El fiscal ha rechazado el informe de la Guardia Civil contra Xavier Vendrell por supuestas irregularidades al auxiliar las residencias en el peor momento de la pandemia. No es que lo haya dicho Waterloo, ni el Govern, el legítimo o el de plaza Sant Jaume. Es la conclusión a la cual ha llegado el fiscal Maldonado, el fiscal que tiene que ejercer de acusación y que ha pedido al juez de instrucción, Aguirre, que lo deje ir. Suficiente trabajo tenemos ―pensará el fiscal― como para ir persiguiendo a gente que se involucró para auxiliar un sistema público (y privado) de salud y asistencial desbordado aquella primavera del 2020. Eran aquellos días que nos confinamos en casa, cuando el cielo se nos cayó por la cabeza por un virus llegado de la China que alguno de nuestros epidemiólogos estrella había pronosticado que era una gripe como mucho.

La causa es una de las piezas que se derivan de la operación Volhov emprendida por la Benemérita contra Tsunami Democràtic. Volhov es el nombre de una batalla protagonizada por la heroica y patriótica División Azul que en 1941 auxilió al ejército nazi en su afán de matar rusos. En alguna localidad todavía pervive este mote, matarrusos, para los descendientes de aquellos que habían ido con la División Azul a eliminar la resistencia soviética. Enseguida que alguien dejó en evidencia el nombre de una operación que delataba a sus instructores, corrieron ―con el teniente coronel Daniel Baena al frente― a cambiar el nombre por el de Voloh, un dios eslavo. Baena, que de joven había querido entrar en los Mossos, es el homónimo de Tácito en las redes sociales y, no hace tantos años, íntimo de algún mando de los Mossos d'Esquadra.

Pocas personas como Vendrell se han ganado el respeto de tantos. Si lo tocan a él es porque nos quieren salpicar a todos

A Xavier Vendrell no le quita el sueño que lo impliquen en el llamado Tsunami Democràtic, a pesar de las graves consecuencias penales que pudiera tener para él. Es un hombre que a lo largo de su vida ha demostrado estar dispuesto a pagar un precio por su compromiso político y a asumir las consecuencias ―por dolorosas que sean―. Todo el mundo que lo conoce sabe que, además de ser un patriota de toda la vida, es un emprendedor que a lo largo de su vida ha capitaneado multitud de iniciativas empresariales.

Durante una larga etapa de una existencia vital y prolífica estuvo en política, en primera línea. Y cuando esta etapa se acabó, volvió a hacer lo que había hecho siempre, buscarse la vida. Hace más de una década que vive ininterrumpidamente de su actividad privada y sabe perfectamente cuáles son las preocupaciones de un empresario para pagar nóminas a final de mes y para cerrar nuevos acuerdos y contratos que hagan viable la empresa.

El proceso judicial y policial contra Tsunami Democràtic mezcla un asunto de naturaleza política con la vida privada, empresarial, de prácticamente todo el mundo que aparece en la instrucción. Incluido el hoy conseller de Educació, González-Cambray. La causa no tenía otra finalidad que empaquetar la actividad privada y pública de los encausados con la organización de una audaz protesta contra la sentencia a los presos del 1 de octubre. Es decir, vincular corrupción y una movilización tan extraordinaria como la que representó el Tsunami Democràtic. Una iniciativa ―el Tsunami― reprobada, al mismo tiempo, desde el corazón mismo de Waterloo, en una actitud tan irresponsable y frívola como rocambolesca.

Esta no era la única amenaza que se cernía sobre el valeroso Xavier Vendrell. Le han abierto varios frentes. El camino que le harán recorrer está lleno de trampas y siempre con la omnipresente voluntad de poner en duda su honorabilidad como empresario para manchar no sólo su trayectoria política sino la del conjunto de la protesta. Pocas personas como Vendrell se han ganado el respeto de tantos. Si lo tocan a él es porque nos quieren salpicar a todos.