Cuando la derecha y la ultraderecha ganan elecciones acostumbran a destruir todo aquello que antes otros gobiernos de izquierdas —con más o menos maña— han forjado, siendo lo primer objetivo la lengua y la cultura. Desgraciadamente, a la inversa no pasa. No con la misma intensidad. Es decir, cuando los partidos (presuntamente) de izquierdas llegan a las instituciones no apuestan por la cultura con la misma fuerza con que las derechas tratan de derrumbarla cuando tocan poder. No se tiene lo bastante en cuenta como inversión estratégica y, en buena parte, ahí está la madre del cordero.

En los Paísos Catalans, este modus operandi lo vemos claramente con los casos recientes de Aragón, el País Valencià y las Balears. Respectivamente, le niegan al catalán el estatus de lengua propia (como si la gente de la franja no lo siguiera hablando), retiran ayudas a conmemoraciones de escritores (como si Estellés no lo fuéramos a celebrar igualmente) o eliminan el sistema educativo en catalán (como si borrar la historia estuviera realmente a su mediocre alcance).

En el Parlamento de Catalunya la amenaza parece menor y aunque PP, VOX y Ciutadans no suman ni para una plantilla de fútbol, nadie duda que —si los números los salieran— harían exactamente lo mismo o peor (mientras tanto muchos jueces ya les hacen el trabajo). A pesar de todo eso, los gobiernos recientes (supuestamente independentistas) y los anteriores (sobradamente autonomistas) tampoco es que se hayan lucido demasiado y ninguno de ellos ha conseguido que el Departamento de Cultura tenga designada una partida digna: hoy por hoy la inversión que se destina supone un débil 1,5% del total del presupuesto de la Generalitat y, además, el corazón que la bombardea no lo hace con la capilaridad necesaria para que llegue a todas las partes del cuerpo con la justa equidad.

Ellos, ya sabemos quiénes son, cuando acceden a las instituciones tienen muy claro dónde tienen que golpear: en la lengua y la cultura. A la inversa, nosotros, los nuestros, no apostamos con la misma fuerza

Que el enemigo siempre te intentará atacar es evidente, pero si tú cuando tienes la oportunidad escalas la montaña con más determinación (en lugar de solo defenderte) entonces quizás cuando te obliguen a retroceder lo tendrán que hacer desde un punto de partida más avanzado y elevado y el daño será menor. Ellos —ya sabemos quiénes son— tienen muy claro dónde tienen que golpear y lo hacen con contundencia cada vez que tienen ocasión. Nosotros —los nuestros— avanzamos a paso de pulga, como santa Lucía. Ellos, acosan a paso de caballo, como san Blas. De la santa de diciembre al santo de febrero, el día se ha alargado casi una hora. Toda esta luz que tendríamos de ventaja. Todos estos combates que habríamos ganado.

Como si se tratara de la aldea gala de Astérix, una figura brilla en medio de toda esta miseria. Nació el año 1996 lejos de las instituciones y desde el activismo social y cultural, serio y de base, ha sabido forjar un proyecto en red que apuesta por la lengua y la cultura catalanas sin fisuras. El Festival Barnasants (en el buen sentido de la palabra festival) es una referencia europea en el ámbito de la canción de autor, hace décadas que organiza conciertos por todos los Paísos Catalans (o Paísos Valencians, como decía su aplaudido cartel de la edición de 2010) y se ha convertido, de manera oficiosa, en una estructura de estado.

El año que viene el Festival Barnasants cumplirá 30 años de vida y sería un buen momento para celebrarlo otorgándole el último gran galardón que le falta: la Cruz de Sant Jordi

A través de su programación, año tras año articula el país en plural, con convicción y criterio, y lo hace a paso de caballo, haciendo bono el refrán —sin santos— y galopando decididamente hacia adelante. Vertebra la gente y la causa con canciones, de Salses a Guardamar y de Fraga a Maó, pasando por el Alguer. Su director, Pere Camps, acostumbra a decir que sin cultura ganan ellos —todos sabemos quiénes son ellos— y su incasable y comprometido trabajo le ha llevado a hacer que el festival haya sido galardonado con el Premio Nacional de Cultura, la Medalla de Honor de la Ciudad de Barcelona, el Premio ARC o el Premio Memorial Francesc Macià, entre otros reconocimientos.

Pocas iniciativas generan tanto consenso entre el sector y pocas han construido tantas sinergias por todo el mundo, especialmente en Latinoamérica e Italia. Su mirada internacionalista la ha hecho convertirse en un tipo de embajada cultural catalana y desde este mapa nuestro estirado de tierra y mar, ejerce una diplomacia exterior que sitúa nuestra lengua y el pensamiento crítico y reflexivo en el centro de la sociedad.

El año que viene el Barnasants cumplirá 30 años de vida y sería un buen momento para celebrarlo otorgándole el último gran galardón que le falta: la Cruz de Sant Jordi. Sirvan humildemente estas líneas para empezar a mover los hilos que convengan, para que quien se tenga de dar por aludida se dé y para que este hecho de justicia sea una realidad. Hace falta consolidar el mensaje y saber honrar y honrarnos porque si sin cultura ganan ellos, con el Barnasants ganamos todos.