 2017 ha visto las orejas del lobo por primera vez. No todo es como se pensaban, tienen que tomar posición

Todo estalló a partir del 2006, los de la generación del 68 ya son gente madura, la propuesta de país —de gobierno y oposición— en el Estatut es traicionada. Defenestrado Pasqual Maragall, burlada la población catalana en el referéndum acordado, incluso aprobado en el Congreso español, a pesar del cepillo de un Guerra pagado de su soberbia, aparece un hecho definitivo, el dictamen de julio del 2010 de un Tribunal Constitucional que no respondía a ningún criterio de justicia. Un Tribunal Constitucional que no es ni Tribunal, ni es Constitucional. Un autollamado ente estatal que nos quería —y quiere— anular en todos y cada uno de los derechos como pueblo.

Los de la generación del 68 hoy ya son abuelos. Han educado a hijos y apoyado a nietos con valores de convivencia y paz y hoy por hoy reciben bofetadas morales, cuando no violencia policial. Reaccionan a tanta mediocridad, están en los lugares de reivindicaciones, manifestaciones, resistencia pacífica y defensa de la voluntad nacional.

El derecho a decidir es un movimiento transversal, una revolución democrática que los cautiva. Ahora ya no los engañan con la presunta honestidad de la izquierda social, ya los han visto y han vivido. La derecha es muy corrupta y hace de derecha, la dicha izquierda hace algo parecido, recuerdan a menudo lo que decía Joan Fuster: lo que más se parece a un español de derechas es un español de izquierdas.

Las manifestaciones se encadenan una tras la otra, año tras año y los de la generación del 68 explican a hijos y nietos que la respuesta de la España eterna será con toda la carga agresiva y violenta que todavía tienen en el ADN de nacionalismo excluyente, de una no lejana resonancia franquista. Hay, sin embargo, un elemento nuevo, coinciden los del 68 con la generación del 2017. Todos juntos para defender un ideal común de democracia y derecho a decidir.

Seguir en España significa tener sólo pasado. Quiere decir ser esquilado por el Estado, quiere decir ver peligrar la libertad, quiere decir no tener Generalitat, quiere decir perder TV3 y Catalunya Ràdio, quiere decir aceptar un golpe de estado contra Catalunya

Los de la generación del 68 han tenido que juzgar La Vanguardia de toda la vida, ahora más errática que nunca, un diario que últimamente ha pasado de una franca hostilidad a una tibia, muy tibia, neutralidad. Los que leían El País ya hace tiempo que lo han abandonado al ver que en nada se diferenciaba de la caverna más hostil, un diario endeudado hasta las orejas y mantenido, parece, por los milagros del fondo de reptiles.

La generación del 68 y la del 2017 leen los mismos diarios, El Punt Avui  y el Ara, pero mucho más siguen con fruición los periódicos digitales y devoran de forma aditiva las redes sociales para seguir el proceso catalán.

Los primeros, los de la generación del 68, dicen que más duro fue vivir los años finales del franquismo que la situación presente, los hay que tienen temor, pero aguantan, están en el procés. Por ley de vida se han hecho mayores, tienen como patrimonio en su fuero interno la conquista de una revolución que era mucho más que el relato habitual que dan los que sólo vieron en ella el componente de libertad sexual. Los amigos progres de Felipe y Guerra.

Ahora aparece un relevo, la generación del 2017 ha visto las orejas del lobo por primera vez. No todo es como se pensaban, tienen que tomar posición. Comprometerse es estar con quien te invita a votar por tu futuro o estar con los que golpean y reprimen recortando libertades. Los que te niegan el futuro colectivo queriendo aplicar el artículo 155. Los Rajoy-Sánchez-Rivera.

A la generación del 2017 le ha llegado su momento histórico. La vida alegre y jubilosa predicada por el PPSOE era falsa. Seguir en España significa tener sólo pasado. Quiere decir ser esquilado por el Estado, quiere decir vivir y ver peligrar la libertad, quiere decir no tener Generalitat, quiere decir perder TV3 y Catalunya Ràdio, quiere decir aceptar un golpe de estado contra Catalunya. Contra su identidad, lengua y cultura. Contra quien democráticamente la representa.

Por eso jóvenes, padres y abuelos hacen conjuntamente este movimiento transversal, donde hay desde los estibadores del puerto a los trabajadores de La Caixa, de los campesinos con los tractores, a los estudiantes y jubilados, de los obreros que denuncian las llamadas políticas y "monárquicas" para hacer trasladar la Seat fuera de Catalunya, a personas mayores y abuelas. Es por eso que por encima de miedos, temores y dudas las calles se llenan de gente para defender sus instituciones. Todo un pueblo que se moviliza por encima de generaciones, de edades y clases sociales.