Hace cuatro días, Pedro Sánchez todavía parecía estar de Sanfermines. Y es así que salió como un miura para arremeter contra Pablo Iglesias. Hace dos días, cambio de tornas, parecía que el miura ya se había desahogado y, más relajado, había dejado de embestir.

Pero todo fue subir al atril del Congreso y el miura volvió a resoplar por los ollares mientras rascaba con la pata derecha y bajaba la cornamenta amenazadoramente. El miura parecía haber visto nuevamente trapos rojos, como si en lugar de la presidenta del Congreso llamándolo a la entrada hubiera oído el txupinazo, hubiera corrido desbocado el encierro bajando las escaleras y subiendo a la tarima de oradores, desafiante, como si hubiera entrado en la plaza de toros de Pamplona.

El miura tentó la suerte a conciencia, el lunes, cuando salió descaradamente a embestir a Pablo Iglesias y a las formaciones independentistas. Con éxito notable, sobra decirlo. El diputado Jordi Sánchez, que se había pronunciado nítidamente por la abstención semanas antes, desde Soto del Real, reaccionó anunciando el no desde Lledoners. La provocación tuvo efectos, inmediatos. Nada que decir, si no fuese que los votos de Junts son aritméticamente irrelevantes en Madrid y, en cambio, eran absolutamente determinantes en la Diputación. Allí donde eran relevantes han servido para acordar un gobierno en la tercera institución del país presidido por el PSOE e imponer un segundo cordón sanitario. Allí donde son irrelevantes patalean, tal como hizo Laura Borràs, y alzan la estelada con la mano en el corazón. La gesticulación en Madrid, el pacto en Barcelona. Cara y cruz de una misma moneda.

Sánchez, en esta primera sesión de investidura, ha exhibido lo peor del PSOE, el peor PSOE de todos, precisamente aquel que le exigía rendirse ante el PP

Pedro Sánchez parece querer elecciones, parece desearlas con saña y de ninguna manera se plantea gobernar con ningún lastre por la izquierda y todavía menos si es soberanista y catalana. Si bien, hay que decir, no ha tenido ningún problema para obtener la presidencia de la Diputación pactando con el partido de Puigdemont o bien para imponer un cordón sanitario contra el republicanismo en Barcelona, también ha evidenciado que no quiere nada con olor a republicano en el Gobierno. Las encuestas le sonríen y con este as en la manga no ha dudado a escenificar desprecio y soberbia a los que le hicieron presidente de España (como le recordaba, entre otros, Gabriel Rufián) mientras imploraba la complicidad de PP y Ciudadanos, los socios de Vox, para validar la investidura.

Sánchez, en esta primera sesión de investidura, ha exhibido lo peor del PSOE, el peor PSOE de todos, precisamente aquel que le exigía rendirse ante el PP. La arrogancia del miura, flor y nata de la tauromaquia española, se ha manifestado en todo su esplendor. Dicen los entendidos que el miura es un toro combatiente, nervioso, que aprende mucho y rápido, de toreo despierto, es un toro espectacular desde la salida a plaza y en las primeras embestidas. Veremos si Podemos, por un lado, y los independentistas vascos y catalanes son lo bastante astutos para saber aguantar los primeros compases y provocaciones, sin caer en la trampa, donde el miura nos quiere, irritados, agrios, entrando a matar.