Clara Ponsatí ha puesto en evidencia la arbitrariedad de la justicia española. Forzando su detención, obligará a las instituciones y tribunales europeos a pronunciarse sobre si la inmunidad que le han reconocido como eurodiputada también se tiene que respetar en España. Es inaudito que una iniciativa en defensa de derechos y libertades haya sido tan denigrada por los representantes del Gobierno más progresista de la historia, por los medios progubernamentales y por los tertulianos y tertulianas más oficialistas. ¿Quién tiene miedo de Clara Ponsatí? ¿O no es de Ponsatí de quien tienen miedo?

A Laura Borràs, por un asunto administrativo que no comporta ninguna malversación de dinero público, la han condenado a una pena de prisión superior a la que habría recibido si en vez de contratar repetidamente a su proveedor informático lo hubiera apuñalado. Y la ha condenado un tribunal cuyo presidente ya fue considerado por el mismo Tribunal Supremo demasiado parcial para juzgar a políticos independentistas. La petición de indulto dentro de la misma sentencia añade a la voracidad punitiva la voluntad de humillar a la represaliada y de paso mofarse de Pedro Sánchez.

Pronto juzgarán a los dirigentes republicanos Josep Maria Jové, Lluís Salvadó y Natàlia Garriga, responsables institucionales de primer nivel. A pesar de los favores que le ha hecho Esquerra Republicana al gobierno de Pedro Sánchez, la Fiscalía y la abogacía del Estado, que dependen del Ejecutivo, también los quieren encarcelados o inhabilitados. Y después vendrá otra vez la sentencia del segundo juicio a la Mesa del Parlament. Y a continuación se irá juzgando, olvidados por todo el mundo, al millar largo de procesados penalmente por su participación en las movilizaciones independentistas.

Se observa en los grupos independentistas unas ganas enormes de pasar página del procés y de volver a hacer política convencional como la de antes, pero nunca serán los artífices de la derrota los que volverán a levantar el país.

El conflicto entre España y Catalunya continúa bien vivo, pero no porque los partidos catalanes se mantengan firmes y movilizados en su reivindicación de la independencia, sino por la continuada represión del Estado que no permite que nadie levante la cabeza. Se observa en los grupos independentistas unas ganas enormes de pasar página del procés y de volver a hacer política convencional como la de antes, pero la represión no les permite cambiar de pantalla y eso ha instalado la política catalana en un bucle del cual nadie sabe cómo salir.

Desde las instituciones no se hace la independencia porque no se sabe, no se puede y no se quiere. La ciudadanía independentista está cansada y decepcionada, pero tampoco ha encontrado ningún incentivo español para dejar de serlo, más bien al contrario, por lo tanto, la retórica independentista vacía de contenido sigue determinando todos los debates. El Govern autonómico, tan insólitamente minoritario, tampoco está en condiciones de liderar nada y menos de marcar un nuevo rumbo para el país.

Llegados a este punto, solo un hecho catártico permitiría salir del callejón sin salida. Hoy por hoy es difícil de imaginar qué es lo que podría romper el bucle. Desde su exilio en Suiza, Marta Rovira ha tenido el valor de poner las cartas hacia arriba que permiten avistar un nuevo horizonte.

La secretaria general de Esquerra Republicana, que tuvo un papel principal en la campaña del referéndum del 1 de octubre y que presionó más que nadie a Carles Puigdemont para que hiciera la DUI, ha declarado ahora en Catalunya Ràdio lo siguiente: "El referéndum del 1 de octubre no tuvo suficiente legitimidad interna... El Govern no supo conectar una gran población de Catalunya al referéndum... El independentismo no está preparado para ningún otro referéndum unilateral". Si Rovira fuera japonesa, después de este discurso tan opuesto a lo que ha sido su práctica política y vistos los resultados, se habría hecho el harakiri. Como es catalana, es más previsible que cuando vuelva del exilio pida disculpas y abandone la política. Sería un acto de honor que serviría de ejemplo para todos aquellos generales del procés que, en contra de los principios básicos del arte de la guerra, provocaron una batalla que no podían ganar.

Algunos oficiales ya lo han entendido y han dado un silencioso paso al costado, pero los generales principales todavía pretenden controlarlo todo, cuando es evidente que nunca serán los artífices de la derrota los que volverán a levantar el país. La catarsis para salir del callejón sin salida y empezar de nuevo requiere, como mínimo, un relevo de las personas que están al frente. Si se apalancan, el trabajo corresponderá a los electores, porque si no se van mantendrán el país atrapado en el bucle.