Desde que salió del Govern, JxCat está utilizando la misma táctica que CiU cuando estaba en la oposición: agitar el fantasma del tripartito. Lo hizo la formación de Artur Mas durante las presidencias de Pasqual Maragall y José Montilla y lo hace el partido de Carles Puigdemont durante la de Pere Aragonès. El esquema en todos los supuestos es el mismo: presentarse como el antídoto para evitar, frenar o superar, según sea el caso, el desbarajuste que representó entonces el pacto entre PSC, ERC e ICV y el que podría representar ahora el pacto entre PSC, ERC y En Comú Podem. La diferencia es que el escenario político de Catalunya de 2003 a 2010 nada tiene que ver con el de 2023, básicamente porque entretanto han sucedido muchas cosas, y no precisamente menores.

Esto en ningún caso significa que un nuevo tripartito no sea posible, como denuncia interesadamente JxCat aprovechando el acuerdo alcanzado por las tres fuerzas dichas de izquierda para aprobar el presupuesto de la Generalitat de este año. En política no hay nada imposible, por rocambolesco y estrambótico que parezca, ni se puede dar nada por sentado. Ahora bien, tal y como están las cosas en estos momentos, la impresión es que la situación evolucionará hacia otros derroteros. Y que desembocará en lo que durante años en Catalunya estuvo en boca de todos, pero que nunca se materializó: la sociovergencia o, lo que es lo mismo, la alianza entre PSC y CiU. Con la particularidad de que esta sociovergencia no fue posible en vida de CiU y llegará cuando ya no existe, pero depositada en manos de uno de sus herederos, JxCat. Es por este motivo que la denominación —sociovergencia— conserva todo el sentido.

Y es que, si nada cambia, PSC y JxCat tienen todos los números para gobernar conjuntamente Catalunya después de las próximas elecciones. Ante la falta de oferta de partidos realmente independentistas, el PSC se encuentra en situación óptima para volver, quince años después, a la Generalitat. Salvador Illa espera pacientemente que ERC se desgaste, y de momento le va bien. La operación de apoyo al presupuesto de este año le ha salido redonda, porque se ha podido apuntar la medalla de la aprobación y al mismo tiempo le ha servido para dejar en evidencia las contradicciones de Pere Aragonès, a quien ha obligado a tragarse proyectos como el Cuarto Cinturón, la ampliación del aeropuerto de Barcelona o el complejo recreativo Hard Rock en Salou y Vila-seca, que en teoría ni él ni su partido comparten. Y que la imagen que se desprende sea que se ve obligado a comérselos para poder conservar los restos de poder autonómico que tiene entre manos —las sillas, los comederos...— desgasta, y mucho. Encima, desgasta doblemente porque todo ocurre después de haber renunciado a sacar adelante el proceso de independencia a cambio de unas prebendas que no le han salido como pretendía, pero que se está demostrando que sólo perseguían arreglar las situaciones personales de los dirigentes de ERC.

Si Xavier Trias puede volver a la alcaldía de Barcelona, ¿por qué no podría hacer lo propio Artur Mas y volver a la presidencia de la Generalitat, él que por no ser no es ni militante de JxCat y que últimamente se deja ver más de lo habitual?

JxCat también se desgasta por renunciar al proceso de independencia, porque pese a su retórica subida de tono, ha vuelto a abrazar el autonomismo como ha hecho ERC, con la diferencia de que no toca tanto poder desde que decidió dejar el Govern. El hecho de haber pasado a la oposición no le ahorrará el desgaste, porque, además, la desorientación que sufre es de las que hacen historia, pero quizá le permita amortiguar el golpe cuando lleguen las nuevas elecciones catalanas, que tocarían a principio de 2025 —teniendo en cuenta que dos años en política son una eternidad—, si es que el 132º president de la Generalitat puede aguantar todo este tiempo en minoría y no se ve forzado a adelantarlas. De hecho, JxCat y el PSC coinciden en no tener ninguna prisa para que haya elecciones en Catalunya, convencidos de que cuanto más dure el mandato, más se va erosionando y debilitando ERC. Una ERC que ahora concentra todo el poder como no lo había tenido desde la Segunda República española, incluido el control de entidades como Òmnium Cultural —con la Assemblea Nacional Catalana intenta hacer lo mismo—, y todo junto acentúa aún más su desgaste.

Antes, las elecciones municipales del próximo 28 de mayo quizás puedan aportar algunas pistas. Por un lado, los tres partidos medirán las fuerzas no sólo en número de votos, sino sobre todo en número de alcaldes y concejales, y se verá si ERC retiene la hegemonía que logró el 2019, si JxCat mantiene posiciones gracias a las alcaldías que le ha birlado al PDeCAT y si el PSC consolida la tendencia al alza que le da tener el viento a favor. Y, por otro, se empezará a visualizar cómo se concreta la sociovergencia, que PSC y JxCat reeditarán por poco que puedan en la Diputació de Barcelona, tras la experiencia de los últimos cuatro años compartiendo un mandato que les ha ido la mar de bien a ambos para atender las necesidades internas de los partidos, y la tratarán de extender al Ayuntamiento de Barcelona y a cuantos más municipios mejor.

Ésta es, al menos, la idea del candidato de JxCat en la ciudad de Barcelona, Xavier Trias, a quien prácticamente todas las encuestas dan como ganador y que, si de él depende y los números cuadran, hará todos los posibles para gobernar con el PSC, junto a Jaume Collboni, a quien también apetecería un pacto de estas características, aunque probablemente se pasarán la campaña electoral negándolo. También en las elecciones españolas del 1996 el entonces candidato de CiU, Joaquim Molins, se pasó la campaña proclamando por activa y por pasiva que de ninguna manera pactarían con el PP, y todo el mundo sabe cómo acabó aquello, con el pacto del Majestic que encumbraba a José María Aznar a los altares de la política española. Así que mejor vale prepararse.

Una sociovergencia en Barcelona que podría convertirse en un excelente banco de pruebas para la sociovergencia en Catalunya. Y más si se tienen en cuenta los movimientos que se están produciendo en torno a JxCat justamente en la línea de que vuelva a parecerse cada vez más a la antigua CiU. Con Carles Puigdemont alejado de la dinámica del partido y Laura Borràs amortizada si es condenada por su gestión al frente de la Institució de les Lletres Catalanes, si Xavier Trias puede volver a la alcaldía de Barcelona, ¿por qué no podría hacer lo propio Artur Mas y volver a la presidencia de la Generalitat, él que por no ser no es ni militante de JxCat —no ha pasado del PDeCAT— y que últimamente se deja ver más de lo habitual? Todo coincidiendo con las reapariciones públicas, cada vez más frecuentes, de Jordi Pujol, que si no son un intento de rehabilitarle, lo parecen.

Que JxCat ponga ahora el grito en el cielo porque ERC pacta con los del 155 y se ha cargado la legislatura del 52%, no quiere decir que en el próximo mandato no sean el mejor compañero de viaje posible y el 155 y el 52% se pierdan en la nebulosa de las cosas que no interesan y acaben convirtiéndose sencillamente en guarismos que nadie sepa qué representan. Y entonces quien tendrá que buscarse la vida en la oposición será ERC.