En todas partes hay gente de bien. Cuando menos, con respecto a los individuos individualmente considerados, hay de todo en todos los colectivos. Pero hay instituciones que arrastran un histórico que habla por sí solo. O que se lo expliquen a las familias republicanas de la posguerra, el pánico que les provocaba ver agentes con el tricornio. Por lo que representaban, por la reputación que se habían ganado a pulso. La Guardia Civil daba respeto, porque tenía aterrada a la población, por todo lo que les había llegado a hacer. La llamada Benemérita se convirtió en la guardia pretoriana del franquismo. En los pueblos, todos los que tienen una edad lo saben, para bien (los afines al régimen) o para mal (los hijos de los republicanos o del conjunto de los represaliados, sobre todo).

Los abuelos recuerdan aquellos hombres que montaban a caballo, con la capa y el distintivo tricornio, de origen francés, como lo que lucía orgulloso el general de la Guardia Civil, en Sant Andreu de la Barca, que afirmaba pletórico: "Lo volveremos a hacer". Hacían parada y fonda en las tabernas de los pueblos. Era una costumbre consumir y no pagar. Y esta costumbre, ya se sabe que la costumbre es fuente de ley, se mantuvo largamente, por todas partes, también después de la muerte de Franco, con la llegada de la democracia. El otro día, en La Ribera d'Ebre, me recordaban una escena vivida a finales de los años setenta o quizás a principio de los ochenta. Unos agentes desayunaban en el bar del pueblo. Al acabar, el cabo primero se dirigió a la dueña y condescendiente dijo: "¿Se debe algo, señora? Si se que se debe algo". Por descontado la dueña dijo que no. El agente, sin prestar atención a la respuesta de la dueña, que entendía que era un formalismo, respondió con un tono condescendiente: "Pues si le sobra algo deme pa tabaco". Y la dueña, gentilmente, aflojó sin parpadear los tres duros que valía el Ducados.

No hace tantos años de esta anécdota. No es casualidad la reputación que tiene la Guardia Civil, como cuerpo, en amplios sectores de la población. Tampoco que fuera un teniente coronel de la Guardia Civil quien entrara a tiros, en 1981, al Congreso de los Diputados protagonizando un golpe de estado que tenía mucho de parodia nacional. Las fechorías reiteradas de algunos de sus mandos tampoco han ayudado. El que fue director general de la Guardia Civil, el socialista Luis Roldán, robó con tanto afán que incluso le atribuían haberse quedado el dinero de los huérfanos de la Guardia Civil. Y tampoco le hicieron ningún bien, a un cuerpo lastrado por el histórico de la Guardia Civil, las palabras de su general jefe en Catalunya amenazando que lo volverían a hacer, en una apelación que todo el mundo interpretó como referencia al 1 de Octubre.

Como es del todo lamentable que el coronel de la Benemérita que dirigía las investigaciones contra el independentismo utilizara a un alter ego ultra en las redes sociales, incompatible con un responsable de cualquier institución. Y si es una institución pública y su misión es proteger a la ciudadanía, peor todavía. Recordamos que la Guardia Civil nació para proteger los caminos de los malhechores, para proteger a los ciudadanos, no para escarnecerlos. Y tampoco le hicieron ningún bien a la Benemérita aquellos despidos a las comitivas destinadas a Catalunya para el 1 de Octubre. Y menos cuando algunos agentes remacharon el clavo subiendo ellos mismos vídeos propios en la red haciendo sonar himnos fascistas en su desplazamiento a tierras catalanas. Era aquella misma actitud, que responde a una determinada ideología, la que llevó al ejército franquista a dejar de llamarse nacional cuando asaltó Catalunya. Cuando entraron en Euskadi o en Madrid eran el Ejército Nacional excepto a partir del momento que pisaron Catalunya. Entonces se pasaron a autodenominar Ejército de Ocupación, un ejército que mató, y mucho, durante la guerra y acabada la guerra que, en muchos lugares y en particular en Catalunya, fue de exterminio.

Que el general se vanagloriara implícitamente en público de la intervención el 1 de Octubre es penoso y no hace más que estropear la imagen de la Guardia Civil. El 1 de Octubre es la crónica de una derrota de estado y policial, de una vergüenza. El operativo policial (policías nacionales y guardia civiles) que participaron en la operación contra el 1 de Octubre fracasaron estrepitosamente. No solo no impidieron el referéndum sino que fueron los tristes protagonistas de una jornada negra. Sacar pecho de aquella jornada es patético, incomprensible. Por dos motivos, primero porque fardar de haber apaleado con ensañamiento a la ciudadanía "metiendo la porra como si no hubiera un mañana" tiene poco que ver con la pavoneada hombría hispánica si no es que ahora es de muy macho golpear a yayos y yayas indefensos. En el siglo XIX se hizo la Cartilla del Guardia Civil, un código moral para los agentes, enfatizando su capacidad de servicio y sacrificio que se quiso sintetizar en el lema "el honor es mi divisa". ¿Pero qué honor hay en el hecho de que un grupo de hombres fornidos y bien entrenados, armados hasta los dientes, se dedicaran a zurrar a gente que alzaba las manos al lado de un colegio electoral?

Si la Legión lleva una cabra como santo y seña, algunos tendrían que incorporar una gallina a su escudo. Tan chapucera fue aquella actuación del 1 de Octubre que el mismo PSOE presentó una moción por reprobar a la ministra vicepresidenta como principal responsable de la macabra violencia policial que provocó centenares de heridos, según textualmente afirmaron aquel día los hombres y mujeres de Pedro Sánchez. Los miembros de los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado llegaron por miles y contó cada una de sus intervenciones por clamorosos fracasos (se siguió votando) y por una cobarde actuación contra ciudadanos indefensos que aguantaron estoicamente la lluvia de golpes. A las antípodas de los Mossos d'Esquadra, que atendiendo el requerimiento judicial priorizaron la convivencia ciudadana. Nada que no hubiera dicho el decreto fundacional del Instituto armado hacia 1844 que pregonaba "servirán más y ofrecerán más garantías de orden cinco mil hombres buenos que quince mil, no malos, sino medianos que fueran".

Pero quizás lo más triste de todo, y de muy mal presagio, ha sido la reacción del Ministerio del Interior que evidencia la involución de que vive España arrastrada por este nacionalismo español de antigua estirpe. Hace unos años, un tipo de derechas como José Bono, no dudó en cargarse al general que hizo un pronunciamiento sobre el Estatuto. Lo fulminó. Como años antes había hecho Narcís Serra, conscientes de cuál era el papel de los militares, en especial en un estado que había sufrido dos dictaduras a lo largo del siglo XX y sucesivos golpes de estado. Ahora, el ministro Marlaska no se ha atrevido a hacer nada. El general que amenazó con volver a sembrar el pánico en las calles de Catalunya podrá volver tantas veces como quiera, generosamente aplaudido por la derecha extrema y la extrema derecha. Porque la pretendida izquierda española ha dimitido.