Si a una conselleria le ha caído encima la tormenta perfecta, en esta legislatura de permanente provisionalidad que dejamos atrás, no ha sido otra que a la de Salut de Alba Vergés.

Vergés se ha enfrentado a la peor pesadilla en el último año y pico, a partir de aquel marzo del 2020 que recordaremos para siempre. De repente —los epidemiólogos más mediáticos iban muy desencaminados— nos vimos confinados en casa por aquel virus de Oriente que tenía que ser —si es que llegaba a Catalunya— ni siquiera como una gripe.

Vergés se encontró comandando una nave en medio de un temporal nunca visto. No se lo pusieron nunca fácil. Desde el minuto uno se vio cuestionada. De buenas a primeras, cuando anunció el confinamiento perimetral de la Conca d'Òdena, se rompió. Decisión drástica e insólita que evocaba a Wuhan y la Lombardía. Aquellas lágrimas la pusieron en el disparador de una crítica ácida, mordaz. Era la evidencia, decían, de su debilidad. Nunca nadie dijo lo mismo de la canciller alemana, Angela Merkel, cuando delante de todo el Bundestag no pudo evitar emocionarse. Merkel no acababa de confinar y aislar a su familia, ni a un hijo recién nacido.

Pero, además, Vergés tuvo que llevar el timón en medio de la peor confusión. Mientras el capitán del barco se mostraba partidario de estar amarrado a puerto hasta el día que pasara la tormenta, otros le exigían desplegar todo el velamen desde la misma sala de máquinas. Todo al mismo tiempo no podía ser. Mientras el capitán potenciaba las propuestas más conservadoras y amagaba con crearle un comité de gestión en paralelo, otros —desde la misma cabina del capitán— celebraban la idea de desafiar la tormenta.

Ojalá, en esta ocasión, todo el mundo cierre filas en torno a los grandes consensos y de los retos inmensos que tiene que afrontar la sociedad catalana

Ya es sabido que lo peor que le puede pasar a quien tiene que gobernar el timón en medio de la tormenta es que los de estribor hagan la suya y los de babor exactamente lo contrario. Porque entonces el barco queda expuesto y tiene tendencia a ir a la deriva. Vergés incluso tuvo que escuchar mezquinas acusaciones de responsabilidad criminal del entorno del capitán. Empeñados en estar amarrados, querían incluso cerrar las escuelas y encerrar a los niños a cal y canto.

Hasta el extremo que, después de hacer bandera de fondear sine die, llegaron a deslumbrarse con la gestión más desafiante de la tormenta, que tenía mucho más de mantener desplegado todo el velamen que de estar amarrado a puerto. Una contradicción tan manifiesta como necia. Si de lo que se trataba era de salvar vidas, señalar como referente la capital del Manzanares era tanto como poner la proa en el ojo del huracán.

Sea como sea, a Vergés le habrá tocado la peor parte del trayecto. Y dejará la nave justo cuando la tormenta ya se parece más a una llovizna que a una granizada. Justo ahora, cuando el oleaje es más benévolo, Vergés se despedirá de toda responsabilidad

Paradojas de la vida. A Vergés le ha tocado roer los huesos y ahora otros devorarán la carne.

La lección de vida es que ante un gran reto todo el mundo tiene que remar en la misma dirección. El nuevo Govern, inédito por lo que representa de inflexión histórica la presidencia, irá bien y podrá gobernar las adversidades si se mantiene cohesionado. Si, como ya se intuye por la acritud de algunos, es nuevamente objeto de una guerra intestina, irá de capa caída. Ojalá, en esta ocasión, todo el mundo cierre filas en torno a los grandes consensos y de los retos inmensos que tiene que afrontar la sociedad catalana. Todo lo demás es abrir vías de agua en un barco que no lo ha tenido nunca fácil para llegar a Ítaca.