La opinión de la ciudadanía (del Pirineo por encima de todo) tendría que ser determinante para optar o no a organizar en el 2030 los Juegos Olímpicos de Invierno. Si sería inaceptable imponer los Juegos en el Pirineo desde Barcelona también tendría que ser censurable impedirlos contra su voluntad.

El sondeo del Govern apunta un apoyo muy mayoritario y un rechazo que nada más llega al veinte por ciento. Hay quienes afirman —como argumento de grosor— que los Juegos de Invierno son de otra época, del siglo XX, de una manera de hacer superada. Cabe decir que argumentos similares se utilizaban a finales de los años ochenta para rechazar los Juegos de Barcelona. Y la verdad es que aquel incipiente independentismo que declaró la guerra a los Juegos perdió la partida en todos los sentidos. Aquellos Juegos se hicieron con una acogida extraordinaria que se concretó en miles de voluntarios. La ciudadanía se los hizo suyos y el independentismo solo sacó la cabeza para emerger antipático y para enfrentarse a una ilusión colectiva, la de una enorme mayoría de la sociedad catalana. Por otra parte, los Juegos de Barcelona, los Juegos de Maragall, fueron un revulsivo para Barcelona y, de rebote, para Catalunya. Es difícil, visto ahora con perspectiva, no admitir que en términos globales fueron un exitazo. No solo pusieron Barcelona en el mapa. También la relanzaron.

Aquellos Juegos se hicieron con una acogida extraordinaria que se concretó en miles de voluntarios. La ciudadanía se los hizo suyos y el independentismo solo sacó la cabeza para emerger antipático y para enfrentarse a una ilusión colectiva

Afortunadamente hoy el independentismo ya no es marginal sino que es amplio y diverso, tanto que aspira a la hegemonía. Y en eso de los Juegos tiene una opinión que va por barrios y que, con la excepción de los anticapitalistas, no es homogénea. Ahora bien, si el sondeo fuera cierto, no es solo que el apoyo a los Juegos de Invierno casi multiplica por cuatro su rechazo, es que entre el independentismo también hay mayoría a favor de los Juegos.

Vivimos en un país que fue pionero exigiendo energías renovables y que ahora también parece serlo en rechazar la proliferación de molinos de viento. Con respecto a las placas solares, tres cuartos de lo mismo. Tampoco está claro el asunto del aeropuerto. La aspiración que Barcelona fuera un Hub Internacional era ampliamente compartida a pesar de que —vale precisar— poco o casi nada tiene que ver con el proyecto urbanístico de Aena que como la reforma laboral ha sido aquello tan español de 'las lentejas de la vieja'.

En el Pirineo se sigue esquiando para disfrute de decenas de miles de personas y para la buena salud del bolsillo de todo lo que cuelga de los amantes del esquí. Tanto es así que estaciones como la Masella o la Molina, a hora y media de Barcelona, están recibiendo a más gente que nunca a pesar del calor de final de año que fundía la nieve, contando también que no nieva desde la primera quincena de diciembre. En la Alta Cerdanya, por el contrario, en la cara norte, no hay tanta gente. Pero hay estaciones con nieve como nunca, como la de Porté, hundida al pie del Canigó. Tres metros de grosor y, estos últimos días, temperaturas máximas por debajo de cero grados. Si a final de año el calor era primaveral ahora el frío es de riguroso invierno.

Esta circunstancia —la proximidad— es precisamente una de las singularidades de Catalunya o de una capital como Barcelona, ciudad de costa pero a un palmo de todo. Esta es una de sus fortalezas y de su encanto y belleza.

¿Los Juegos Olímpicos de Invierno podrían ser, además, una oportunidad para la gente de las comarcas del Pirineo? Más que la reintroducción del oso pardo, sin duda. La presencia de osos es saludable para el Pirineo y su vitalidad. Como la del lobo que empieza a sacar la cabeza. Pero ni de lobos ni de osos vivirá ninguna de las siete comarcas de montaña.

Más allá de apriorismos ideológicos, de un cambio climático que afortunadamente todavía no ha hecho cerrar ninguna estación y de una cultura del 'No' que flota en el ambiente estaría bien que de todo se pudiera hablar. Y que, finalmente, en un sentido o en otro, decidiera la ciudadanía, sobre todo la del Pirineo.