La fórmula mágica para la gobernabilidad no existe, pero en el final de una campaña de municipales y al inicio de la de las generales vemos como a la desesperada se van recolocando o proponiendo las piezas de los puzzles. Que Ada Colau proponga la ocurrencia de irse repartiendo el tiempo de la alcaldía solo denota lo que ve que se le viene encima a ella y a toda la corte de colocados, que van a quedarse sin trabajo si finalmente Trias es alcalde. Hay que alabar en ese sentido la dignidad de Collboni y de Maragall, negándose a participar en semejante charlotada, que, por cierto, la propia alcaldesa rechazó hace una legislatura.

Y de la misma manera podemos hablar de otros participantes de las próximas elecciones: ¿o es que alguien puede dejar de suponer que la principal preocupación de Yolanda Díaz no sea ocupar el primer lugar en su lista (foto incluida) y así asegurarse de que aunque, como se va vislumbrando, abandone las tareas de gobierno, siempre le quedará el Congreso? Y aunque tal vez podría, en otro caso, favorecerse con las puertas giratorias que tanto criticó, no es tan necia como para no saber que tales puertas funcionan solo en la parte derecha del hemiciclo, a lo sumo en el PSOE más envejecido.

Debe entenderse que tras esas actitudes se esconde siempre, además del ansia de poder, la necesidad de sobrevivir

Tampoco puede entenderse de otro modo que como necesidad lo sucedido en Ciudadanos: que su portavoz salte del barco en el que se instaló cuando se apartó de un PP en horas bajas, para volver ahora, cinco días después de la huida, a él, ahora que parece que el viento le es favorable, se tildaría en cualquier otro contexto de actitud mercenaria. Como en el fútbol, debe entenderse que tras esas actitudes se esconde siempre, además del ansia de poder, la necesidad de sobrevivir.

Una necesidad bien humana, pues ellos, como el común, tienen que pagar sus hipotecas, las escuelas de sus hijos o los alimentos de la despensa. En su caso, además, el alejamiento de la actividad profesional (si la hubo, pues algunos nunca llegaron a tenerla, y eso es lo más grave) provoca la desaparición de las posibilidades de reengancharse, y a menudo también las ganas de hacerlo. Moqueta, foco y un sueldo cada vez más inasequible fuera de los organismos e instituciones públicos les obligan a adoptar el papel del auca que toque.

Así, cambios como los de otros tiempos volverán a hacer crujir los dientes de más de uno. Y no es para reírse, menos aún para alegrarse: algunos mecanismos menos traumáticos de reinserción en el mundo laboral debería haber para la gente que sale de la política, pues de otro modo la adherencia al cargo y la silla redundan en perjuicio de todos, pues su alma, vendida al mejor postor, se transforma en corrosivo para una vida pública digna y ejemplarizante, esa en la que quedarse un poco y salir con garbo permitiría a una mayoría pasar por la responsabilidad y darse cuenta de que en ella no todo son luces. Sí, más o menos como lo dice la CUP, pero con un atuendo y una idea a poder ser algo más ordenados. Así, además de los políticos, también el resto podríamos sobrevivir.