Empezamos con dos constataciones la mar de simples. Primero: la inmensa mayoría de nosotros no tiene la más reputa idea de qué es el informe PISA (a saber; no conocemos la autoría, ni los criterios metodológicos y de evaluación general del alumnado). Segundo: lo único que ha provocado el titular según el cual Catalunya se sitúa en la cola de España en matemáticas, ciencias y lectura es una lucha de administraciones y políticos (para sacudirse las pulgas de la responsabilidad y culpar al enemigo), así como la habitual ristra de nostálgicos para los cuales el propio sistema educativo fue mejor que el actual. Servidora, cuando menos, tiene la decencia de aceptar la primera constatación y también quiero alejarme de la añoranza acrítica: no, nuestra educación no fue tan perfecta como la pintamos. Por mucho que les pese a los enamorados de la cosa pretérita, en tiempos de BUP y COU los niños no nos distraíamos leyendo a Aristóteles a la hora del recreo.

Hay que decir que, en eso de evadir responsabilidades, todo el mundo moja; pero ni en mi peor pesadilla habría constatado que el Gobierno (lo escribo en mayúscula, por inercia) de mi país acabaría excusando la presunta ineptitud de nuestros críos a causa de una supuesta avalancha de recién llegados en las aulas. Dicho de otra manera, nunca habría pensado que los consellers que cantan "queremos acoger" por la mañana acabarían comprando el argumento de Sílvia Orriols según los cuales nuestros adolescentes no saben hacer ecuaciones de segundo grado porque hay demasiados moros en el aula. Pero así es el procesismo; imaginas que ya nunca podrá degenerar más y, en este caso, los genios de Esquerra te sorprenden. Eso también vale para el inquilino de Waterloo, que ayer mismo tuiteaba lecciones educativas de lejos, como si no hubiera gobernado ni fuera un ejemplo de la falta de politeness más flagrante que hay: engañar.

Quién sabe si, contrariamente a hacer politiquería o histerizarnos colectivamente, quizás sería más útil pensar qué podemos hacer individualmente para mejorar la educación de los niños

Yo desconozco los motivos de esta supuesta bajada en las competencias de los críos. Lo que sí conozco perfectamente son las demandas y los avisos de nuestro profesorado, sea de primaria o el universitario, un equipo de trabajadores que lleva unos cuantos lustros denunciando la masificación de las aulas, una enfermiza burocratización que los aleja de ocupar su talento donde tiene que verterse (es decir, en las aulas) y —sí, ellos también lo han dicho— un sistema educativo que no tiene un nivel de exigencia lo bastante alto. También sé perfectamente que, ante cualquier protesta o amenaza de movilización, la mayoría de ciudadanos acusan tópicamente a nuestros profesores de ser un grupo de funcionarios vagos que todavía tendrían que dar las gracias por disfrutar de tres meses de vacaciones. Nos preocupa mucho el informe PISA: sin embargo, nos guste o no, pasamos olímpicamente de todo aquello que dicen nuestros profesores.

De hecho, y aquí reside parte del problema, la mayoría de la población vierte todas sus contradicciones y traumas en la tarea de los maestros. Queremos que nuestros profesores mejoren la concentración de nuestros niños (cuando somos nosotros quienes los hemos vertido irresponsablemente a las pantallas), les pedimos que les hagan leer Mirall trencat cuando en las estanterías de nuestra casa solo hay libros de mierda que compramos por inercia un solo día del año. También les exigimos que les conviertan en futuros alumnos del MIT, mientras a nosotros (víctimas de la calculadora) todavía nos sería difícil completar la tabla del siete en menos de una hora. Tratamos a los profesores como si tuvieran que hacernos todo el trabajo y los alumnos, en definitiva, como la fruta podrida que, si han adquirido algún mal hábito o falta competencial, siempre es en virtud de alguien ajeno a nosotros. Eso no lo dice PISA: lo dicen los ojos y el sentido común.

Quizás sería hora de hacer menos caso a informes y titulares e interesarnos más por el trabajo de nuestros maestros. Quién sabe si, contrariamente a hacer politiquería o histerizarnos colectivamente, quizás sería más útil pensar qué podemos hacer individualmente para mejorar la educación de los niños. Quizás sería hora de devolver el prestigio a las aulas, de confiar en la tarea de los maestros y de ayudarlos en todo aquello que sea posible. Entiendo que todo eso es más difícil que ejercitar la nostalgia o decir que todo es culpa de un grupo de críos que llega a nuestro país anhelando la prosperidad. Pero mejorar la educación empieza siempre por asumir aquello que nos resulta más difícil.