Desde el primer día, desde el primero, la derecha casposa y el Estado han intentado construir un relato que identificara independentismo con violencia. Incluso ha parecido que ansiaban que en Catalunya pasara alguna desgracia. Es el pretexto que necesitan para aplicar y justificar una respuesta violenta y criminal contra el independentismo. La violencia es su aliada. Siempre lo ha sido. Porque quien se sabe más fuerte busca la razón de la fuerza frente a los que siendo más débiles saben, o tendrían que saber, que su instrumento es la fuerza de la razón. De la movilización, de la seducción. De la no violencia, de la firmeza y la resiliencia. Suele ser más astuto y eficaz un lobo con piel de cordero que un cordero con piel de lobo.

Como era previsible, y contra todos los vaticinios y anuncios proféticos de otoños y primaveras calientes, el embate con el Estado se ha producido con la chispa que ha representado una sentencia de 100 años contra el independentismo. Desde los 9 años a Jordi Cuixart hasta los 13 a Oriol Junqueras, considerado por el tribunal como el principal responsable del 1 de octubre. Pasando por la brutal sentencia contra Carme Forcadell, que no formaba parte del Govern que organizó el 1 de octubre ni tampoco de lo que proclamó la independencia el 27 de octubre.

Igual que la violencia policial contra el 1 de octubre tuvo su réplica el 3 de octubre, la sentencia del tribunal de Marchena (que a buen seguro será recompensado con la presidencia del TS, del CGPJ o accediendo al TC) ha tenido como réplica esta movilización pacífica, entre otras, que han constituido las marchas hacia Barcelona. Mucho más multitudinarias que el último 11 de septiembre y con un ambiente infinitamente mejor y saludable.

El 1 de octubre ganó Catalunya porque toda la violencia fue a cargo de la Guardia Civil y la Policía Nacional. Los Mossos, por otra parte, no repartieron ni un solo porrazo, ni uno. Y por eso mismo el major Trapero pagará un alto precio. No por que sea independentista, que nunca lo ha sido, sino porque aquel día los Mossos fueron ejemplares. Y eso es lo que no le perdonan, no haber estado al lado de la Guardia Civil y la Policía Nacional repartiendo palos. Y por eso mismo Quim Forn (que nada más fue conseller tres meses) se quedó encerrado en Estremera, haciendo compañía a Oriol Junqueras, mientras el resto de miembros del Govern salían en libertad bajo fianza. Venganza, pura venganza.

El mejor silenciador a la condena de 100 años y a una movilización gigantesca y ejemplar de la ciudadanía ha sido la violencia que se ha vivido las últimas noches

La involución del PSOE también es notable, justificada ahora por la violencia que se ha vivido en las calles de Barcelona. Una violencia que sólo beneficia al Estado y los partidos del régimen borbónico que viven encantados en el 'cuanto peor mejor', que también tiene su reciprocidad política en Catalunya. Es la estrategia de los que lo querían reducir todo a una cuestión de orden público. Algunos, desdichadamente, les están poniendo las cosas fáciles. El PSOE, miedoso y cobarde, se atrevió a presentar una moción el 3 de octubre del 2017 contra la violencia policial, a la vez que denunciaban los centenares de heridos. Ahora, por el contrario, el ministro Marlaska ha reaccionado con tono desafiante y amenazador. Y en su estancia en Catalunya decidió visitar a los policías contusionados mientras ignoraba a los graves heridos por pelotas de goma, con mutilaciones incluidas. Es obvio que para el ministro hay dos tipos de personas: los policías que sirven a la razón de Estado y los ciudadanos que discrepan. Su aliado, su mejor aliado, es el relato de la violencia. Se aferra a él con ansia, le va como anillo al dedo.

Marlaska y la derecha casposa viven cómodos en la confrontación incendiaria que se ha visto en las calles, que, al mismo tiempo, les ha servido para dejar de hablar de una condena de 100 años y de unas movilizaciones y huelga que superaron incluso al 3 de octubre. Los verdaderos pirómanos, los que han querido incendiar literalmente la convivencia, los que han pretendido desde el principio que en Catalunya hubiera una explosión violenta tienen nombres y apellidos. Son los Borrell, Rivera y Casado. Es el general de la Guardia Civil que se vanagloria en Sant Andreu de la Barca del apaleamiento de ciudadanos el 1 de octubre. Es el juez Marchena y un poder judicial que ha escogido escarmiento y venganza. Y algunos, claramente, han caído en la provocación. Los han ayudado a proyectar lo que vive Catalunya no como un problema político sino como un problema de orden público.

El mejor silenciador a la condena de 100 años y a una movilización gigantesca y ejemplar de la ciudadanía ha sido la violencia que se ha vivido las últimas noches. Este es el escenario del Estado, de un PSOE que implora hacer gobierno con la derecha casposa. Y de esta derecha casposa que empapa el discurso del Estado. El mejor silenciador a la vergonzosa tolerancia (o negligencia de Interior) ante la manifestación de nazis, que con bates de béisbol salieron de caza impunemente, es la Barcelona que quema de los últimos días.

Todo lo que no sirva para ganar, seducir y avanzar se tiene que descartar. La respuesta visceral no va a ningún sitio, no sólo es de recorrido corto sino contraproducente. Porque hemos venido a ganar, no a desahogarnos. Y tan importante es jugar bien la partida como escoger antes el terreno de juego. El terreno de juego que hace sentir cómodo al Estado es la violencia, ya que precisamente este es el escenario que se tiene que rehuir como la peste. Por eso ganamos el 1 de octubre. Calma y serenidad. A veces se gana; y otras, ojalá, se aprende.