Uno de los diarios que te regalan cuando tomas el avión para viajar a Mallorca es la edición de El Mundo de Balears, al menos en Air Europa. Lo hojeamos mientras hacíamos tiempo con Maxi Calero y Pep Picas, el equipo fijo de los bolos para presentar Oriol Junqueras. Fins que siguem lliures, camino de Palma y Pollença. La edición de Baleares la dirigió Eduardo Inda y a fe de Dios que dejó huella: página tras página en campaña permanente contra la enseñanza en catalán, atizando un odio feroz contra cualquier indicio de catalanidad, aliñado con un relato que te recuerda lo que denunciaba Malcolm X: "Si no estáis precavidos ante los medios de comunicación, os harán amar al opresor y odiar al oprimido". Da miedo la Mallorca que explican y el clima que deliberadamente proyectan.

En el vuelo, te obsequian también con otros diarios, Diario de Mallorca y Última Hora. Unos diarios de grosor, y no debe de ser fácil cuando la crisis del papel es tan sostenida. La antigua receta de Godó, papel x anuncios = pasta, hace años que ha prescrito. Estos diarios no son soberanistas, pero tampoco se te atragantan. Leyendo esas páginas no tenías la sensación de viajar a unas Illes a punto del colapso. Normalidad. Hay de todo en la viña del Señor.

Después de aterrizar en Su Sant Joan, no encontramos ningún comisariado para someternos a un examen lingüístico. Ninguna crispación a pesar de cuánto se esfuerzan algunos. Palma, de buena mañana, era un oasis de paz y el desayuno en el barrio obrero y de pescadores de El Molinar, delante de la bahía de Palma, tenía un aire bucólico. El Molinar es un barrio que ha conseguido, por ahora, preservarse del urbanismo depredador tan del gusto del PP y el resto del españolísimo movimiento patriótico que vira aceleradamente a la derecha en la frenética carrera que primero impuso Ciudadanos y que ahora acentúa Vox.

Acogidos por republicanos de la isla mayor no podíamos dejar de pensar cómo debe de ser la militancia política republicana en una isla donde el soberanismo va haciendo camino, pero sigue estando en minoría, mientras la derecha es cada vez más extrema. En Mallorca, en las Illes, aunque el PP es la primera fuerza, gobierna una coalición de progreso, con una presidenta del PSIB-PSOE, Francina Armengol, que no es el PSOE casposo de los Borrell y tutti quanti barón territorial que compite con el PP y Ciudadanos en astracanadas anticatalanas.

En Mallorca hay nación catalana, por todas partes. En algunos municipios, de manera muy evidente e incluso hegemónica

En Mallorca hay nación catalana, por todas partes. En algunos municipios, de manera muy evidente e incluso hegemónica. Solo hay que pasear por Pollença, en el norte, para constatar que el catalán es la lengua de uso cotidiano que tanto cabrea a algún diario y los sectores más reaccionarios de la sociedad mallorquina, desacomplejadamente de extrema derecha. En los últimos años, con el pretexto de la unidad de España, exhiben un nacionalismo de Estado excluyente y xenófobo. El caballo de batalla es defenestrar la normalización lingüística, arrinconar el mallorquín hasta la marginalidad, el manual de totalitarismo que el nacionalismo español ha predicado históricamente.

Al anochecer, en el auditorio del Diario de Mallorca, presenciamos la emotiva intervención de quien es quizás el mejor glosador de los Països Catalans, Mateu Xuri, que improvisó dos estrofas en L'estaca que interpretaba Pep Picas, un músico extraordinario del Penedès, un veterano de los escenarios que ahora recorre todo el país reivindicando la libertad de Oriol y de todas las presas y presos políticos. Incluso, inspirándose en un poema de Junqueras a sus hijos, ha compuesto un canto a la libertad.

El contraste entre la actitud de los republicanos mallorquines y la derecha extrema no puede ser más evidente. Lo que en unos es un mensaje democrático y de convivencia, fraternal, de preservar el país, en los otros es la descarada voluntad de provocar un choque, de crispar, para obtener réditos electorales mientras cortocircuitan cualquier vía de acuerdo. La cruzada contra la enseñanza balear tuvo su crepúsculo con Bauzá y la valerosa revuelta de la comunidad educativa, como nunca antes se había visto en las Illes. El reavivado nacionalismo español persigue dinamitar todos los puentes, cortocircuitar cualquier acuerdo razonable, abortar todo diálogo, enervar a propios y extraños para justificar medidas de fuerza cada vez más extremas, sabedores de que tienen un Estado detrás con todo el aparato judicial y policial y un sistema viciado que ha montado la corte en el palco del Bernabéu.

En Pollença, en el norte, al abrigo de la sierra de Tramuntana, gobierna una coalición de izquierdas, con una destacada presencia republicana. Miquel Àngel Sureda es un claro exponente. Hay que decir que el soberanismo ha dado pasos determinantes en Mallorca; por ejemplo, es la fuerza más votada en Manacor, tierra del amigo Joan Llodrà. Gana y gobierna en Bunyola. Es previsible que ahora que tendremos elecciones municipales afiancen los resultados y los mejoren, ojalá. Y en las próximas elecciones europeas tendremos ocasión de volver a compartir candidatura y de revalidar el extraordinario resultado del 2014. También en Menorca, donde el independentismo fue tercera fuerza en Maó y Ciutadella. Y donde tenemos a diputados como Pep Castells, un exmilitante del Bloc d'Estudiants Independentistes.

Escuchando las glosas de Mateu Xuri o de Maribel, una genial pareja de glosadores con un ingenio que cautiva e impresiona, nos preguntamos cuándo reencontraremos a toda esta buena gente, este entusiasmo y compromiso, esta jovialidad, esta amabilidad de los republicanos mallorquines que nos reconforta, el compañerismo de nuestra gente. Debemos pensar siempre que hay país más allá del Principat, que el empuje del Principat es de ida y vuelta, que somos la misma nación por mucho que sea a velocidades diferentes. Y que lo que nos hacen allí o nos hacen aquí es parte del mismo mal (de Almansa), que a todos alcanza.