Como si fuera aquella canción del Dúo Dinámico, como si Chanquete se hubiera vuelto a morir, el verano empieza a deshilacharse y llega el primer mes con letra erre. Lo seguirán siete más con la misma consonante, más o menos camuflada fonéticamente, hasta volver a cerrar el ciclo. Y con cada nueva temporada la vieja sensación de cambio pero no, de galbana pero sí, de mejorar pero a medias. Y los padres más viejos y los menores mayores y nosotros iguales, claro está. Y las prioridades reordenándose y los deseos aplazándose.

Y a cada vuelta más del sol la sensación que la Tierra gira más rápidamente. Poca broma, que se ve que la cosa es literal y este junio el planeta azul ha batido el récord del día más corto jamás registrado y está acelerando su velocidad de rotación. Atémonos el cinturón. Los expertos dicen que si la cosa continúa así podríamos tener que saltar un segundo de los relojes por primera vez en la historia. ¡Como si el tiempo nos sobrara, sabes! Como si no fuera suficiente con reanudar el trabajo después de unas semanas de vacaciones.

Ahora que todos estamos medio con síndrome de lunes, para hacernos un poco más tolerable tanta centrifugación y tanta rutina pesadita, hay unas cuantas santas tozudas que apuran el verano y nos obsequian con alguna fiesta mayor, cuando ya todo parece volver a su ritmo posestival. La Mercè en Barcelona, la Cinta en Tortosa, Santa Tecla en Tarragona o la Misericordia en Reus nos regalan el último baile —ahora que nos dejan volver a bailar juntos— y desnudan del todo la segunda estación justo antes de que caduque. Como aquel que se pone por última vez aquella camiseta favorita, medio carcomida y decolorada, y sabe que no resistirá la renovación de armario de la nueva temporada.

Ahora suena otro tipo de música en los bares, los bares recogen las terrazas, las terrazas ya no se llenan por la noche y la noche deja de acortarse

Quizás el verano se acaba antes de lo que dice el calendario astronómico y no es solo la meteorología la que marca el final, de la misma manera que cada vez también parece que llega más pronto el calor y que la primavera, como tal, tiene los días contados. Quizás la mente humana empieza a ponerse en modo trabajo cuando se inicia la programación convencional en radios y teles, cuando el nuevo curso escolar está a la esquina, cuando ponemos más lavadoras que de costumbre, cuando aparecen demasiados anuncios de coleccionables y cuadernos. Cuando suena otro tipo de música en los bares. Cuando los bares recogen las terrazas. Cuando las terrazas ya no se llenan por la noche. Cuando la noche deja de acortarse.

En cada septiembre promesas renovadas de volver al gimnasio, de dejar de fumar, de tomarnos la vida con más calma, de no hacer caso de las palabras vacías de personas secas, de dormir más y mejor, de portarse bien. De no hacer tanto de caso del qué dirán. De apostar por los retos ilusionantes. Desaparecen los incontables festivales de música, guardamos bicicletas y escudriñamos la agenda para encontrar puentes y días libres y empezar a hacer nuevamente planes y fotos mentales. Una cuenta atrás que cada año va más atrás porque tenemos más profundidad de retrovisor donde mirar. El espejo implacable del paso del tiempo que nos enriquece y nos envejece a partes iguales.