Pau Riba se encontró con otro veterano músico de su quinta en los camerinos del FAQS, este diciembre. Y sin más le soltó: "¡Coño! ¿¡Todavía estás vivo!?". Su interlocutor era Pep Picas, obrero de la música, así como Riba se definía como trovador. Y, todavía más que Riba, había recorrido todo el país ya fuera con alguna de sus bandas, como cantautor o haciendo caja allí donde fuera para ganarse el pan. La vida ha tratado mejor a Picas que a Riba. Por diferentes motivos. El primero, Riba era un mito en vida, pero ser un mito, en una cultura pequeña como la nuestra, quizás te otorga la fama, pero no te permite ir con los bolsillos llenos.

Aquel diciembre del 2021, en TV3, quien estaba muriéndose no era Picas, sino Riba, a causa de un cáncer de páncreas diagnosticado fuera de control, si es que un cáncer de este tipo puede controlarse. Claramente tenía que saber que se moría. Pero transmitía una indiferencia insólita ante la muerte, de una serenidad admirable. La verdad, sin embargo, es que aquel diciembre del 2021 no parecía para nada que fuera Riba quien tenía que morirse. En los camerinos estaba pletórico y por cómo se saludó con Picas, se podría decir que se habían intercambiado los papeles. Al volver a casa, Picas me decía: "¡La madre que lo parió! ¡Pero si soy más joven que él!".

Riba era un mito en vida, pero ser un mito, en una cultura pequeña como la nuestra, quizás te otorga la fama, pero no te permite ir con los bolsillos llenos

A Riba, su vida bohemia habría podido parecer que lo hacía indestructible. Y no es ―ni de casualidad― que nadara en la abundancia. Es que físicamente parecía una roca granítica inmune a toda inclemencia. En Catalunya Ràdio, en pleno invierno, llegaba con sandalias y el pie desnudo. Escuché bromear a Marina Rossell sobre la fortaleza física aparentemente sobrehumana de Riba, asombrada de verlo llegar con un frío intenso como si estuviéramos a finales de primavera.

También es curioso que fuera un hombre tan transgresor para ser nieto de un diputado de Unió Democràtica, Pau Romeva, del ala más tradicionalista. En la República fue el único en censurar el gobierno de Lluís Companys por no haber hecho lo suficiente para parar las maldades cometidas en la retaguardia republicana. Riba, en cambio, más bien habría podido parecer un matacuras. Este contraste entre su actitud vital y la de sus genes podría explicar que viviera más como uno anacoreta que como un hippy. Aunque me temo que la verdad es más prosaica y mucho menos mística.

Yo nunca he profesado adoración por la obra de Pau Riba. No la he sabido entender, ni siquiera por su beatificado Dioptria, que dicen los entendidos que es el arranque del rock en nuestro país. Ahora bien, Dios me libre de cuestionarla. Francamente, hasta que no escuché los Sopa de Cabra y el boom de grupos de finales de los ochenta y principios de los noventa, no palpé la llegada del rock'n'roll. Aunque tengo que confesar que siempre he vivido rodeado de un aura de culto a Pau Riba que, si bien no entendía, siempre respeté. Aunque, siendo sincero, me pareciera más propia de un icono que de un compositor celestial.

Que en paz descanse. Él y aquella generación que le otorgó la condición de mito. Como su amigo Nemesi Pascual, de Sant Pere de Ribes, empresario pastelero que también ha fallecido este febrero. Cuando cumplió 50 años, sus amigos le prepararon una fiesta sorpresa. Pero la verdadera sorpresa es que se presentó el mismo Pau Riba. ¡Qué crac!