La irrupción de Tsunami Democràtic ha sido la novedad más destacada que ha acompañado el único embate al Estado que se ha producido en los últimos dos años, como consecuencia de la sentencia de cien años a los presos del 1 de octubre. Otros anuncios proféticos han sido agua de borrajas. Pero Tsunami ha tenido la virtud de aparecer en el momento oportuno y plantear una movilización desde la no violencia, que siempre tendrá sus detractores, por exceso o por defecto, pero que permite sumarse desde la transversalidad.

Los detractores de Tsunami, los que consideran que el derecho a protesta sólo se tendría que hacer con una excursión por Collserola ―y gracias―, se asustan por la afectación sobre el transporte (la Jonquera) o por el colapso puntual del aeropuerto de El Prat. Curioso. Porque no deben estar al corriente de lo que pasa cada verano en el aeropuerto de El Prat, del colapso penoso en el momento álgido de viajeros que afecta semanas y semanas esta infraestructura a consecuencia directa de la pésima gestión que hace Aena y de la voluntad impertérrita de subordinar El Prat a Barajas. O no deben ir nunca a Andorra, comprobarían los colapsos que provoca deliberadamente la aduana española, los guardianes de la frontera. Horas y horas de retenciones, día sí, día también. Para recorrer unos pocos kilómetros, colas y más colas para entrar y para salir, poniendo a prueba la paciencia de la gente que ha ido a esquiar, de compras o a hacer una excursión. O lo que sea.

Que no falte nadie que crea que sentarse y hablar es lo mínimo exigible en una sociedad democrática, que no falte nadie que piense que una condena de cien años de prisión responde sólo a la voluntad de escarmiento de un Estado que se ha ensañado contra las urnas

También hay otro tipo de detractores, que a menudo hacen más daño que bien. Porque pretendiendo defender una causa, su actitud ―incomprensible a ojos de la mayoría de nuestra sociedad― no haría más que perjudicarla. Y aquí hemos venido a ganar el futuro, no a desbravar nuestra rabia por justificada que a menudo pueda estar.

Tsunami convoca ahora en el Camp Nou y la iniciativa tiene que tener una respuesta masivamente cívica. Que no falte nadie que ame la libertad, que no falte nadie que crea que sentarse y hablar es lo mínimo exigible en una sociedad democrática, que no falte nadie que piense que una condena de cien años de prisión responde sólo a la voluntad de escarmiento de un Estado que se ha ensañado contra las urnas, que no falte nadie que crea en la desobediencia civil como una herramienta válida ante un Estado que retuerce los derechos más elementales hasta el paroxismo.

No tengo ni idea ni quiero saber quién hay tras Tsunami. A veces, en la vida, hay que tener confianza, a ciegas. Por sus frutos (actos) los conoceréis, dice el Evangelio de Mateo. Y lo que ha hecho hasta la fecha Tsunami me parece que merece todo el respeto y consideración, sobre todo porque ha sido capaz de liderar una respuesta cívica, inteligente, amplia, planteada con astucia y siempre rehuyendo la llamarada. "Alejaos de mí, los que practicáis el mal", finaliza el Evangelio de Mateo.

Me gustaría pensar que el Barça-Madrid se podrá jugar. Con o sin público, tal como ya pasó el 1 de octubre, aunque aquel día había razones suficientes para no jugar el partido, precisamente para protestar ante los centenares de heridos por la violencia desatada por miles de uniformados. Ahora bien, como todo en esta vida, ante coyunturas complejas, si hay que escoger entre partido y país, siempre país.