Una de las frases corregidas por el president Illa en su discurso en el Institut d’Estudis Catalans, al presentar el Pacte Nacional (sic) per la Llengua —además de incidir en la urgencia absoluta de aplicar medidas de defensa del idioma—, fue la frase calcada del castellano “mai és tard si la dita és bona” ('nunca es tarde si la dicha es buena'). Corregida, tachada y, por tanto, rectificada como hacen los sabios. Todos cometemos errores o sufrimos carencias, y al catalán se llega aprendiéndolo. El pacto lingüístico presentado esta semana, que no puede considerarse nacional porque no es suficientemente representativo de la mayoría social y parlamentaria catalanista, llega tarde y “la dicha” es buena pero contiene errores, insuficiencias y trampas que deben corregirse (más allá del “tots i totes”, que debe haber vuelto a desesperar a Carme Junyent, esté donde esté). Si se trata de proteger e impulsar el catalán, en un contexto en que el uso habitual ha bajado al 32%, hay muchos factores que corregir. Si se trata de hacerse una foto, tenemos un notable alto. 

Inversión en educación, aprendizaje entre adultos y contenido cultural, pero poca inversión en el ámbito laboral, en el de la justicia y en el de la sanidad

La Ley de política lingüística de 1998, que reformaba la Ley de normalización de 1983, fue votada por todos los grupos excepto PP y ERC, por razones opuestas. Se entendían, sin embargo, CiU y PSC, y por eso se podía considerar un pacto central. Ahora, como las sentencias de los tribunales españoles siempre tiran hacia donde tiran (incluso recortando la Ley de 1983), en lugar de una ley se ha preferido hacer un pacto: fomento, medios, líneas. Inversión en educación, aprendizaje entre adultos y contenido cultural, pero poca inversión en el ámbito laboral, en el de la justicia y en el de la sanidad. ¿Puede suponer este pacto una compensación del desastre que podría suponer la previsible sentencia del “progresista” Tribunal Constitucional en contra de la inmersión? ¿Habla de ello el pacto? ¿Cómo actuará el Govern si eso ocurre? ¿Se ha previsto esa hipótesis, por mucho que el conseller del ramo diga que “no hacen conjeturas”? Si no prevemos este inminente terremoto, ¿qué demonios prevemos? ¿Y cómo pretendemos que se incorpore Junts, si ni siquiera se menciona cómo actuar ante esa eventualidad? 

Lo mismo en cuanto a la eventualidad del reconocimiento del catalán en Europa, o de la transferencia de las competencias en inmigración. No digo que haya que esperar eternamente hasta que estas cosas pasen, pero entonces ¿no se puede prever una hipótesis que obligue al Govern si estas cosas ocurren? ¿Y que lo condicione en un sentido concreto, en una postura y con unas acciones concretas? ¿Por qué algo tan nuclear se ha querido evitar? ¿Por qué se ha preferido desvirtuar el concepto de nacional, concepto que merecería la mayor solemnidad, y parir un consenso tan cojo? 

Como no hay previsiones legales ni se las espera, el pacto no especifica medidas coercitivas a pesar de admitir que la propia Generalitat no siempre cumple su normativa (en inmersión escolar y en justicia, por ejemplo). Esto por sí solo es un despropósito que puede corregirse si se amplía o modifica el pacto. Y seguramente por este tipo de carencias en la foto no estaban ni el presidente de Òmnium ni el presidente de la Plataforma per la Llengua. Sí estuvo el president Pujol, en un gesto que me pareció un “entendeos”, suficientemente responsable en esta materia, más que una suscripción completa al texto. 

El catalán no puede esperar más, y se supone que por eso algunas entidades se han sumado al pacto. Un pacto en cuyo discurso de presentación, paradójicamente, el president de la Generalitat borró la frase referente a la urgencia. Pero la corrección más destacable que encontré fue, también, en el discurso del president Illa: “El catalán es la columna vertebral de la nación catalana”. Ya era hora, president. Zapatero había definido Catalunya como nación (sin concretar más, pero lo hizo), así como incluso Pedro Sánchez (también sin definir qué implica esa condición), pero a Illa aún no le conocíamos un reconocimiento de este concepto y parecía que estaba gobernando un simple “territorio” (como llamaba a la Catalunya Nord el exdelegado en Perpinyà). Bienvenido a la nación, president. Ya verá cómo, si realmente se pone, es imposible definirnos como nación e ignorar el conflicto nacional. Solo es cuestión de tiempo y, como dicen ahí, “nunca es tarde si la dicha es buena”.