Ahí es nada el rapapolvo a Jordi Sànchez por expresar una opinión sobre un 1 de octubre que, en el momento que deja de ser patrimonio colectivo para pasar a serlo de parte, se hace tan pequeño como esmirriado. Queriéndole dar un sopapo a Junqueras, lo que se ha llevado el de Junts ha sido una orgía de palos de los guardianes de las esencias. La ortodoxia no perdona. Ni a los suyos. Porque la virulencia proviene, sobre todo, de sus mismas filas. Y entre vivir con contradicciones y tener que convivir con la intransigencia hay una notable diferencia.

Sànchez no ha dicho en absoluto algo tan diferente que no haya expresado clarividente, estos mismos días, el portavoz de Poble Lliure (Guillem Fuster) cuando pedía no sacralizar el 1 de octubre. Aunque simultáneamente, el Consell per la República, del cual el cupaire es miembro, ha hecho exactamente lo contrario. Cuidado que vienen curvas.

Si unos predican la vía amplia, parece que existen los que le oponen la vía estrecha. Y visto cómo va, parecería que cuanto más estrecha mejor. Sin olvidar que por estrecha que la hagan, siempre los hay dispuestos a hacerla todavía más estrecha y de tan estrecha ya no pasarían ni gran parte de los profetas de la estrechez.

Ahora se dan lecciones de patriotismo sin ninguna autoridad moral acreditada, ni sacrificio de ningún tipo conocido

Sólo hay que observar que el partido del president Torra, que se integró en CDC para después integrarse en Junts, también ha pedido la cabeza de Sànchez. Dice que nacieron para reagruparse, pero no se podría en ningún caso afirmar que hayan conseguido este propósito, todo sea dicho con el máximo respeto.

La legítima interpretación que Sànchez pueda hacer del 1 de octubre, como tantos otros que como él fueron sus impulsores y protagonistas, es discutible. Sólo faltaría. También por aquellos que ahora han podido rasgarse las vestiduras visto que aquel fatídico otoño, después de la proclamación en el Parlament —que nunca se llegó a publicar en ningún sitio— unos desaparecieron del mapa y otros fueron tirando, durante meses, mientras Sànchez estaba en Soto del Real, pudriéndose en la prisión. Si en algún momento hubiera tocado desobedecer, aquello del "no surrender", para entendernos, habría sido precisamente entonces. Nada que reprochar, en todo caso, si no fuera que ahora se dan lecciones de patriotismo sin ninguna autoridad moral acreditada, ni sacrificio de ningún tipo conocido.

Qualquier convergencia estratégica es siempre de mínimos cuando se quiere amplia, es de máximos cuando se quiere estrecha y acaba siendo puramente táctica cuando no tiene detrás ningún tipo de estrategia plausible.