El alcalde de Manlleu, Àlex Garrido, ha presentado la dimisión después de que se haya hecho público un vídeo que un indeseable le grabó, en el peor momento, a la salida de un pub. Una guarrada propia de aquel tipo de gentuza que aprovecha cualquier debilidad ajena. Es la misma gentuza que delante de cualquier persona en un mal momento vería una oportunidad para beneficiarse, la misma que te birlaría la caja o te tomaría el pelo, la chusma que te montaría una bronca con cualquier excusa o sencillamente por diversión.

Àlex Garrido ha presentado la dimisión por voluntad propia aunque su partido (Esquerra Republicana) no se lo había pedido. Y celebro que fuera así, hacer dimitir a un compañero víctima de la mirada de un miserable sería un acto más de cobardía que de responsabilidad. El último gesto del alcalde Garrido ha sido tan rápido como ejemplar. Y al mismo tiempo desconcertante. Se interrumpe así, bruscamente, la trayectoria de un joven que tuvo un desliz cuando no tocaba y delante de quien no tocaba.

Si no fuera por esta sociedad tan hipócrita en la cual vivimos, Àlex Garrido no habría terminado, al menos no por este vídeo miserable. En todo caso, por el vídeo, habría pasado vergüenza unos días, los amigos le habrían gastado bromas y los compañeros lo habrían advertido de que fuera con cuidado, que un día pasa pero que no volviera a ocurrir. Y habría aprendido la lección, probablemente. Como nos ha pasado a tantos a lo largo de nuestras vidas, ante una adversidad sales adelante en función de quien tengas cerca. Hay patinazos inconscientes, y hasta cierto punto ingenuos, que pasan una factura tan enorme como drástica. A unos más que otros. También. A menudo pagan justos por pecadores. También. Y a fe de Dios que el desliz, exhibido por la mala fe de un aprovechado sin escrúpulos, ha hecho estragos y ha sido el detonante de la dimisión. Que levante la mano quien no se haya visto un día en una situación comprometida, quien no se haya pasado en una fiesta o no haya protagonizado un día un episodio tan divertido como poco edificante.

Y es que, desdichadamente, cuando te sueltas —o un día te desahogas sin más— cerca de gente poco recomendable, hay muchas opciones que haya al menos uno que no desperdicie la ocasión para poder disfrutar él y su grupo de idiotas, de vidas absurdas hechas a base de escrutar las de los otros.

Vivimos en una especie de moral distraída, una sociedad que se escandaliza con facilidad mientras convive sonriendo con todo tipo de miserias mientras no trasciendan

El alcalde de Manlleu, un hombre joven, abandonó un local de ocio sin hacer ruido, sin dejar de pagar ninguna consumición y se dejó caer en la acera sin increpar a nadie. Ebrio, sí. Ya querrían todos los locales de ocio clientes así, que si un día se pasan de la raya haciendo más gasto de lo aconsejable, abandonen la fiesta sin romper nada y habiendo pagado cada bebida religiosamente.

Al tipo de gente que no tendrías que querer en casa es a uno que te trajera la cámara para hacerse el gracioso en las redes (por visibilidad, hacer daño o llamar la atención), uno delante del cual tengas que estar atento porque te fastidiará a la mínima, uno delante de quien no te puedas relajar porque le has abierto las puertas de casa y correrá a explicar cualquier intimidad.

Vivimos en una especie de moral distraída, una sociedad que se escandaliza con facilidad mientras convive sonriendo con todo tipo de miserias mientras no trasciendan. O que trascendiendo las pasamos por alto, las disculpamos o las disfrazamos. No son pocos los personajes públicos que han sido pillados (no es el caso de Àlex) bebidos al volante, como un exportavoz del Gobierno que se estrelló con una tasa de alcoholemia que multiplicaba por cuatro la permitida legalmente. Sin olvidar a aquel expresidente español que se embaló tanto al recibir una Medalla de la Academia del Vino de Castilla y León que se reía públicamente de las recomendaciones de Tráfico de no conducir si se había bebido. Pero quién se han creído estos que son para decirme cuánto vino puedo consumir, nos dijo.

Del alcalde de Manlleu no se conocía ningún desliz. Dicen, los que lo conocen, que es un buenazo. Y que no se lo merece. El contraste entre el precio que paga el ya exalcalde y la impunidad del cretino que se golpea el pecho haciéndose el macho, ante una parroquia condescendiente que lo escucha con toda la complicidad, es sangrante. La vieja mirada que convive entre nosotros.