Cuando hacía el último curso de EGB era el único de la clase que decidió tomar los apuntes en catalán, aunque todo, absolutamente todo excepto lengua catalana, se impartiera en castellano. Era la escuela Esteve Barrachina de Sitges, escuelas nacionales Esteban Barrachina cuando empecé la etapa escolar. A continuación, en el Instituto Joan Ramon Benaprès de Sitges, siguió, más o menos, la misma dinámica del Barrachina. Casi todo en castellano y yo seguía siendo el único que traducía simultáneamente y hacía los exámenes en catalán. Luz: un grupo de alumnos nos organizamos para pedir más catalán. Era inédito en Sitges. Éramos pocos, pero hicimos ruido. El mejor momento, el más dulce y exitoso, fue cuando una profesora que se llamaba Elda, asturiana de nacimiento si no recuerdo mal, anunció que se cambiaba de lengua y que a partir de aquel día impartiría la asignatura de Ciencias Naturales en lengua catalana. Todo el mundo hablaba y yo estaba exultante. Feliz. Era un síntoma y su una actitud ejemplar, admirable.

Claro que no todo el mundo celebró su decisión. Dos hermanas, mellizas, que lucían un brazalete con los colores de la enseña española en la muñeca, le reprocharon —en clase— su decisión. Pero Elda se mantuvo firme. Daría las clases en catalán. Y punto. Y así fue. Ya me parecía entonces que la actitud individual era determinante. Y por eso siempre —y siempre quiere decir siempre— utilizaba el catalán para relacionarme. No es tan fácil como parece. Incluso me sentí una rara avis. Esta era, sin embargo, la cuestión. Normalizar el catalán como lengua de uso. Y esta normalización dependía, esencialmente, de la voluntad individual. Obviamente, era vital que llegara la inmersión y la existencia de una televisión generalista y de calidad en catalán. TV3 fue una revolución y cuando nació su share enseguida se disparó. Claro que entonces solo había tres canales y por eso también la llamaron TV3, con el traspasado Alfons Quintà, ungido por el pujolismo, al frente.

Todo esto es a raiz de la publicación de Treu la galleda! El català s'enfonsa però tu el pots salvar [¡Saca el cubo! El catalán se hunde, pero tú lo puedes salvar] del periodista de Catalunya Radio, Gerard López, que este Sant Jordi ha debutado con este ensayo haciendo énfasis en la actitud militante con el uso de la lengua. No puedo estar más de acuerdo. Con algunos matices, claro está, porque no es lo mismo Torelló que un Sitges que tiene una vocación más metropolitana. Ni Sitges es lo mismo que Castelldefels, separados por el Massís del Garraf, que hace de barrera natural pero también sociológica.

Lo mejor que puede hacer cada uno de los hablantes de catalán por el idioma es utilizarlo como lengua de uso social. Más actitud, más predicar con el ejemplo y menos proclamas estridentes que ni seducen a nadie ni fomentan nada práctico

Esta es una cuestión que en alguna ocasión he debatido con el dilecto amigo Ricard Rafecas, periodista del Penedès de raza. Él no lo ve igual. Para Rafecas solo la independencia puede salvar el catalán y no la actitud individual. Y siendo obvio que un Estado propio sería formidable para la vitalidad del catalán, no lo es menos que no es ninguna garantía absoluta. Solo hay que saber qué pasa en Andorra o bien qué ha pasado en Irlanda con el gaélico.

Gerard López afirma que el uso social del catalán está retrocediendo y apunta, serenamente, a los principales motivos. Y subrayo serenamente ante reflexiones crispadas prestas a señalar tasas, culpables y traiciones. El primer motivo, para López, sería la demografía. Las olas migratorias han cambiado sociológicamente el país. Y ocurre, además, aquello tan habitual de que cuando el interlocutor parece foráneo, instintivamente la mayoría le habla en castellano. Lo he visto y escuchado en multitud de ocasiones y de boca de personas que se declaran indepes de piedra picada y tercos. El segundo, la potencia del castellano. Incuestionable. El tercero, el ocio tecnológico, acaparadoramente en castellano. Finalmente, dos motivos. La pérdida de prestigio del catalán, aunque esta parece más una consecuencia de los primeros motivos. Y en último término, un Estado que en el mejor de los casos ignora el catalán.

Sigo quedándome con la tesis principal de Gerard López. El uso del catalán por parte de cada uno de sus hablantes que, además, es una cuestión que sí depende de "la gente" a la que a menudo se apela como si fuera un ente uniforme. De la misma manera que se invoca el pueblo o se pretende hablar en nombre del pueblo, que todavía es una actitud más absurda y pretenciosa.

Sí, sin duda, tiene razón Gerard López. Lo mejor que puede hacer cada uno de los hablantes de catalán por el catalán es utilizarlo como lengua de uso social. Más actitud, más predicar con el ejemplo y menos proclamas estridentes que ni seducen a nadie ni fomentan nada práctico.