Es un nombre de tantos, de tantos asesinados por la dictadura criminal de Francisco Franco, el régimen que mató mucho y hasta el final. A Cipriano Martos lo mataron el 17 de septiembre de 1973. Cuatro años antes Franco había designado a Juan Carlos como su sucesor después de jurar fidelidad y lealtad a los principios fundamentales del franquismo.

El de Cipriano es un caso que recuperó el periodista Roger Mateos, un gran periodista según asegura Ferran Casas (era su jefe de Política en Ara) y todos los compañeros que han trabajado con él. A lo largo de 350 páginas, Mateos (hoy jefe de Política en EFE), narra las vicisitudes de un militante comunista, hijo de la Andalucía más pobre, que emigró a Catalunya en busca de oportunidades y un futuro digno y que aquí se enroló en la lucha antifranquista como miembro de una organización, el PCE (ml), que pregonaba el enfrentamiento al régimen por todos los medios.

El nombre de Cipriano Martos es un nombre que evoca la impunidad absoluta, total, con la que se resolvió el tránsito de la dictadura a la restauración borbónica. Es uno de tantos ejemplos por los que se ha desgañitado Joan Tardà (y en los últimos tiempos Gabriel Rufián) en el Congreso para exigir reparación y justicia, mientras el PSOE tocaba el violín y la izquierda española se conformaba siempre con condenas cosméticas.

La democracia española se asienta, sobre todo, en la impunidad criminal

La democracia española se asienta, sobre todo, en la impunidad criminal; se asienta en la negativa a permitir que los familiares de los desaparecidos en la Guerra Civil —y de la posterior carnicería franquista de la posguerra— pudieran dejar un ramo de flores en las tumbas de aquellos que desaparecieron en el frente del Ebro masivamente o en la posterior limpieza con que desinfectaron la zona roja matando y encarcelando arbitrariamente o, años más tarde, contra toda disidencia que cuestionara el restaurado régimen borbónico. El PSOE, este PSOE miedoso y acomplejado ante la derecha, tampoco tiene problema alguno en contar entre sus filas con personajes como Petitó Borrell, mentiroso compulsivo que se puede permitir inventarse escupitajos igual que se puede reír del genocidio americano o que puede, como el franquismo criminal, llamar a desinfectar Catalunya.

No fue hasta que Raül Romeva ocupó la Conselleria d'Exteriors que empezaron a abrirse fosas, a buscar a aquellos que durante 40 años (más 40 con Constitución) habían quedado sepultados en el olvido, con lo que se negaba a sus descendientes o familiares toda posibilidad de paz espiritual, mientras se protegía hasta el último de los asesinos, hasta el último de ellos, no fuera que sus herederos (a veces sociológicos y muy a menudo sanguíneos) se incomodaran. Albert Rivera es de los que promueven el olvido y la impunidad, de los que salen corriendo del Parlament si alguien plantea condenar el franquismo. Vox es una expresión todavía más desacomplejada de lo que representa Rivera, pero, en esencia, es exactamente lo mismo: los hijos del franquismo que mató impunemente. Son la misma expresión. De hecho, Rivera ha copiado punto por punto la actitud del fascismo puro y duro, de lo que representaron Ynestrillas y su movimiento. Lo hizo en Altsasu, mintiendo una vez más, mintiendo impunemente, tal como sus progenitores políticos mataron impunemente.

Vox es una expresión todavía más desacomplejada de lo que representa Rivera, pero, en esencia, es exactamente lo mismo: los hijos del franquismo que mató impunemente

El amigo Roger Heredia es una de las personas que en los últimos años más se ha destacado empujando desde la sociedad civil y exigiendo reparación y justicia. Él sabe qué es ver morir a familiares con la pena de no haber podido, no ya exigir justicia, sino siquiera dejar un ramo de flores a los familiares asesinados por el régimen franquista. Como la abuela Neus, que murió sin poder despedirse de su hermano, voluntario de la Columna Macià-Companys, desaparecido al final de la batalla del Ebro.

Cuando Roger Mateos explica el caso de Cipriano, pone luz sobre la miseria de la democracia española, sobre una democracia que perpetuó el olvido, sobre la Catalunya contemporánea, sobre el dolor de tantos, sobre esta impunidad criminal que ha permitido algo insólito en toda Europa, en el mundo, de hecho: permitir no solo que los asesinos puedan haber pasado sus vidas sin responder de nada, sino que, encima, todo lo que representaron pueda revivir hoy con tanta crudeza, con altanería, sin ningún tipo de rubor, haciendo pasar a los verdugos por almas cándidas y condenando a las víctimas al anonimato y el ostracismo.

Esta es la España que hoy emerge, la que tolera a La Manada y convive con ella, y que, en cambio, clama venganza contra los protagonistas del 1-O y se abalanza sobre ellos salivando como los perros de Pavlov.