Cuando estamos ante una ofensiva por tierra, mar y aire del Estado contra toda forma de disidencia en Catalunya, no podemos ir haciendo el tonto. A la caza de brujas que ha emprendido el Estado, decapitando las organizaciones políticas que impulsaron el 1-O y encarcelando a sus líderes, estamos contribuyendo desde las filas de un determinado independentismo efervescente que se radicaliza cada día más, no contra el Estado sino contra el resto del movimiento independentista y su transversalidad. La eclosión de este independentismo combatiente —y en buena medida esencialista— no es nueva, ya eclosionó cuando Pasqual Maragall accedió a la Presidència de la Generalitat. Justo cuando tenemos la imperiosa necesidad de ampliar espacios y seguir sumando, reaparece una pulsión de suma cero, de pocos y puros, de los que contraponen su pretendida valentía a la cobardía de otros. E inevitablemente —a río revuelto, ganancia de pescadores—, es cuando las aguas están revueltas que aparecen los mesías a predicar su autenticidad al abrigo del embate del Estado. Es decir, al abrigo de una operación de castigo y venganza muy focalizada, al abrigo de la campaña criminal de los aparatos del Estado y la formidable alianza conservadora dispuesta a arrasar el independentismo que se le ha enfrentado y que, por primera vez, les hizo temblar entre el 1 y el 3 de octubre.

El 1 de octubre es el fruto de la conjura de las instituciones y la ciudadanía. Una, sin la otra, no habría salido adelante. Y viceversa. La dirección política del movimiento es la que se ha llevado la peor parte, de largo. Sencillamente porque asumió el protagonismo principal, la logística y el impulso. Y el país respondió, como nunca hasta ahora, cuando menos la mitad del país. La entrada de la Guardia Civil en Economia el 20 de septiembre iba a decapitar la dirección política y logística del 1-O, con la detención (entre otros) de Lluís Salvadó y Josep Maria Jové, dos patriotas de siempre, del equipo más próximo a Oriol Junqueras, el hombre designado por Puigdemont, en sede parlamentaria, como responsable principal del referéndum. La Guardia Civil sabía dónde golpeaba. Aquellas detenciones y la reacción inmediata de la ciudadanía, como un solo hombre, lejos de intimidar la voluntad de votar, espolearon la movilización e hicieron que nuevos actores políticos y sociales, no estrictamente independentistas, se sumaran a una oleada democrática que exigía votar. A partir de aquel momento ya superábamos la dicotomía indepes versus unionistas/españolistas para entrar en un escenario mucho más confortable e imbatible: la defensa de los derechos y libertades frente a un Estado autoritario e involucionista.

Justo cuando tenemos la imperiosa necesidad de ampliar espacios y seguir sumando, reaparece una pulsión de suma cero, de pocos y puros, de los que contraponen su pretendida valentía a la cobardía de otros

La participación de los Jordis en la concentración ante Economia, cuartel general de Junqueras, los puso en el punto de mira del Estado. Los Jordis no coincidían en todo, tenían entonces serias discrepancias estratégicas, pero mantenían la unidad de acción por un objetivo superior. Los dos acabarían pagando muy caro su compromiso. Serían los próximos detenidos y los primeros encarcelados, justo después del desconcierto que sucede a la suspendida declaración de independencia del 10 de octubre. Curiosamente, Santi Vila va sentenciando alegremente que si se hubieran convocado elecciones, no habría presos. ¡Por el amor de Dios, dos semanas hacía ya que Jordi Sànchez y Jordi Cuixart estaban en la prisión! No hace ni cuatro días que detenían en Palau al secretario de Difusió, Toni Molons, que también han despedido en aplicación del 155 los que ahora mandan en Govern. Hoy, aquella unidad de acción de la ANC y Òmnium, tambalea; mientras tanto la Guardia Civil entra en su sede. La convocatoria de la última manifestación, 11 de marzo, es una prueba. Agustí Alcoberro, vicepresidente de la ANC, hizo una intervención muy razonable. Es obvio que Alcoberro —veterano militante independentista— es muy consciente de que hay que ampliar, que es imprescindible recuperar la unidad y transversalidad del movimiento independentista, que las reyertas cainitas en plena ofensiva del Estado son letales. Pero también es obvio que no todo el mundo parece compartirlo. Sólo había que escuchar el parlamento histriónico de quien lo precedió, más propio de un akelarre que de alguien consciente de que para avanzar y ganar a un adversario tan poderoso hay que sumar sí o sí y no dividir el movimiento. Veremos qué pasa en las próximas elecciones en la ANC, una entidad que ha sido clave en la movilización ciudadana, que necesitamos viva y transversal y no tomando partido (en el peor sentido del término) y tampoco más nacionalista que nacional. Y no obstante, el trabajo inmenso de la militancia de base de la ANC es y ha sido extraordinaria, como la de Òmnium Cultural y sus "luchas compartidas", un gran acierto estratégico.

Decía Julià de Jòdar, hace sólo unos días: "Los partidos independentistas tienen que crear un estado mayor de comunicación: no puede ser que veamos el despliegue de un frente mediático unionista tan compacto en todos los medios, y con todos los comentaristas, sin mover un dedo para contrarrestarlo". No sé si lo que hace falta es un estado mayor, pero que tenemos que recuperar la unidad de acción, en todos los ámbitos, es imprescindible. En el frente mediático, por supuesto. Estremece ver lo volubles que somos a filtraciones de la Guardia Civil, a medios de comunicación, para destruir la reputación de las personas que más se han significado en el 1 de octubre. Además de quererlos exhibir como cabezas de turco con castigos ejemplares, aviso a navegantes, también los quieren inhabilitar como personas, escarnio público.

El nuevo independentismo o aquellas personas que se han acercado no lo hacen porque al ver una estelada lloren de emoción, lo hacen porque la involución democrática del Estado español les resulta insoportable y quieren vivir en un país decente, limpio y donde no se persigan las ideas

El movimiento independentista, ahora ya republicano, no puede caer en manos de gorilas que se golpean el pecho o perderse en purgas internas que nos desangran, más que no fortalecer el movimiento para preparar un nuevo embate con el Estado. O ser cautivos de actitudes que nos desconectan de todas aquellas personas que se nos acercaron a partir del 20 de septiembre y que vivieron su clímax y complicidad con el 1 y el 3 de octubre a nuestro lado. Es este nuevo grupo el que nos permitió ganar el 21 de diciembre, gracias sobre todo al impulso del Baix Llobregat y el Barcelonès. Y es este grupo de gente que volveremos a perder si no somos capaces de ofrecer un proyecto republicano, inclusivo y tangible. No sólo necesitamos retener estos nuevos sectores sociales, necesitamos más, bastante más para doblegar la formidable alianza conservadora. El independentismo tiene que ser el abanderado de la defensa de los derechos civiles y políticos de todos, esta tiene que ser nuestra bandera más que ninguna otra. Menos esteladas y más democracia. Ya hemos malgastado bastantes ocasiones.

Cuando íbamos a defender a Carme Forcadell a las puertas del Palau de Justicia del Tribunal Superior, no lo hacíamos por su condición de independentista. Carme no estaba imputada por ser independentista, sino por defender que en un Parlament democrático se tiene que poder hablar de todo. Los independentistas ya los teníamos todos al lado de Carme o casi todos, porque siempre hay algún pata negra insatisfecho pontificando desde la torre de marfil del Twitter.

El nuevo independentismo o aquellas personas que se han acercado no lo hacen porque al ver una estelada lloren de emoción, lo hacen porque la involución democrática del Estado español les resulta insoportable y quieren vivir en un país decente, limpio y donde no se persigan las ideas. Y esta también es una colosal victoria del movimiento independentista, ha retratado la putrefacción del Estado, de un Estado y de un Gobierno en manos de unas élites políticas, económicas y funcionariales profundamente corruptas y reaccionarias, herederas del franquismo y que no tienen ninguna alternativa más a M. Rajoy que el neofalangismo de los Ciudadanos de Rivera que tampoco tiene ningún ideario más que un rabioso anticatalanismo y que no ofrece ninguna otra alternativa al conjunto de los ciudadanos que pasar por el enderezador y ningún otro futuro a los nuestros que no sea pudrirse en la prisión o pasar 25 años en el exilio en el mejor de los casos.