La confusión entre país y partido ha sido muy visible en la formación que había sido hegemónica en Catalunya, una hegemonía que había hecho compatible con otra de metropolitana. La sociovergencia también era una manera de entender el país, de vivirlo y de repartírselo. Lo que explica, en buena medida, algunos de los males que se han enquistado en este paraíso de aguas estadizas que representa una sociovergencia que amenaza con resurgir con más fuerza que nunca. Un equilibrio de fuerzas que evoca la consolidación de un modelo de convivencia política silente, de intereses espurios, tanto para ti, tanto para mí, que ha definido Catalunya durante décadas. Y que es, al mismo tiempo, uno mana de inercias y hábitos, claramente en determinadas instituciones, producto de la perpetuación de mayorías políticas que convirtieron las administraciones en meros apéndices de aquellas.

Jaume Graells, el concejal de L'Hospitalet que denunció la caja B de L'Hospitalet, lo explica en una reciente entrevista, al afirmar que cuando "se llevan muchos años en el gobierno se confunde lo que es partido, Ayuntamiento o entidades". Es decir, se patrimonializa la institución. Este ha sido un gen muy convergente. Ya sea en el Govern de la Generalitat o en el Ayuntamiento de Sant Cugat. Pero también muy socialista. No es casualidad que haya sido precisamente en L'Hospitalet que se haya producido el caso de la caja B del Consejo de Deportes, como no es casualidad que fuera Sant Cugat uno de los epicentros del tres por ciento.

Es lo que explica la reacción visceral contra Mireia Ingla, la alcaldesa republicana que ha cortocircuitado tres décadas de gobernanza monocolor en una de las ciudades más prósperas de toda Catalunya. Una alcaldesa que no ha dudado en hacer la colada a pesar de la brutal campaña de los que se han visto privados de aquello que consideraban sede. Es el ya mítico "es como si los ladrones nos hubieran entrado en casa", una confesión sublime de estado ánimo, que de tan sincera resume los efectos de esta interiorización de la patrimonialización de las instituciones.

Esta sociovergencia es la que ha vuelto a la Diputación de Barcelona (Diba). Una sociovergencia ideada por el PSC como cordón sanitario contra los republicanos, después de haberla impuesto también en el Ayuntamiento de Barcelona para evitar, a cualquier precio, un alcalde republicano. Y si en el Ayuntamiento contaron con una auténtica operación Frankenstein —la conjura con la candidatura de los 'fondos black'— en la Diputación han contado con la imprescindible conjura con aquellos que se definen a sí mismos como "nítidamente" independentistas.

La naturaleza de omertà de la sociovergencia es, también, lo que explica la pasividad de los socios de Núria Marín en la Diputación de Barcelona y la complicidad en el espeso silencio que acompañó la denuncia de las prácticas corruptas en el Consejo de Deportes de L'Hospitalet. Precisamente por eso, el PSC de L'Hospitalet no ha dudado, en varias ocasiones, en hacer ostentación del uso de los recursos públicos de la Diba como consecuencia del color político del ente delante la pasividad más inexplicable de la parte independentista de la coalición gobernante ante el estupor del líder de la oposición a la Diba, el moianés Genís Guiteras, que si lo pinchan no le sacan sangre.

Sin la tenacidad del militante socialista, Jaume Graells, a la hora de denunciar el caso, a saber hasta cuándo se habría mantenido la práctica de la caja B y en qué habría derivado. Cuanta más sensación de impunidad y descontrol más alicientes a malas prácticas y su multiplicación exponencial. Y si sin la determinación de Graells, el Consejo de Deportes de L'Hospitalet habría seguido gestionando a discreción una caja B, sin la tenacidad de un periodismo punzante no habríamos sabido nada. Verdadero periodismo, con mayúsculas, que ha puesto luz a las tinieblas, que ha estado encima del caso mientras la mayoría de medios no hacían ningún caso. La cantidad ingente de recursos discrecionales de la Diba es inigualable. Suerte tenemos de un periodismo que ha persistido, aislado, hasta conseguir que el caso fuera de dominio público frente el hacer la vista gorda que se ha impuesto. En la política, como en el periodismo, la honestidad es agua bendecida, tanto para la salud democrática de las instituciones como para el ejercicio de un periodismo comprometido con la verdad y que ejerce con valentía una función vital que tiene encomendada como cuarto poder. La sociovergencia persistirá y seguirá blandiendo su poder como nefasta red de influencia e intereses. Pero tendrá que tener más cuidado a la hora de perpetrar sus nefastas consecuencias.