Tiene toda la razón Pilar Rahola cuando pone el grito en el cielo ante la execrable farsa protagonizada por el teniente coronel Pérez de los Cobos. Y hace bien en indignarse públicamente, hay que protestar incluso cuando no sirve de nada, que decía Manuel de Pedrolo. Les da igual si el principal responsable del operativo policial del 1 de Octubre de 2017 ha mentido. Porque nada ni nadie le exigirá responsabilidades. La época en que el Gobierno hacía caer mandos militares para expresar públicamente opiniones políticas es historia. En particular —o sobre todo— si estas opiniones son llamaradas patrióticas como la protagonizada por el principal mando de la Guardia Civil de Catalunya, el general Pedro Garrido.

El general de la Benemérita se vanaglorió públicamente de haber zurrado a la ciudadanía el 1 de Octubre y, parafraseando Jordi Cuixart, proclamó "lo volveremos a hacer", que es tanto como decir que los volveremos a pegar tantas veces como nos apetezca. El general tendría que haber sido fulminado de inmediato por la autoridad política. Primero, por amenazar a la población civil evocando un episodio vergonzoso de la democracia a la española. Y, en segundo lugar y sobre todo por un mínimo de autoexigencia, por la estrepitosa chapuza protagonizada por el masivo operativo de policías y guardias civiles.

La operación fue un fracaso de estado de nivel, un absoluto despropósito que no sólo no detuvo la votación sino que la espoleó y dimensionó. Garrido sacó pecho de la exhibición de fuerza bruta de miles de policías armados hasta los dientes, una actitud muy poco hispánica, sin ningún tipo de honra posible. Cuando delante tienes mujeres o personas mayores, visto desde el casposo tradicionalismo que caracteriza la Benemérita, sorprende no ver ningún indicio de la orgullosa "hombría" hispánica.

Garrido también cargó aquel día contra el cuerpo de Mossos d'Esquadra, como hizo también en el juicio el teniente coronel Pérez de los Cobos, hermano de un expresidente del Tribunal Constitucional. En España hay profesiones que van aparejadas a determinadas estirpes familiares. La rabia indisimulada contra la Policía de Catalunya fue una de las constantes en las declaraciones de los uniformados en el Tribunal Supremo. Básicamente, la acusación se reduce a que no se sumaron a la orgía de golpes, a la brutalidad policial. Habrían querido, soñaban, ver a los Mossos repartiendo garrotazos codo con codo, impunemente, saciándose "metiendo la porra como si no hubiera un mañana".

A menudo se pretende comparar un cuerpo con los otros, cuando no hay comparación posible más allá de una evidencia que no admite discusión. Los tres son cuerpos policiales. Y los tres tienen encomendadas las funciones de mantener el orden público, si bien en Catalunya esta es una competencia exclusiva de los Mossos.

Si un mando de los Mossos, o su máximo responsable, fuera pillado mintiendo —como Pérez de los Cobos— o bien se vanagloriara públicamente de un gran fracaso o amenazara con volver a masacrar ciudadanos pacíficos —como hizo el general Garrido— este mando sería fulminado inmediatamente. Aquí radica en buena medida la enorme diferencia democrática, la calidad democrática catalana frente la hispánica. En España pueden vivir perfectamente, sin hacer aspavientos, con una anomalía que hace unos años no hubieran tolerado, mientras en Catalunya no se permitiría ignorar una actitud autoritaria como aquella, ni se premiaría ni se condecoraría a sus autores.