De que ha llegado el momento de marcar perfil camino de unas elecciones municipales, no nos queda ninguna duda. Tal vez Jaume Collboni no ha estado del todo convincente, dejando un gobierno en el que sus compañeros de partido se han quedado, pero al final no afecta a nadie más que a él y a las expectativas de victoria el próximo mayo. Sin embargo, hay acciones que, llevadas a cabo con esa intención electoral comprensible, son a la vez la demostración de que a la hora de elegir deberíamos optar por cualquier alternativa distinta a su autora, para intentar alejarnos del autoritarismo, la frivolidad y la cortedad de miras.

Ada Colau, ejerciendo una competencia que no parece claro que ostente, ha demostrado en primer lugar tener una actitud autoritaria como la que en general achaca a sus adversarios políticos. Mediante un decreto de Alcaldía y sin encomendarse ni siquiera a sus socios de gobierno, decide, en clara ejemplificación de que en el consistorio solo una figura tiene relevancia política, que Barcelona ha de suspender relaciones con las ciudades de Tel Aviv y Gaza como sonora crítica al modo en que el gobierno israelí trata al pueblo palestino. No importa que tal actitud pueda darse en otras ciudades de Oriente con las que también mantenemos relaciones comerciales y de amistad y a las que no se critica con tanta inquina, como tampoco parece ser relevante que Tel Aviv y Gaza en ese sentido no jueguen en la misma liga y que, como el convenio de amistad afectaba a ambas cuando durante el mandato municipal de Joan Clos se firmó, también su suspensión afecta a ambas.

La decisión está también impregnada de frivolidad, porque no resulta comprensible que el razonamiento de la alcaldesa parta de una convicción producida sobre la base de unas cuantas firmas escandalizadas. Sin despreciar a nadie ni su opinión, ¿qué son 4.000 firmas con relación a una población de millones de personas? Ejercer la gobernanza de una manera justa requiere ponderar intereses y anhelos de toda la ciudadanía, pero ya sabemos que eso resulta harto difícil en momentos de campaña. ¿Habrá calculado la alcaldesa que la mayor parte de su electorado en el complejo conflicto entre Israel y Palestina toma partido por quien aparece como la parte más débil? El gobierno israelí ha afirmado que Colau practica a este respecto un “antisemitismo sofisticado”, pero no creo que ese adjetivo sea el que mejor define el modo en que ella ejerce el poder o toma sus decisiones, al margen de la obvia astucia con la que en general se manifiesta, aparece y actúa. Quizá todo tiene que ver con el hecho de que se enfrenta a la posibilidad de un tercer mandato municipal en una ciudad más importante que la mayor parte de las capitales de provincia de España y que muchas comunidades autónomas.

Sea como sea, la decisión de la alcaldesa afecta a todo el mundo desde la posición parcial y además ha conseguido desviar el foco antes indignadamente colocado sobre aquellas competencias verdaderamente municipales en las que su gestión parece estar dejando bastante que desear: ya existen informes sobre el efecto inconveniente que el límite a los alquileres ha provocado sobre el conjunto de la oferta inmobiliaria en la ciudad, no se resuelve en modo alguno el problema de ocupación de inmuebles en el que somos tristemente primeros en el ranking español, y parece que las medidas urbanísticas adoptadas en pro de pacificar barrios y tráfico barceloneses están provocando gentrificación como la que pretendía evitar y discriminación entre calles en razón de a cuál le ha tocado la lotería en el reparto de zonas verdes. La llamada a la inversión extranjera en la compra de pisos de alto standing hace todavía más difícil a una gran parte de la población acceder a una vivienda, sea en régimen de alquiler o de compra, y mientras eso sucede y se permite decir que las denuncias por la criminalidad o la suciedad de las calles son una mera percepción de sus habitantes enemistados con la alcaldesa, estamos aquí hablando sobre Netanyahu como si realmente conociésemos la política que se desarrolla más allá del Besòs. ¿Sofisticada? No sé.