Si lo que cuenta es la intención, que el Ayuntamiento de Barcelona se quiera añadir a reivindicar la memoria de Francesc Macià nos tendría que hacer felices a todos los que veneramos su ejemplo y trayectoria.

Si lo que contaba el 1 de Octubre era que el Ayuntamiento de Barcelona, la capital de Catalunya, se posicionara al lado del 1 de Octubre, era secundario con la intención que se hacía o que estuvieran arrastrando los pies.

Si lo que contaba era que el Presidente Montilla hablara en catalán y defendiera la inmersión y la lengua delante de Ciudadanos, era otro cantar si hablaba un catalán poco aseado o relleno de barbarismos.

Pero efectivamente el Presidente Montilla, en nombre de una mezquina pureza, fue reprobado por su catalán públicamente, por dirigentes nacionalistas, que no es precisamente la mejor manera de invitar a hablar en catalán.

Pero Ada Colau quería ser censurada para no ir con todo el 1 de Octubre, que no era precisamente la mejor manera de trabajar por un referéndum transversal y masivo.

Y ahora nos ha faltado tiempo para salir al paso de un tuit del Ayuntamiento de Barcelona para confundir la muerte de Macià con el asesinato de Companys.

Lo que es indicativo ―más allá de la oficialista resbalada de ignorante― de que algunos símbolos nacionales ni son lo suficiente conocidos ni compartidos. Y si esta es una carencia preocupante, infinitamente más nociva es la apropiación que se quiere hacer y se hace por obra y gracia de sensibilidades más nacionalistas que nacionales.

La dejadez gubernamental o el desconocimiento no son peor que la sobreactuación que a menudo llega desde unas filas que han sobrevenido a la causa de la libertad nacional y la justicia social (a esta segunda fase no han llegado) y que se rasgan las vestiduras con tanta teatralidad como convicción conversa. No es difícil hoy ver cómo sacralizan el patriotismo aquellos (o aquellas) que no hace tanto militaban en una derecha rancia. O que todavía llevan en la muñeca la sombra de la pulsera que lucían en Sarrià de un patriotismo todavía más rancio y cuando por Francesc Macià solo conocían una rotonda junto a la Torre Godó.

Lo que es indicativo ―más allá de la oficialista resbalada de ignorante― de que algunos símbolos nacionales ni son lo suficiente conocidos ni compartidos. Y si esta es una carencia preocupante, infinitamente más nociva es la apropiación que se quiere hacer y se hace por obra y gracia de sensibilidades más nacionalistas que nacionales.

La eclosión del independentismo empapando amplias capas sociales está lastrada por la patrimonialización que se quiere hacer y se hace. Como si de un acceso de fiebre repentino se tratara, los más encendidos reaccionan con un espíritu inquisitorial pinchando en todas las impurezas que detectan. Erigidos en guardianes de las esencias hacen más daño que bien a la causa que dicen defender a golpes de bandera.

Cuando aquello imprescindible es sumar y sumar, aquello más inteligente (se llame confrontación o no) es tejer complicidades y no exigir ningún tipo de adhesión incondicional a una causa que o es de muchos o no será nunca lo bastante sólida como para doblegar un estado que no solo es fuerte sino que cuenta con una adhesión de grosor en la misma Catalunya, que engordan todos aquellos que ven enemigos en todas partes mientras enarbolan banderas con más rabia que fraternidad.

El independentismo viene de lejos, no es flor de un día, que haya pasado de ser minoritario e incluso marginal a aspirar a la hegemonía es sencillamente porque ha sumado de aquí y de allí.

Ps. Tampoco hay que sufrir en exceso. Nada nuevo. Los principales detractores de Macià también enarbolaban esteladas con tanta rabia como convicción.