Esta es y será una de las condiciones de la investidura. Si es que esta se produce y no acaba todo en nuevas elecciones. Y no está tan claro –contra todo lo que se dice– que no haya interesados al repetir elecciones. No solo Feijóo para salvarse la cabeza. Si hay investidura está bien muerto.

En cambio, en Catalunya, los que bregan por formalizar una cuarta candidatura electoral independentista desean exactamente el contrario: que haya investidura y que Puigdemont ratifique el diálogo y negociación con el PSOE de Pedro Sánchez. No les es un requisito necesario. Pero sí que los ayudaría enormemente. Buena parte de los potenciales votos de este cuarto espacio los rindió Puigdemont. Ni que sea a la baja. De hecho, más a la baja que nunca.

El 11 de Septiembre será un buen termómetro por medir si los dirigentes de Junts son recibidos como héroes por su acuerdo con el PSOE –absolutamente en la línea de los republicanos– o bien empiezan a probar su propia medicina. El jarabe de caña que han aplaudido en rabiar hasta la fecha. Y también incitado, sin duda.

Es difícil de hacer pasar la curva de la Mesa por un acto de ruptura. No será porque no haya ademán pasión e interés. Sin embargo, cuando acabas haciendo exactamente aquello mismo que has vilipendiado hasta la extenuación, tienes que tener recursos de encantador de serpientes. Que quizás también, eh... No se trata de negar maestría ni una indudable capacidad de contorsión. Ahora, también hace falta que haya unos bobos que te la compren. La comedia. Y quizás es pedir demasiado. De hecho, ahora todo está virando hacia el "nosotros sí que sabemos de negociar, no como los incompetentes republicanos", que es un discurso tan elitista como clasista, el fruto de un legado que se sustenta en una hegemonía cultural de décadas que todavía retienen. Por aquello de "donde ha habido fuego, siempre queda calor". La expresión de una soberbia que exige seguir despreciando al enemigo a batir.

La proximidad de las elecciones europeas podría precisamente pesar en contra de un acuerdo de investidura para no perder la confianza de este cuarto espacio que todavía rindió. Está para ver si el tacticismo se impone a la ausencia de alguna estrategia plausible y mínimamente creíble

Para los republicanos –entre otras exigencias– la cuestión de la amnistía es una línea roja. La dirección, con Junqueras al frente, está aquí. Y ya ha hecho saber que sin esta premisa que complementaría los indultos y la derogación de la sedición no hay investidura posible. Ni que esta también amparara a la presidenta de Junts que, como todo el mundo sabe, es hija del 1 de Octubre y represaliada por esta condición. Por su compromiso. Porque hacía terror al Estado. Los poderes fácticos ni duermen pensando que pudiera volver a ser candidata. Es tan víctima de la represión como aquel que detuvieron en las manifestaciones de protesta por los juicios del 1 de Octubre o que Josep Maria Jové, acusado de ser el responsable del aparato logístico del 1 de Octubre. Es exactamente lo mismo. No hay ninguna diferencia desde el punto de vista político. Más todavía, es más.

Lo que no está tan claro está si Waterloo también es aquí. Y hasta qué punto lo intimida sufrir el ruido que hasta ahora lo ha convoyado en su particular confrontación con los republicanos por la hegemonía. La proximidad de las elecciones europeas podría precisamente pesar en contra de un acuerdo de investidura para no perder la confianza de este cuarto espacio que todavía rindió. Está para ver si el tacticismo se impone a la ausencia de alguna estrategia plausible y mínimamente creíble. Por el contrario, más bien a favor de la investidura, hay un Puigdemont que se siente reconfortado con todo el protagonismo recuperado. Y que sabe que los republicanos no pagarán con la misma moneda, vilipendiar todo acuerdo por razonable que sea.

En Junts, que no es exactamente Waterloo, depende de la sensibilidad. Los pragmáticos como Giró –de las pocas voces que internamente osan decir la suya– probablemente estarían la línea de llegar a un acuerdo el máximo de ambicioso posible. Incluso de rehacer puentes con los republicanos. Incluso de establecer un mecanismo de coordinación del conjunto del independentismo para negociar con el PSOE. No ha pasado y no pasará. Waterloo no está aquí.

Y tampoco está tan claro que Pedro Sánchez no tenga todo el interés a hacer ver que ha sido razonable y ha intentado llegar a un acuerdo. Pero que el independentismo intransigente lo ha hecho inviable.

Hay partido, más que no parecía.