A menudo se dice que las propuestas de extrema derecha se elevan electoralmente cuando el sistema tradicional de partidos no ofrece soluciones. No es un análisis del todo desencaminado. En el caso de Aliança Catalana de Sílvia Orriols, sin embargo, hay que hacer apuntes. De entrada, aunque la erosión de los partidos del establishment favorece la emergencia de los populismos, una de las misiones principales de la extrema derecha es acondicionar la agenda política, polarizarla, y conseguir que los electores mimeticen las necesidades que los extremistas señalan con las necesidades objetivas para recuperar el bienestar social. Aunque esta es la estrategia que utiliza Orriols para situarse en el panorama político —poniendo el foco en los migrantes musulmanes—, Aliança Catalana arranca coja: es incapaz de concretar con qué medios pretende aplicar su programa sobre la inmigración, no tiene discurso sobre ningún otro problema, y confunde intencionadamente la urgencia de hacer planes para la inmigración y criminalizar una facción social concreta.

La diferencia entre Orriols y los partidos de extrema derecha europeos es que estos, aparte del discurso migratorio típico, se han inventado una carcasa para vender algún tipo de proyecto de país

Solo hay que analizar el discurso con que ha anunciado que se presenta a las elecciones para darse cuenta de los vacíos. No es suficiente con excusarse en el desgaste del sistema tradicional —y el retroceso y proyecto de pacificación de los partidos independentistas— para justificar las opciones de extrema derecha. En Catalunya —ha sucedido con Vox— nadie vota nunca a la extrema derecha porque no exista ninguna opción más. Quien vota a la extrema derecha es porque quiere votarla. Joan Ramon Resina afirma que "si la extrema derecha gana aceptación entre los jóvenes es porque a muchos el discurso de la izquierda les suena vacío, agarrotado, cínico". El discurso de Aliança Catalana también es tan vacío, tan rígido y tan cínico como el de la izquierda que describe Resina. Cuenta, eso sí, con la ventaja de la novedad, que hace de espejismo ante el desgaste político que vive Catalunya.

Se suele explicar que la extrema derecha catalana surge de la extrema derecha europea para dar sentido al hecho de que lo encabeza una mujer y que incluye a "negros y homosexuales". La diferencia entre Orriols y los partidos de extrema derecha europeos que han gobernado o han acuñado gobiernos es que estos, aparte del discurso migratorio típico, se han inventado una carcasa para vender algún tipo de proyecto de país. Para parecer serios, quiero decir, y no solo unos racistas. En este sentido, Aliança Catalana se parece más a los partidos del sistema político tradicional catalán: busca un chivo expiatorio para tapar su mediocridad, pensando que para hablar de cualquier cuestión le bastará tirar de este hilo. Y cada vez que lo hace, sin pretenderlo, destapa su propia engañifa, porque las propuestas políticas competentes son algo más que exhibir un chivo expiatorio.

Aliança Catalana se parece a los partidos tradicionales catalanes: busca un chivo expiatorio para tapar su mediocridad, pensando que para todo le bastará tirar de este hilo. Cada vez que lo hace, destapa su propia engañifa

Para no tener que buscar una alternativa al modelo socioeconómico —y sobre todo político— que puede tener un efecto llamada pernicioso, por ejemplo, para la lengua, Orriols ha decidido señalar a un colectivo. De todo lo que ha abocado al gobierno de Pere Aragonès a las elecciones, para que nos entendamos, ella destacó que se había acabado el reinado de "Pere el musulmán". Al anunciar que se presenta el 12 de mayo no aludió a ninguna otra cuestión que no fuera la inmigración. Al hablar de Aliança Catalana siempre se destaca el papel en la sombra de Jordi Aragonès, un joven que se pasa la tarde en el Ateneu Barcelonès en vez de ahorrarle estos ridículos a la cabeza de lista de su partido. Si él tiene que capitanear la facción intelectual que debe prevenir contra que la extrema derecha sea erróneamente etiquetada de inculta, porque no lo es, que trabaje un poco. Después está una parte de la izquierda que ataca todo esto con una cierta ingenuidad. De entrada, confunden ser conservador con ser reaccionario. Además, parte de la izquierda, la que tiene una afición especial por la retórica del pan y las rosas y la poesía combativa, es incapaz de afrontar el debate migratorio mirándolo a los ojos, como queriendo decir, haciendo propuestas concretas de integración sin sentirse colonizadores, por ejemplo. Esto, que de puertas adentro, en las asambleas, hace de caricia ideológica, de puertas afuera, a la extrema derecha —aunque esté tan carente como la de Orriols— no le hace más que cosquillas.

En vez de entender la tradición como eje vertebrador de lo que nos es espiritualmente común, la utiliza como arma y evidencia que cada disfraz que utiliza explica, en realidad, que va desnuda

Para acabar, porque esta columna ya se alarga más de la cuenta, un apunte que me incomoda en especial: indirecta y discretamente, Orriols utiliza los símbolos religiosos del cristianismo católico para aparentar una solidez ideológica que no tiene. No lo hace nunca frontalmente, porque es consciente de que la defensa de determinadas posturas siempre genera más rechazo que atracción. Pero para despertar el convencimiento de que ella puede ser la defensora de los intangibles de la nación, que no desprecia las tradiciones y que de las raíces del país lo toma todo, incluso el legado religioso que incomoda a algunos, se lo pone en la boca para confrontarlo al islam y justificar el discurso de la invasión. En vez de entender la tradición como eje vertebrador de lo que nos es espiritualmente común, la utiliza como arma. Lo filtra en la herencia y las costumbres y pretende utilizarlo a su favor como si el cristianismo católico no fuera incompatible con la xenofobia y como si la doctrina social de la Iglesia no fuera incompatible con el racismo. Una vez más, haciéndolo orbitar todo en torno a su chivo expiatorio, evidencia que cada disfraz que utiliza explica, en realidad, que va desnuda, que cada gesto suyo para hincharse prueba su vacío.