Arnaldo Otegi es uno de los políticos que más dan en el clavo. Su serenidad contrasta con la estridencia de otros. El comportamiento, el análisis frío (la capacidad analítica), la visión de futuro o el verbo preciso evidencian también un hombre que lleva muchas horas de vuelo y que las ha pasado canutas. Gabriel Rufián lo entrevistó hace unos días para La Fábrica (vía Skype). Ahora lo he podido recuperar. Lo he visionado tres veces seguidas. Y todavía se me ha hecho corto. Tiene una entrevista de 60 minutos con prórroga. Rufián tendría que haber hecho una excepción a los veinte minutos habituales o dedicar dos fábricas, como mínimo, a Otegi. Y, además, el de Bildu se explica muy bien, con frases cortas, claras, directas.

Altamente recomendable, sinceramente. También para los aguerridos predicadores del "cuanto peor, mejor". Para todo el mundo. Hay un momento que precisamente evalúa la mesa de diálogo con el PSOE. Y Otegi, desde una profunda desconfianza en el Partido Socialista, responde con una lógica sencilla, imbatible. Dice Otegi: "Es difícil hacer entender a la comunidad internacional que tú hayas exigido 'España, siéntate' y si España se sienta tu no te sientes". Pero lo más demoledor es que lo acompaña de una confesión:"Nosotros hemos jugado a eso ('cuanto peor, mejor') durante bastante tiempo y no nos ha funcionado" ¡Toma ya! Touché, amigo.

Otegi es largo y responde con sentido del humor, inteligencia y habilidad cuando le preguntan por Puigdemont, Junqueras, Rovira, Aznar, Zapatero, Iglesias, Sánchez o por el socialista Jesús Egiguren, "un gran amigo". Aunque responde con elegancia, es más contundente cuando habla de los dirigentes del PNV, de los que dice que "actúan como los dueños de país". Rufián tendría que haber respondido un irónico "me suena". Pero en este ocasión no fue tan rápido de reflejos como habitualmente. Otegi comparte plenamente la estrategia republicana pero al mismo tiempo no esconde una cierta fascinación por Puigdemont. De Junqueras dice "es un líder político injustamente en la cárcel con el que tengo una buena relación". De Puigdemont resume: "Le tengo gran aprecio". De Tardà, amigo personal de Otegi, no dice nada. Porque Rufián no se lo pregunta. Tardà cerró una legislatura en las Cortes, con Otegi en prisión, al grito de "gora Arnaldo". Me faltó saber qué piensa de su amigo catalán, tan en el punto de mira de algunos. Cabe decir que el odio visceral a Tardà no es nuevo. De él, Puigdemont había dicho hace unos años "representa la actual dirección de Esquerra: marxista, mesiánica, antigua. Antes de izquierdas que nacional". Lo mejor es la consideración de mesiánica. Las filias y fobias vienen de lejos.

Otegi sabe distinguir perfectamente táctica de estrategia. Y como sabe de dónde viene y dónde quiere ir no tiene problema en elogiar el papel dialogante de la presidenta de Navarra (PSOE) mientras deja en muy mal lugar a los Urkullu y compañía. Otegi ha aprendido, a fuerza de golpes, a valorar las debilidades y fortalezas propias y las de los adversarios, en particular el Estado. Sabe que no es que la fuerza no los acompañe (a la izquierda abertzale) sino que el Estado es inmensamente más poderoso. Y que en un embate frontal quien tiene siempre las de perder es el más débil. Como los indios de la Trinca, los del Far West. Seguramente por eso se muestra fascinado por como se han hecho las cosas a en Catalunya y lo considera "ejemplar". Porque él se sabe más indio que cowboy.

Aquellos indios, su cultura, fueron exterminados. En selva amazónica todavía hay indios, a pesar de que cada vez están más asediados por los garimpeiros. Uno de los pueblos indígenas más conocidos es el de los yanomamis, guerreros implacables. Un día dos guerreros yanomamis, de diferentes tribus, discutían sobre cómo pasar un río, uno de tantos afluentes del Amazonas, un río que había excavado un gran desfiladero. Uno de ellos apostaba por construir un puente tibetano a fin de que toda la tribu pudiera pasar. El otro, aseguraba que era imposible y que los garimpeiros no lo permitirían y que aquello que había que hacer era saltar, saltar los 50 metros. Y que quien no se atrevía a saltar era un cobarde. Después de media docena de visitas al río, y con el debate cada vez más agrio, el de verbo arrebatado sentenció que hacer aquel puente era imposible. Y que no saltar era una evidencia de la cobardía. El yanomami del puente, harto de la misma discusión, le respondió: "pues salta", mientras volvía su espalda y retornaba al poblado.

Imagino a Arnaldo Otegi en una escena parecida mientras un jeltzale peneuvista lo acusa de no ser lo bastante valiente para saltar la cascada del nacimiento del Nervión. Y como Otegi encoge los hombros, se gira con una sonrisa mientras golpeale  condescendiente la espalda (como|cómo diciendo aurrera) y vuelve a Elgoibar en paz de espíritu. Cuando llega pasa por delante del batzoki y no se sorprende al ver al mismo jeltzale, que ha corrido más que nadie, tomándose un zurito mientras vocifera que él sí saltaría el Nervión.