"Morir es un arte, como todo lo demás"
Sylvia Plath
Deseo que no lo hayan tenido que pasar nunca, aunque no tengo duda de que, en un momento o en otro, les puede acaecer. Ese día en el que aprendes a reconocer la muerte y aprendes a la vez el dolor y el alivio, el duelo y la aceptación. Dicen los que lidian día tras día con el proceso más natural de la vida, después del nacimiento, que han aprendido a reconocer el olor de una muerte próxima, tal vez a flores dulzonas, si no se quiere entrar en verdades científicas e incómodas. Ese olor peculiar es el precursor solo identificable por algunas personas, la verdadera señal del inminente final son los estertores de muerte, esa respiración entrecortada, angustiosamente ruidosa, que queda suspendida al final en un vacío del que no se sabe si el ser querido volverá. Pueden durar entre seis y veintitrés horas. Son terribles para la familia y no causan dolor al moribundo, lo acreditan los doctores y se lo dijo su hermano François a Antoine de Saint-Exupéry cuando agonizaba con quince años: le llamó a su lecho de muerte para legarle entre estertores su carabina, una bicicleta y un barco de vapor: "No te asustes… no sufro. No me duele nada. No puedo evitarlo. Es mi cuerpo", y añadió "acuérdate de escribirlo". Lo escribió a través de Le Petit Prince.
No siempre es así o no solo es así. Los especialistas en paliativos conocen perfectamente la denominada agitación agónica, que puede producirse incluso algunos días antes del desenlace. Hay quien piensa que es una muestra de rebelión ante la muerte inminente, y entre los cuidados que se aplican se encuentra la aplicación de sedantes o ansiolíticos para paliar las alucinaciones, delusiones o confusión que suelen producirse en los pacientes. Todo lo que les he relatado es conocido, a veces, como el síndrome de los últimos días.
¿Que por qué les cuento todo esto ahora mismo que ustedes tal vez leen en la piscina o quizá toman tranquilamente un café? No solo porque son cosas que no vamos a evitar, por mucho que no hablemos de ellas, sino sobre todo porque sirven para entender y navegar la agitación que en los últimos días vive la cosa pública. No otro puede ser el motivo de que, tras el puñetazo de la corrupción y las citas de partido y parlamentarias, se hayan puesto en movimiento todo tipo de negociaciones, de iniciativas legislativas, de anteproyectos, de anuncios que ya casi no inmutan a casi nadie por la mera razón de que, en el fondo de la mente, son más los que reconocen el síndrome que los que de verdad creen que esta agónica situación puede llevar a nadie hasta 2027.
Más allá de informes policiales, que habrá más, y nuevas revelaciones y grabaciones, que hay toda una reserva, lo cierto es que el actual gobierno no tiene ni tendrá capacidad para volver a aunar todos los votos necesarios para aprobar leyes. Hay quien no termina de creerlo, por una cosa y también por la contraria, y por eso los jueces hicieron huelga contra unos proyectos que no tienen muchas oportunidades de ser apoyados. Lo mismo sucede con la cuestión de la financiación para Catalunya: no merece la pena agitarse mucho por una propuesta que lo mismo se lee para el derecho que para el revés y que difícilmente apoyarían todos los partidos que soportaban al gobierno. Y digo soportaban y digo bien. Es como si hubiera una instrucción, que la habrá, para agitarse, para rebelarse, para crear delusiones, algo en lo que ya hay mucha experiencia.
El actual gobierno no tiene ni tendrá capacidad para volver a aunar todos los votos necesarios para aprobar leyes
No se trata solo de si se está de acuerdo o no con el contenido de los proyectos, que también, sino de la sensación cada día más potente de que, si bien no serían capaces de investir a la derecha, son muchos los que ya no ven útil uncirse a los avatares de un presidente y de un partido que pueden acabar aplastados y aplastándoles. Podemos está claramente haciéndole la contra, o sea que encontrará los argumentos. Junts está demasiado acostumbrado a que le vendan humo y ahora se ha dado cuenta de a quiénes le habían enviado para envolvérselo; sus enmiendas a los proyectos de Bolaños son tan imposibles de cumplir que parecen claramente diseñadas para tener la palanca que permita votar no. Los jueces, no crean, alucinan, porque están empezando a darse cuenta de que tal vez el freno a lo que consideran una ingeniería propia de los socialistas para tener una judicatura a su medida venga precisamente de Puigdemont y de Junts. Ahí es nada. Ahora es Junts la que tiene mucho que pensar y que jugar de cara al futuro, a la vista de que el presente está estancado.
Lo de una financiación singular para todos los que lo deseen, me van a perdonar que no lo entienda. Del mismo texto he leído interpretaciones absolutamente contrarias, que abarcan desde la ruptura de España a la tomadura de pelo que ha retratado Turull: "No lo podemos votar". Ni siquiera ERC, como muñidor que debiera vender el logro, se siente con motivos para hacerlo. Por eso no sé yo si es necesario entrar en la agitación, que es el efecto que se busca. Me da pereza gastar energía en analizar cuestiones que no son sino añagazas imposibles. Otro día si eso. Agitados con alucinaciones, con leyes de abolición de la prostitución que necesitarían contar con el voto de Ábalos, con proyectos que pretenden sancionar periodistas administrativamente y que son rechazados por los colegios profesionales, con enmiendas de Sumar que quieren limitar derechos fundamentales sin que lo recoja la Constitución, agitados por una oleada de odio de ultraderecha que es inaceptable, pero también bien delimitada en un barrio concreto de un pueblo concreto de una provincia concreta, tal vez se pretende crear el marco para que quien no desee violentarlos hablando de sus problemas tengan material que no se refiera a ellos.
No sé si trae cuenta, la verdad, tomárselo muy a pecho. La canícula y la experiencia me dicen que no. Se reúnen entre ellos, dicen que han firmado un acuerdo que no se diferencia en nada de lo que nos dijeron hace unos meses y en el que nada queda claro. Agitación. Estertor. Sin posibilidad de aprobar leyes, sin posibilidad de presupuestos, sin control sobre el avance de unas investigaciones que son imparables, sin fuerzas para imponer un relato sincopado que de todas todas se deshace en contacto con la realidad y con los llamados socios ya muy poco asociados.
El proceso puede ser largo y la agonía atroz, mas no cabe duda de que ya huele a flores dulces, al mustio y triste anuncio del final.