Una Ariel para las nuevas generaciones, leo en la newsletter del New York Times. Efectivamente, La Sirenita ya está en las mejores salas (aún no la he visto) y ha estado rodeada de polémica desde que Disney anunció la versión en acción real del clásico animado: han proliferado ataques racistas por la elección de una actriz negra para interpretar a Ariel. Ataques que vienen, nunca lo diríais, de Twitter.

Algunos usuarios incluso han subido vídeos y fotos de salas vacías para intentar demostrar que la película ha sido un fracaso, lo que los primeros datos desmienten y, en todo caso, tendrá más que ver con si la peli es buena o no. En realidad, solo en China la película se ha estrellado. La blancura sigue siendo el canon de belleza perseguido y acatado por la mayoría.

Javier Bardem, que interpreta al Rey Tritón, ha denunciado el racismo y ha tildado los comentarios de "arcaicos". Es verdad que el trabajo de Disney en la representación de personajes protagonistas de otras razas ha sido más bien escaso, especialmente si hablamos de personas negras. Solo tiene una película con una mujer negra y protagonista: Tiana, de Tiana y el sapo, estrenada en 2009. Así que es una alegría ver en Instagram videos de niñas negras emocionadas. "¡Es como yo!". "Mamá, es negra, es negra como yo".

¿De qué color tienen la piel las sirenas? Efectivamente, nadie tiene la respuesta

Además, la pregunta es ¿por qué la sirenita no debería ser negra? ¿Porque está basada en un cuento de Hans Christian Andersen, que era danés? ¿De qué color tienen la piel las sirenas? Efectivamente, nadie tiene la respuesta, porque estamos hablando de seres mitológicos, que no existen.

Hasta ahí todo muy bien. De hecho, al margen del color de la piel, se ve que la película hace un esfuerzo loable por lo que se llama adaptarse al siglo XXI: se han modificado letras de canciones que se consideraban (y eran) machistas, la madre del príncipe Eric es negra y se reflejan las consecuencias de la basura en los océanos. Perfecto.

Pero hay otras dos consideraciones.

Una la hace Nuria Labari en El País. “En cambio, hay un mandato que sigue siendo de obligado cumplimiento para cualquier sirena (o humana) que quiera encajar en el canon occidental: debe estar delgada. (…). Los trastornos de la conducta alimentaria, como el racismo, se entrenan desde muy temprano”, escribe.

Y una segunda aún más inquietante. El cuento de Hans Christian Andersen cuenta la historia de una joven sirena que salva a un príncipe de ahogarse en el mar durante una tormenta y se enamora locamente de él. Tan locamente que pacta con una bruja perder su voz a cambio de tener dos piernas y poder salir del mar. Pero, ay, el príncipe se enamora de otra, que también es princesa. Entonces, si la sirenita quiere volver al mar, le dicen que debe matar al príncipe. Pero ella no le quiere ningún mal y prefiere sacrificarse. Y así alcanza la vida eterna. Amén. Hombre (y mujer), tal vez no sea exactamente una Ariel para las nuevas generaciones, ¿no?