Era concejal del Ayuntamiento de Barcelona hace solo un año y pico, portavoz del grupo municipal de CiU. Repentinamente lo llamaron para hacerse cargo de la Conselleria de Interior, en julio de 2017, a dos meses del 1 de octubre. Era una solución de emergencia para reconducir la actitud del Govern (de algunos consellers del Govern, para ser exactos) ante el 1 de octubre. No lo llamaron para asumir la Conselleria de Cultura, que habría sido en ese contexto un cambio relativamente cómodo; Puigdemont lo llamó para que se hiciera cargo de una de las conselleries más delicadas, una conselleria primordial que ya se preveía clave en el embate que estaba llegando.

Forn es un hombre aparentemente menos enérgico que su amigo David Madí, uno de sus valedores. Pero ya está dicho que las apariencias engañan. Porque Quim Forn se erigió en un gigante el 17 de agosto, cuando hacía un mes de su nombramiento, en la gestión del macabro atentado terrorista de La Rambla que golpeó a Catalunya. La eficaz respuesta de los Mossos d'Esquadra que él dirigía fue un revulsivo para el 1 de octubre sin que nadie lo hubiera pretendido. La gestión de aquel atentado evidenció el alto nivel de preparación de los Mossos y originó, de rebote, un idilio inédito del cuerpo con la población catalana. Con las fuerzas de seguridad españolas ausentes, con un miserable Gobierno más preocupado por utilizar la masacre terrorista contra el 1 de octubre que en resolver el atentado y capturar a sus autores, los Mossos (sobre los que se cernía una sombra de duda) resolvieron el atentado en un tiempo récord mientras el ministro del Interior cazaba moscas.

Cada día que Quim Forn pasa en prisión es una ignominia democrática, una evidencia de la involución autoritaria del Estado, un retrato del espíritu vengativo de la justicia española

No nos equivoquemos. Es a partir del 17 de agosto que el Gobierno y los aparatos del Estado lo tienen enfilado. Quim Forn se enfrentó con determinación a la campaña de descrédito que se intentó orquestar contra el Govern y los Mossos. Y resolvió la situación con nota, junto con el president Puigdemont y el vicepresident Junqueras, junto a un gobierno catalán que se había fortalecido con la crisis de julio, cuando finalmente fueron relevados buena parte de los consellers que dudaban sobre el 1 de octubre. El cautiverio de Quim Forn, esta prisión incondicional y vengativa, se empezó a gestar aquel 17 de agosto. El Estado, el régimen monárquico, vivió todo aquel episodio como una humillación. Los hirió quedarse fuera de juego, los irritó ver a los Mossos resolviendo brillantemente el atentado y los frustró no conseguir la canallada que intentaron: usar el atentado contra el anhelo de votar. El espíritu de venganza de un régimen resentido es a lo que hoy nos enfrentamos.

Ciertamente, no acabó aquí. El 20 de septiembre, los Mossos actuaron nuevamente con ponderación y eficacia ante una Guardia Civil que dejó vehículos abiertos y cargados de armamento al alcance del público. Y el colmo es el 1 de octubre, cuando los Mossos d'Esquadra no se apuntaron al pogromo de los cuerpos y fuerzas de de seguridad del Estado (¡qué eufemismo!) contra la población catalana. El sueño húmedo de la vicepresidenta Soraya (responsable del CNI) era ver a los Mossos pegando a la ciudadanía, repartiendo estopa a diestro y siniestro. Pero lo que se encontró fue una policía responsable y diligente que interpretó serena y ponderadamente la orden judicial y priorizó la seguridad ciudadana. Aquella fue la gota que colmó el vaso. No solo la policía de Catalunya que comandaba Quim Forn resolvió con eficacia el 17 de agosto, no solo gestionó con corrección el 20 de septiembre, sino que, además, ¡no golpeó a ciudadanos pacíficos el 1 de octubre! Tres imperdonables actuaciones a ojos del Gobierno y de una judicatura y una fiscalía que son el brazo ejecutor del régimen monárquico restaurado del 78.

Cada día que Quim Forn pasa en prisión es una ignominia democrática, una evidencia de la involución autoritaria del Estado, un retrato del espíritu vengativo de la justicia española. Quim Forn lleva un año en prisión, como Oriol Junqueras, con quien ha compartido las prisiones de Estremera y Lledoners, hasta ahora. Y con quien tendrá que compartir un juicio que no será justo y que solo puede acabar en Estrasburgo. Un año de prisión que Forn ha retratado en el dietario Escrits de presó, escrito mientras convivía, en una pequeña celda de nueve metros cuadrados de Estremera, con Oriol Junqueras (a quien la fiscalía apunta como principal responsable del 1-O). El libro es un documento trascendente de cómo vive y afronta un hombre bueno, un hombre prudente y moderado, un hombre juicioso, una situación inédita en Catalunya, que es observada por una Europa conservadora. Una Europa que no tiene ni idea de que pasó el 11 de septiembre de 1714, pero que sabe perfectamente qué sucedió el 1 de octubre del 2017.